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jueves, 19 de octubre de 2017

Usar a Maldonado hasta gastarlo... @dealgunamanera...

Usar a Maldonado hasta gastarlo...


En momentos en los que muchos están abocados a tratar de saber qué es lo que finalmente pasó con la vida de Santiago Maldonado, y mientras buena parte de los medios de comunicación se encuentran recalculando en base a la cantidad de pelotudeces que han dicho durante los últimos dos meses y medio, no está de más poner blanco sobre negro para entender qué fue lo que pasó por fuera de los causales de muerte en sí.



© Escrito por Lucca (Blog Relato del Presente) en miércoles 18/10/2017 y publicado por el diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Todo el contenido publicado es de exclusiva propiedad de la persona que firma, así como las responsabilidades derivadas.

Un chico ignoto desaparece tras un corte de ruta y un enfrentamiento con las fuerzas de seguridad nacionales. La denuncia se realiza un par de días después y el país se entera de que en el sur hay un conflicto penal –no pienso llamarlo de otro modo– con una porción de la comunidad mapuche. Y todo explotó: marchas, disturbios, daños, detenciones, heridos, teorías conspirativas, millones de hipótesis y una violenta batalla verbal bien al estilo del siglo XXI.

Nada de este desmán hubiera ocurrido y ya se hubiera resuelto judicialmente todo este asunto si no hubieran intervenido los mismos tres factores de siempre:

Los políticos. Y por políticos me refiero a todos sus ámbitos, desde las oenegés que  gravitan políticamente, hasta el kirchnerismo, pasando por ese mar de contradicciones llamado izquierda argentina. El rol del CELS en este caso debería ser materia de estudio a nivel universitario –incluyendo Derecho Penal– sobre cómo se puede embarrar la cancha creando hipótesis basadas en teorías conspiracionistas que los fans nostálgicos de Página/12, añorando un pasado glorioso que nunca existió, asimilaron como absolutos incuestionables. El kirchnerismo y sus acólitos, que tienen un poder de memoria selectiva notable a la hora de hablar de responsabilidad estatal en materia de muertes evitables, convirtieron a Santiago Maldonado en afiche, en remera y en bandera. El nuevo Che Guevara no fusilaba, no combatía en las sierras cubanas ni lideraba el levantamiento de los pueblos. El nuevo Che Guevara tatuaba a cambio de alimentos, vivía de prestado y se prendía en luchas ajenas. No será la imagen que uno tendría de un revolucionario, pero se acerca mucho más al ideal de la militancia actual que ve en un estado de derecho constitucional una dictadura a la cual resistir. De allí el uso divino que han hecho los kirchneristas de ayer, hoy y siempre colectivizando la victimización de cualquier muerto, sin importar su ideología.

De los partidos de extrema izquierda no voy a decir absolutamente nada porque la organización del Estado es un concepto que les resulta extraño. Más allá de eso, también hay una cuestión de falta objetividad entendible: en los últimos años han cosechado dos muertos por la represión de la policía de un gobierno peronista, otro muerto por un grupo parapolicial sindical peronista y un desaparecido que sigue desaparecido desde que un gobierno peronista no lo cuidó en medio de un juicio.

Y ya que hablamos del tema, quiero resaltar la versatilidad de Cristina a la hora de hablar de los muertos dependiendo del interlocutor, sea una banda de niños cantores en un acto kirchnerista, o sea un entrevistador en un medio de comunicación. Este martes, acá no más, Cristina quiso chicanear al gobierno recordando que el actual jefe de la Policía Federal ya era funcionario policial durante su gestión, a lo cual podría sumarle que el 80% de todas las fuerzas de seguridad en actividad, ingresaron al servicio durante su gestión. Digo, como para dejar de escupir contra el viento.

De paso, a todos los que estuvieron estas últimas semanas fiscalizando qué decía este humilde servidor al respecto: fíjense si encuentran una declaración de Néstor o Cristina Kirchner allá por 2002 sobre la muerte de Dario Kosteki y Maximiliano Santillán. Yo no encontré ninguna, pero estoy abierto al desafío.

Vuelvo a esa manga de retrógrados autócratas que consideran que el Estado es una carrera profesional y no un servicio público y que son capaces de abrazar cualquier causa, por lejana que resulte, para pegarle al contrario. No voy a meter a todos en la misma bolsa por esta vez porque no creo que todos hayan buscado capitalizar este caso. Ningún gobierno que quiera sobrevivir desea un muerto en el enorme arco opositor. Mucho menos en campaña electoral.

