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miércoles, 23 de septiembre de 2015

Los tres enigmas del abad… @dealgunamanera...

Los tres enigmas del abad…


Esto era una vez un viejo monasterio, situado en el centro de un enorme y frondoso bosque, en el que vivían muchos frailes. Cada fraile tenía una misión diferente. Así había un fraile portero, otro médico, otro cocinero, otro bibliotecario, otro pastor, otro jardinero, otro hortelano, otro maestro, otro boticario. Es decir, había un fraile para cada cosa y todos llevaban una vida monástica entregada al estudio y a la oración.

Como en todos los monasterios, el fraile que más mandaba era el abad.

Se cuenta que había llegado a oídos del Señor Obispo de aquella región que el abad del monasterio era un poco tonto y no estaba a la altura de su cargo.

Para comprobar las habladurías de la gente le hizo llamar y le dio un año de plazo para que resolviera los tres enigmas siguientes:

1º) Si yo quisiera dar la vuelta al mundo, ¿cuánto tardaría?

2º) Si yo quisiera venderme, ¿cuánto valdría?

3º) ¿Qué cosa estoy yo pensando que no es verdad?

El abad regresó al monasterio y se sentó en su despacho a pensar y pensar, y pensó tanto que por las orejas le salía humo. Se pasaba todo el día pensando, pero no se le ocurría nada; pensar sólo le daba un fuerte dolor de cabeza. Hasta entró en la biblioteca del monasterio por primera vez en su vida para buscar y rebuscar en los libros las soluciones y las respuestas que necesitaba.

Pasaba el tiempo sin que el abad resolviera los enigmas que le había planteado el Señor Obispo. Cuando ya quedaban pocos días para que se cumpliera el año de plazo salió a pasear por el bosque y se sentó desesperado debajo de un árbol.

Un joven y humilde fraile pastor que estaba cuidando las ovejas del monasterio le oyó lamentarse y le preguntó qué le ocurría. El abad le contó la entrevista con el Señor Obispo y los tres enigmas que le había planteado para probar sus conocimientos. El frailecillo le dijo que no se preocupara más porque él sabría cómo contestar al Señor Obispo. Así que, el mismo día que se terminaba el año de plazo, se presentó el joven fraile ante el Señor Obispo disfrazado con el hábito del abad y la cabeza cubierta con la capucha para que el Obispo no pudiera reconocerlo.

Después de recibirlo, el Señor Obispo quiso saber las respuestas a sus enigmas y volvió a plantear al falso abad la primera pregunta:

Si yo quisiera dar la vuelta al mundo… ¿cuánto tardaría?
Si Su Ilustrísima caminara tan deprisa como el sol -contestó rápidamente el frailecillo- sólo tardaría veinticuatro horas.

El Obispo después de pensarlo un rato quedó satisfecho con la respuesta, así que pasó a la segunda pregunta:

Si yo quisiera venderme… ¿cuánto valdría?

El frailecillo respondió sin dudarlo:
Quince monedas de plata.

Cuando el Obispo oyó esta respuesta preguntó:

¿Por qué quince monedas?

Porque a Jesucristo lo vendieron por treinta monedas de plata y es lógico pensar que Su Ilustrísima valga sólo la mitad.

Le iban convenciendo al Señor Obispo las respuestas de aquel abad y empezaba a pensar que no era tan tonto como le habían dicho.

Entonces realizó la tercera y última pregunta:

¿Qué cosa estoy yo pensando que no es verdad?

Su Ilustrísima piensa que yo soy el abad del monasterio cuando en realidad sólo soy el fraile que cuida de las ovejas.

Entonces el Obispo, dándose cuenta de la inteligencia de aquel joven fraile, decidió que el frailecillo ocupara el cargo de abad y que el abad se encargara de las ovejas.

….

Este cuento puede transmitir varias lecciones. Hoy me dice: “Te conviertes en el papel que interpretas”.

© Publicado el viernes 15/01/2010 por Planeta Cuentos

domingo, 24 de enero de 2010

El Clavo de Mulá Nasrudin... De Alguna Manera...

El Clavo de Mulá Nasrudin


Mulla Nasrudin, tras haber sufrido los reveses de la fortuna, se ve con la obligación de vender la casa que heredará de su padre. Aprovechándose de la situación, un hombre sin escrúpulos le propone un precio irrisorio. Nasrudin se da perfecta cuenta de que se las tiene que ver con un ladrón, pero acepta poniendo una pequeña condición:

¿Cuál?

¡Cómo puede usted ver, en esta pared hay un clavo!… Este clavo fue de mi padre quien lo puso y es el único recuerdo que me queda de él. Le vendo esta casa, pero deseo seguir siendo propietario del clavo. ¡Si está conforme con esta condición, acepto su oferta!… ¡Tendré evidentemente, derecho a colgar de él todo lo que me plazca!

El comprador se tranquiliza pensando que un clavo en una casa no es gran cosa. Le pregunta a Mulla:

¿Vendrá usted a menudo?

No, no, a menudo no…

No viendo ningún problema el comprador aceptó la cláusula, firman el contrato de venta ante notario en el que se específica que Nasrudin es el propietario del clavo y que puede hacer lo quiera con él. El nuevo propietario toma posesión del lugar y se instala en él con toda su familia hasta que un buen día se presentó Nasrudin.

¿Puedo ver mi clavo?

¡Por supuesto! ¡Pase! – responde cordialmente el propietario.

Mulla entra y se recoge profundamente delante del clavo y luego vuelve a irse.

Algunos días más tardes, regresa con un pequeño cuadro en el que hay la foto de su padre.

¿Puedo ver mi clavo?

El propietario le deja entrar y Nasrudin cuelga el cuadro (cláusula obliga)

La vez siguiente, llega con un manto y una túnica.

Estas son ropas que pertenecieron a mi padre. ¡Quisiera colgarlas en mi clavo! – Le dice al propietario ligeramente irritado.

Pero, un buen día, Mulla se presenta ante la puerta arrastrando detrás de sí el cadáver de una vaca. El comprador, estupefacto, le pregunta:

Pero ¿qué viene hacer aquí con ese cadáver?

¡Está claro, vengo a colgarlo en mi clavo!…

Cosa que hace al instante, sordo a las súplicas del comprador estupefacto. La policía, llamada al lugar del litigio, le da la razón a Nasrudin a la vista del contrato. El cadáver empieza a pudrirse para gran desesperación del imponente propietario. Al cabo de un cierto tiempo, Nasrudin vuelve con otro cadáver que cuelga del mismo clavo. La pestilencia es tal que el propietario se ve obligado a huir del lugar. Y así fue como Nasrudin recuperó su casa.

Extracto del comentario que de este cuento hace Alejandro Jodorowsky en su libro “La sabiduría de los cuentos”:

La más pequeña concesión es un clavo en la propia casa. Es en esto en lo que el intelecto puede ayudarnos. Su papel no es otro que el de velar con atención constante para que nadie venga a nuestro universo a poner clavos que no nos corresponden.

Cada experiencia, cada cosa que aceptamos y que no nos corresponde equivale a dejar entrar el cadáver de la vaca en nuestra propia casa.


© Publicado el sábado 27/09/2008 por