Párrafo aparte merecería el análisis de cómo es que Carrió, con una campaña en la que participó sólo una semana, pudo tirar lo del “20% de probabilidades” y la bestialidad absolutamente fuera de foco que dijo al comparar las condiciones climáticas del río Chubut con Walt Disney. La comodidad de saber que puede obtener un récord electoral el domingo debe haber relajado lo suficiente a todos, pero sé que hasta en la Quinta de Olivos se agarraron la cabeza al enterarse de su último dicho.

No puedo decir lo mismo de algunas terceras o cuarta líneas, esos contratados que abrazaban la liberalización del Estado hasta diciembre de 2015 y que hoy parecieran haber encontrado la verdad revelada en un Estado que no es necesario achicar porque se administra sabiamente. Y porque les da trabajo, obvio. Son esos mismos que desde sus cuentas o a través de sus contactos hacen circular versiones truchísimas, golpes bajos y audios menos chequeables que el video porno de la sueca de Lanata. Gracias a ellos y su terror a perder el relajo de un cómodo asiento en una oficina gubernamental tuve que fumarme el audio de la mina que hablaba desde una morgue afirmando que estaban por anunciar que Santiago Maldonado apareció muerto de un cuchillazo en el cuello, el video que mostraba al artesano comprando en un comercio de Entre Ríos, una foto que podría haber sido choreada de la recreación de un vía crucis, un pibe llamado Santiago Maldonado que era productor de seguros de La Matanza, y un largo, larguísimo listado de boludeces que, si lo hicieron para cuidar al Gobierno, merecen devolver hasta el último centavo de sueldo que hayan cobrado.

Lo peor de esto es el lupanar de humanoides con la capacidad de deducción de un Neanderthal en estado vegetativo que levantaban estas pruebas como si se trataran de la resolución del caso. No creo verlos a todos desfilar para ratificar sus argumentaciones. Posiblemente, ya se encuentren abocados a probar cómo es que la familia de Maldonado guardó el cadáver de Santiago en un frigobar para colocarlo cuidadosamente en un río para que aparezca cinco días antes de las elecciones.

La Justicia. La otra pata de este asunto tiene que ver con el rol que pretendemos asignarle al Estado. Desde que aceptamos convivir en un país damos por sentado que nos someteremos a la misma ley que exigimos que se cumpla para todos. Los derechos humanos no son una expresión de buenas intenciones de las que se pueden reclamar las que querramos con beneficio de inventario.

Si exigimos el derecho humano a la vida, también exigimos el derecho humano a la libertad y, por decantación, el derecho humano a la propiedad privada. Son tres pilares de la sociedad occidental y están contemplados en la Constitución Nacional. Y si reclamamos el cumplimiento de la Constitución, tenemos que partir de la base de que la misma establece un territorio. No dos, no tres: un territorio.

No existe el territorio sagrado mapuche. No existen territorios sagrados exentos de la ley en Argentina. Imaginen por un segundo que un juez argumente que tiene que negociar con el arzobispado para investigar un orfanato en el que se violaron hasta los perros. Piensen por un segundo que la policía no hubiera podido detener a José López porque estaba dentro de un convento. La pajereada de la conexión ancestral con la raigambre cultural de civilizaciones preexistentes que no contaban con leyes, ni organización territorial ni propiedad privada hay que dejársela a los chicos de apellidos europeos con culpa de clase. No me entra en la cabeza que un Juez Federal entienda lo contrario: lo aprendió en la primaria, lo profundizó en la secundaria, lo estudió particularmente en la carrera de abogacía y tuvo que dar un kilométrico examen sobre el sistema administrativo y legal de la Argentina.

Y todo para que luego venga a decir que “hay que consensuar con los mapuches para respetar su voluntad”. Ayer mismo, los vehículos que se acercaban al operativo fueron revisados por los integrantes de esta banda y todos accedieron. Tamaña actitud pasiva frente a lo que la ley que dicen representar considera una obstrucción al accionar de la Justicia, sólo puede sostenerse desde la cobardía, la ignorancia o las ganas de atornillarse en un cargo en el que se cobrará la guita que en la puta life se imaginó cobrar en el sector privado.

Y, finalmente…

La prensa. El manejo que del caso Maldonado han hecho buena parte de los periodistas y de los medios donde se desempeñan, ha estado a la altura del nivel laboral con el que trabajamos. La voracidad por la primicia y la necesidad casi patológica de tener que decir algo sobre el tema del momento sólo lleva a mayor pérdida de credibilidad, la cual arrastra a todos los demás en el derrape hacia el infierno de la mediocridad comunicacional. ¿Saben la cantidad de puteadas que me comí por no hablar del tema? Como si fuera una suerte de delivery de opinión, nos hemos acostumbrado a que todos hablen de todo, sin saber si tienen conocimiento o no. El conocimiento es lo de menos, ya quedó claro. Ya no se opina desde la construcción de una idea, sino desde la manifestación de un sentimiento. Y frente a un sentimiento no hay forma de pensar: se siente empatía o se es un psicópata. Y yo no quiero ser un psicópata voluntarioso. Si no tengo una opinión formada, cierro la boca. Al fin y al cabo, a la hora de pagar los platos rotos por la opinión, mi boca es mía y nadie se hará cargo, como nadie se hizo cargo hasta ahora.

Desde el manejo del sentimiento la prensa se ha dividido en dos posiciones centrales sobre una misma y única agenda determinada por la responsabilidad directa del gobierno. Unos han abordado todo su trabajo direccionando la culpa hacia la Casa Rosada, otros han hecho hasta lo ridículamente imposible para despegar al gobierno de todo. En un tercer lugar para nada minoritario aunque lo parezca frente al ruido del resto, los que tan sólo cubrieron la sucesión de hechos. Respecto de los primeros dos casos, trato de pensar desde la óptica del “sentimiento que nubla la razón” para no tener que pensar que son una manga de burros que aún no comprenden el concepto de responsabilidad objetiva, esa que dice que uno es responsable sólo de los actos que ha realizado. ¿En serio vamos a seguir creyendo que al mismo Presidente al que le achacan no querer laburar ni meterse en nada le podría interesar dar la orden de desaparecer a un artesano que era un total desconocido y del que ni su propia familia sabía qué había hecho de su vida en los últimos doce meses? En ese mismo sentido, propongo que se haga una presentación firmada por todos los periodistas que se copen para exigirle al congreso que modifique el código de procedimiento penal y se dé por válido que cualquier persona pueda ser condenada o absuelta en base a dichos de personas que nadie conoce, que nadie vio antes, pero que conforman “declaraciones conmovedoras” o “testimonios esclarecedores” sin una puta prueba que sustente lo que se dice de la boca para afuera.

La función del periodista no debería ser la de desmentir todas las pelotudeces que se dicen en las redes sociales. Hay que dejar de vivir de las redes sociales porque nadie va a pagar por lo que se consume gratis. Si fuera por las redes, estaríamos analizando si Santiago Maldonado no era en realidad su propio hermano que reclamaba en la Plaza de Mayo “porque, sospechosamente, se parecen mucho”, o estaríamos formando parte de la carnicería de las fotos que se filtraron sobre el hallazgo del cuerpo, en una muestra total de falta de empatía propia de los sociópatas y de aquellos que creen que tienen la suerte comprada y tendrán una muerte tranquila y privada.

Sé que puedo resultar demasiado utópico, pero la verdad es que el manejo de la información, la investigación y el abordaje que se hizo y se hace del Caso Maldonado desde todos los sectores, se podría realizar de un modo mucho más humano si todos fueran conscientes de que la sociedad entera no es un diván donde podemos resolver nuestros traumas de la infancia, y que no todos tenemos la culpa de que no hayan querido prestar atención en la clase de educación cívica o que la obra social no les cubra más de diez sesiones de tratamiento psicológico al año.

Estos tres pilares elegidos son el reflejo de una sociedad que permite este tipo de cosas. Los que querían que Maldonado apareciera vivo, los que hubieran preferido que le realizaran una ejecución sumaria y le mandaran la factura de la bala a los padres, los que querían que apareciera con vida, los que querían que no apareciera nunca más para que la gente se olvide del tema, los que querían que no apareciera nunca más para tener la justificación psicológica que justifique la construcción del fantasma dictatorial, los que querían que apareciera aunque esté muerto pero hubieran preferido que ocurriera en otro momento, los que vinieron a dar lecciones de lo que es un duelo porque vieron al hermano de Maldonado en un recital y los que buscan cualquier excusa para hacer quilombo y romper todo a su paso.

O para sumar un voto.

O para tener una buena nota.

Y mientras ya me voy preparando para todo lo que se viene de ahora en más, me pregunto si realmente importaba dónde estaba Santiago Maldonado o sólo importa mantener nuestras posturas sin permitir que una verdad arruine una hermosa historia.




jueves, 15 de diciembre de 2016

El balance que nadie hizo (y que a nadie importa)… @dealgunamanera...

El balance que nadie hizo (y que a nadie importa)…


Ahora que el gobierno nacional entendió que con buena onda y alegría se puede animar un cumpleaños pero que a los políticos les gusta más otro tipo de partuza, es más sencillo de realizar el balance del primer año de gestión de Mauricio Macri al frente de la presidencia argentina.

© Escrito en el Blog Relato del Presente de Nicolás Lucca el miércoles 14/12/2016 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Que sea sencillo no quiere decir que alguien tenga ganas de hacerlo: no es el laburo lo que cuesta, sino el hecho de tener que reconocer que son poquitos los colegas que han mantenido el decoro y la altura periodística a lo largo del año. El resto, reemplazó a los encuestadores en el fino arte de hablar sin saber, sin prepararse, sin entender y, de manera principal, sin reconocer errores. De más está decir que hay contadas excepciones en este grupo también: los que rosquearon a cuatro manos.

El principal escollo periodístico superado tras la salida del kirchnerismo fue el acceso a los funcionarios. La necesaria renovación de los medios quedó para otra oportunidad en buena parte gracias a que, nuevamente, la vieja escuela tuvo habilitada su histórica metodología laboral: levantar el teléfono, golpear una puerta, tomar un café. Los que tuvimos que adaptarnos a ejercer el periodismo sin nadie que te atienda el teléfono sin mandarte a la puta que te parió, no vemos nada que revolucione el laburo más allá de la cuestión humana.

De un modo que los psicólogos no se han animado a abordar, todavía abunda el análisis político de lo que sucede en la segunda mitad de la segunda década del siglo XXI con parámetros ideológicos del milenio pasado. Son los que siguen hablando de izquierdas, derechas, neoliberalismo, conservadurismo y demás conceptos en un país en el que siempre se hace lo que pinta y las ideologías son la marca impresa en el envoltorio.

Para qué analizar por qué la lucha contra la corrupción interna la realiza mucho mejor una diputada en sus ratos libres que la oficina destinada a tales fines si es más fácil culpar al cuco. Muchos explican la corrupción de un gobierno progre como un aprovechamiento de una ideología noble; de igual modo, también creen que la corrupción de un gobierno no progre es innata a la derecha.

Desde Europa –ese continente donde la democracia llegó un siglo después que en América pero al que buscamos siempre como ejemplo– siempre bajó la idea de que el populismo es sinónimo de derecha. Durante el kirchnerismo colapsaron las neuronas al ver un discurso de izquierda con un accionar social fascistoide, un enriquecimiento obsceno para una casta exclusivísima y terminaron dando por sentado que se trató de un desvío ideológico. Ante este dilema, se morían de ganas de tener un tipo que encarne todo lo que ellos ven como lo malo del mundo: alguien que tiene plata mediante ese sistema tan abstracto que consiste en capitalizar el dinero.

Podemos acusar a los del gobierno de pelotudo emocional, de boludos alegres, de inocentes políticos, de faltos de timing –no vean el video de Pato Bullrich haciendo trencito en el ministerio de Seguridad, repito: no lo vean– y de fanáticos de Osho, pero de ahí a dibujar conceptos populistas sólo porque cumplieron con un punto del manual del enemigo, es como mucho. El populismo se nutre del nacionalismo, la magnificencia, el fundacionalismo y la retórica. Afirmar que es populista un gobierno al que se le tiene que rogar que deje de abrazar a los cactus, es reducir el problema a su mínima expresión.

Podría decirse que los primeros beneficiados directos de la gestión Cambiemos son los fabricantes de camisas celestes, no así los que se dedican a elaborar corbatas o sacos. El problema de la falta de corbata es que muchas veces terminan haciendo esperpentos que nadie en su sano juicio llega a comprender. Es el síndrome Kicillof: como el pelo de Sansón pero alojado en ese retazo de seda que cubre los botones de la camisa y cierra el cuello.

Ya que hablamos de Kichi: he visto sujetos prometer desde la oposición cosas que no pueden cumplir desde el poder, pero lo que never in the puta life había visto es a un banana exigir desde la oposición cosas de las que se cagó de risa desde el poder, y encima pifiarle en los números. Es la famosa diferencia entre culpa y dolo del derecho penal. En el caso de la culpa, el hecho ocurre por negligencia o imprudencia. No sabían, boquearon, pensaron que podían y no pudieron, etcétera. Ahora, levantar la bandera luego de haber sido capo de la Anses y jefe de gabinete –como en el caso del compañero Sergio Tomás–, o de haber sido ministro de Economía –tovarich Axel–, sólo es posible de analizar desde el cinismo o la psiquiatría.

Básicamente, la cámara de diputados es una colección de pacientes psiquiátricos –recomiendo buscar algún video al azar de Sandra Mendoza, cualquiera sirve– y golpes de suerte. Y mientras sigamos con este sistema político, veremos muchos golpes de suerte: nadie sabe a quién está metiendo en el Congreso más allá del primer y segundo nombre de una lista electoral. 

Tal es el caso de María Teresa García, diputada por la provincia de Buenos Aires destacada por haber presentado el proyecto de declaración de interés general de un evento en Córdoba, o por haber repudiado la salida de Argentina de un canal venezolano. En sintonía con García viene su compañero provincial Leonardo Grosso, que si no tienen idea de quién es, obedece a que ocupó el puesto número 13 de la lista de candidatos a diputados en las últimas elecciones.

Su labor parlamentaria está plagada de declaraciones de preocupación por Dilma Rousseff, Hebe de Bonafini y una muestra de respeto por las instituciones republicanas cuando pidió que se declare de interés parlamentario una sentencia judicial que aún no se había dictado. Lo bueno es que estos analfabestias pasan desapercibidos gracias al mérito de grandes luminarias como Facundo Moyano, quien no tiene problemas en afirmar que un veto presidencial es un atentado institucional cuando, casualmente, es una facultad institucional facilitada por la Constitución Nacional. Imaginemos los que podemos esperar de quienes no tenemos la más puta idea de quiénes son.

Causa gracia verlos serios ante las cámaras de tevé, con cara mezcla de tristes y enojados con la vida, cuando unos minutos atrás los vimos cagarse de risa, abrazados en el recinto. ¿Cómo creerles que lo que hicieron fue por nosotros y no por berrinche de malcriado que se quedó sin juguete o por interés hiperpersonalísimo en la previa del año electoral?

Unos días después zanjaron la duda: afirmaron que “sólo es posible frenar” la modificación si el Gobierno arma una mesa de diálogo que incluya a la oposición y a los sindicatos. No les importan ni los trabajadores, ni el bolsillo de “lajente”, sólo querían sentarse cerca del calor del poder. Se ve que el café no tiene el mismo gusto fuera de la Rosada o que Boudou no dejó ni los sobrecitos de edulcorante en su paso por el Congreso.

No podemos pretender otra cosa de la inmensa mayoría de nuestra clase política. Si algo no cambió en la historia de occidente es a qué llamamos ciudadano: el individuo que se alza más allá de sus particularidades y se vuelve capaz de privilegiar –o al menos tolerar– el interés común de una sociedad. Antiguamente se educaba al individuo para que salga de su mundo y vea la constelación de particularidades que conforman el universo que lo rodea.

Los antiguos griegos, padres extraños de eso que impunemente aún llamamos democracia, enseñaban a argumentar, pero no para ganar por placer, sino para aproximarse a la verdad. Por contraposición, consideraban que no contaba con educación quien se comportaba de manera caprichosa y que sólo buscaba su bien propio. Ya que tanto hablamos de democracia, podríamos comenzar por dimensionar cuántos de nuestros representantes están a la altura de las circunstancias si siquiera nos animamos a afirmar que califican para ser ciudadanos.

En medio de ese peregrinaje al edén de la normalidad encarado por el Gobierno padecemos las muestras más visibles del gradualismo. Podríamos haber llegado extenuados, reventados, aunque rápido, pero optamos por un gradualismo tibio que no quedó bien con nadie: los principales beneficiados por el mantenimiento de políticas asistencialistas son los mismos que quieren empalarlos en la Plaza de Mayo. En la meta de cruzar el desierto en 40 días y que el Gobierno tuviera casi dos años de relax hasta las elecciones, nos tocó la interpretación antigua del evangelio y le estamos pegando a la caminata por cuarenta años con una lata de sardinas para calmar la sed.

El escollo del hipergradualismo es que si la temperatura baja de 40 grados a 38, voy a seguir chivando como Máximo en un gimnasio. O en tribunales. No pretendo que bajemos a 5 grados bajo cero y nos caguemos muriendo de una neumonía fiscal, pero algún punto medio tiene que haber para sentir algo de fresco.

Massa aprovechó el boleo de Ganancias para reposicionarse dentro de lo que él quiere: liderar a la oposición. Vio la oportunidad y la aprovechó. Luego le mandó una cartita abierta a Mauri pidiéndole de sentarse a dialogar, explicándole que le pegó por su culpa, que no quiso lastimarlo pero que lo obligó. Mientras el diputado está a un paso de colgar un pasacalles sobre Balcarce 50, hay que reconocer que el caso es imbatible: nadie quiere pagar ese mecanismo utilizado para empernar hasta la médula al que no tiene cómo evadir –no porque no lo desee, sino porque está en blanco– mientras nota que el déficit fiscal son los padres: 30 mil millones de pesos destinados a “tener las fiestas en paz” calmando a quienes ahora quieren más. Si hubieran utilizado la mitad de ese dinero para levantar a las familias que duermen en las calles, son gobierno hasta el 2550, o hasta que Cristina deje de pasear por Comodoro Py, lo que ocurra primero.

Sin embargo, el karma político de ganancias que tanto le jugó a favor al kirchnerismo hoy no tiene por qué funcionar de otro modo: vivimos en un país tan pobre que, con los salarios actuales, el margen de afectados es una porción que no mueve el amperímetro electoral. Por si fuera poco, lejos de unificar, Massa terminó por trasladar la grieta al corazón del peronismo, que a esta altura tendría que agradecer la existencia de la izquierda para no quedar cómo el partido récord en atomización: los gobernadores se calentaron para la mierda con el proyecto opositor, con la única excepción de Mario Das Neves. Por un lado quedó la mayoría del sindicalismo junto a los legisladores, por el otro los mandatarios provinciales. Los que ya tienen el Poder vs. los Wannabe.

El macrismo debería agradecer que Massa se mandó la voltereta aglutinadora de un mega Frente PJ –Frente Para Joder– y aprender de una vez por todas lo que le vienen marcando desde hace exactamente 366 días: que necesitan basar sus acciones más en la triste realidad y menos en Claudio María Domínguez.

En este contexto, podemos imaginar cómo resultará el debate legislativo por la regulación de los alquileres, un tema que afectará a millones de ciudadanos, pero en el que cualquier regulación es peor que el problema: quién en su sano juicio pondrá a alquilar una propiedad si no tiene la garantía jurídica de cobrar lo que desea cobrar.

Lo sorprendente es que, quien no culpó a Massa de traidor, tildó a Macri de inocente o prepotente –todo depende de la firma– por no haber pedido a los gobernadores que sus diputados no dieran quorum, por no haber levantado la sesión extraordinaria o por no haberse sentado a negociar lo que no le interesaba sacar de otra forma. O sea, cuestionan al Poder Ejecutivo que pregona el legalismo que no haya apelado a las trampas de la política vernácula. Redondeando: que la culpa es de Presidencia por haber usado una pollera demasiado corta.

Con este panorama, creer que llegará la lluvia de inversiones alguna vez es como fantasear con los abdominales para el verano mientras calmamos la angustia con una grande de provolone con fainá.

Mercoledí. Lo único que podría pasarse en limpio es que se comprobó que en Argentina sí se puede gobernar desde un escritorio. Desde arriba de un escritorio. Con un palo en la mano y un fajo de billetes en la otra.



domingo, 10 de julio de 2016

El delirio de no querer festejar el Bicentenario… ©dealgunamanera...

El delirio de no querer festejar el Bicentenario…


Está claro que la fiesta fue magra. En comparación con los festejos del bicentenario de la Revolución de Mayo, lo de este fin de semana fue como festejar un cumpleaños en enero, pero no por eso dejó de generar polémica entre los que están a favor y en contra. A favor de que se festeje fuerte y en contra de que se tenga que pagar, obviamente.

© Escrito por Nicolás Lucca, en El Relato del Presente, el domingo 10/07/2016 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Con la cabeza agobiada por los problemas que nos arroja la recesión económica, el clima de bicentenario no se hizo presente. Estamos en otra. Tan en otra que no registramos que Carrió le pidió a María Eugenia Vidal que haga algo con el jefe de la policía bonaerense, ya que su pasado en la lucha contra el narcotráfico fue tan improductivo que daba para sospechar de algún tipo de connivencia. Otra que no lo registró fue Patricia Bullrich, que salió a bancar al jefe de la poli de Buenos Aires sobre el que pesa la misma consideración que se podría tener sobre el jefe de la Federal, que pasó la última década al frente de la superintendencia de Drogas con los resultados que ya conocemos.

Tampoco registramos que Horacio Rodríguez Larreta acepta la renuncia de un funcionario porque a un grupo de actores que vive puteándolo no les gustó que ese funcionario dijera que son unos ladris; del mismo modo que ni nos dimos cuenta que a doscientos años de la declaración de la independencia de este cacho de tierra al que llamamos Patria, el debate político sigue vigente, aunque flojo de encanto. Hoy no discutimos sobre qué país queremos dejarles a nuestros hijos y nietos, si no sobre si corresponde o no que el dibujo de Eva en la 9 de Julio esté iluminado por las noches o no, sobre si hay que pagar las tarifas con aumento, si reclamamos el Ahora 12 para la factura de gas, o nos calentamos a leña pero con wifi.

El Papa envía una carta para saludar a los argentinos por el bicentenario y remarca que “la Madre Patria no se vende”. Mientras muchos nos preguntábamos qué habrá querido decir el amigo famoso de Gustavo Vera, si cancelaron la venta de España o qué corno, el kirchnerista despechado lo tomó como bandera y lanzó la contrarrevolución tirando toda la carne al asador. La carne alcanzó para un hashtag en Twitter, pero hay que reconocerles la voluntad.

Cristina Elisabeth agitó la previa al bicentenario dolarizando ahorros y tuiteando desde su departamento en Recoleta. La mishiadura económica nos afectó a todos y la expresi vio como en dos meses pasó de ser recibida por multitudes y dar discursos ante miles de personas en Comodoro Py, a ser recibida por Parrilli, veinte pibes y 52 banderas, tener más policías que militantes en tribunales y quejarse de una cámara de seguridad en la esquina.

Luego de una semana de hitazos triunfalistas, Cris se quiso tomar el palo antes de la medianoche del 8 de julio, pero el clima la hizo volver a su departamento, donde la esperaba el orfanato camporista cantando villancicos nuevos como “la Recoleta es de Perón”. Sí: la Jefa se instala en el barrio más paquete y aristocrático de la ciudad de Buenos Aires, pero la militancia lo toma como un acto de rebeldía.

Cristina, consciente de que estaba frente al grupo de Edipos irresueltos más grande que ha dado este país, mostró de primera mano lo fácil que le sale dibujar los hechos. Se los encontró de pedo porque le cancelaron el vuelo, pero les dijo que “solamente nosotros podemos hacer un acto peronista en calle Juncal”. Luego dijo que se quedó pensando en lo que dijo el Papa con eso de que “la Patria no se vende”. La que le entregó un cacho de tierra soberana a los chinos y la exploración petrolera a Chevron no profundizó demasiado en el tema, pero alcanzó y sobró para que cayeran algunas lágrimas de emoción entre quienes la escuchaban.


Montada en la caja de una camioneta, a la Presi le pidieron que se quede hasta la medianoche para celebrar el bicentenario con la muchachada. Complaciente con los pibes que se bancaron ser señalados como parias emocionales con capacidades ideológicas diferentes, la expresi tiró un claro, conciso y esperanzador “Olvidate” acompañado de un arengador “no me quedo acá hasta las doce”. No existe dinero que pueda pagar tamaña sabiduría de estadista. Finalmente Cris se retiró y la camioneta pudo continuar vendiendo huevos por el barrio. 

El actor Diego Reinhold, descendiente de los mapuches que habitaban los bosques alemanes de Saafeld, se quejó de que los festejos se llevaran a cabo en la plaza que está al lado del Teatro Colón porque el teatro se llama Colón. Porque está claro que Cristóbal Colón combatió la independencia argentina a pesar de la pequeña desventaja de haber nacido italiano, nunca haber pasado ni cerca del Río de la Plata y haber fallecido 310 años antes. Sin embargo, Reinhold fue la cara visible, pero detrás de él hubo cientos de nabos con acceso a Internet que nos corrieron con que esto es una pesadilla, con que no podemos tener a un ex rey de invitado, con que es una vergüenza que se organice un desfile militar para una fecha patria y con que es un embole que no contemos con recitales de los amigos de Teresa Parodi.

No veía berrinche colectivo tan infantil desde que en preescolar nos cancelaron la salida grupal al show de Carlitos Balá en la calle Corrientes. El planteo es simple, estimados: ¿Cómo creen que España llegó a ser el “imperio donde nunca se pone el sol”? ¿Con amor? ¿Y cómo creen que conseguimos la independencia del imperio con el ejército más poderoso del mundo de aquel entonces? ¿Con charlas en las plazas? ¿Cuáles creían que eran “los laureles que supimos conseguir” si no fueron en campos de batalla? ¿Qué creían que significaba “o juremos con gloria morir”? ¿Qué organicemos un pacto suicida con todas las chicas llamadas Gloria?

Puedo entender que tantos años llamando imperialistas a esos países a donde van a gastar su dinero reventando la tarjeta de crédito les dejó la comprensión al mismo nivel de un australopithecus con retraso madurativo, pero combatir al imperio en el siglo XIX requería algo más que pancartas.

El Grito de Asencio no fue un discurso arengador ni el sitio de Montevideo consistió en un abrazo solidario convocado por Whats App. Y si bien del Éxodo jujeño podrían haber participado del saqueo para que no quede nada a los que vengan después, lo cierto es que tampoco fue llevado cabo por ensayistas. El Combate de Las Piedras, la batalla de Tucumán, la batalla de San Lorenzo, Suipacha, el cruce de los Andes, la batalla de Chacabuco, todos fueron hechos claves y concretos que consiguieron, aseguraron y garantizaron nuestra independencia. Y no, no se gestaron desde una reunión en una unidad básica, ni gracias a un videíto en YouTube, ni por una campaña de carteles de actores prebendarios en Facebook.

Se definen militantes, un vocablo derivado de militar, reivindican a San Martín, Rosas y Perón, se sienten parte de un movimiento creado por Teniente General, pero les irrita que los militares del siglo XXI marchen por las bestialidades que cometieron los militares del siglo XX, ese mismo siglo XX que nos dio al "Sheneral". Entiendo que la incoherencia la llevan en el ADN, pero no dejan de sorprenderme que hayan aprendido a atarse los cordones. Doce años de realismo mágico les dejó las neuronas empastadas y realmente creen que con firmar un papelito alcanza para que las cosas ocurran. Si aplaudieron la construcción de millones de viviendas sólo porque se prometieron en un decreto, cómo no van a creer que fuimos independientes gracias a que los godos se asustaron y abandonaron la mitad de sus posesiones de ultramar luego de enterarse que treinta y tres rebeldes habían firmado un documento en el living de una casa. 

También patalearon por la presencia del rey emérito Juan Carlos de Borbón. No registraron que en Argentina hablamos español, somos mayoritariamente católicos, y el 100% de nuestros patriotas nacieron en territorios pertenecientes a la corona. Son los mismos giles con apellido europeo que hablan en primera persona para criticar la colonización europea desde una computadora en un departamento en la Buenos Aires que perteneció a los querandíes. Lindo mensaje para los que aspiran a superar La Grieta: en España pasaron doscientos años, ocho reyes, diez gobernantes que no fueron monarcas, varias formas de gobierno, un par de dictaduras y una monarquía republicana, pero invitar al Juanca es entregar nuevamente los dominios del Virreinato del Río de la Plata a su majestad.


El mundo gira, pasan los años, pasan los siglos, y las cosas cambian tanto que nada es determinantes. De hecho, si llegaran a registrar que el primer país que nos reconoció como un par libre e independiente fue el Reino Unido de la Gran Bretaña, entran en un colapso nervioso. Y lo hizo recién en 1826, tras 16 años de guerras contra los godos que dieron paso a las guerras intestinas que se prolongaron por otros sesenta años.

Sí, los militares se cargaron a la democracia varias veces a lo largo de cuatro décadas. Y de la última pasaron otras cuatro décadas. Y entiendo que el delirio personalista los lleve a confundir las instituciones con las personas. Pero si los militares de hoy en día tienen que pagar por los errores cometidos por la institución de hace cuarenta años, bajemos la persiana y mudémonos de planeta: el Estado también es una institución y es la misma que reprimió, desapareció gente y asesinó a mansalva, y no por eso vamos a impedir que siga existiendo como tal. Supongo que no debería ser muy difícil de entender, pero aprovecho la onda papal que aplican y les digo que deberíamos suprimir los tedeums en fechas patrias, dado que Mario Poli no debería dar la cara luego de todas las muertes y torturas cometidas por la inquisición durante siglos.


Por último, para relajar los ánimos y llevar algo de calma a esos espíritus tan preocupados por el qué dirán los progres del mañana al ver la foto de este bicentenario, les comunicó que el último militar de la dictadura que tuvo una acusación por su accionar cuando era un purrete de 21 años, se encuentra procesado desde hace un buen tiempo. Se llama César Milani.

Si tan sólo hubieran prestado atención cuando les enseñaron la diferencia entre Gobierno y Estado, o entre personas e instituciones, no estarían sufriendo tanto y se sentirían felices de habitar un país que celebra dos siglos de independencia del imperio más grande que ha conocido el mundo.

Y eso costó sangre. Mucha, mucha sangre derramada a lo largo de décadas para que hoy no tengamos que discutir qué modelo de país tenemos. Con probar la receta que nos dejaron por escrito por una vez, quizás, en una de esas, salimos adelante.


Domingo. “Juremos no dejar las armas de la mano hasta ver al país enteramente libre o morir con ellas como hombres de coraje”, dijo José de San Martín y no, precisamente, en su muro de Facebook.

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miércoles, 20 de abril de 2016

Los errores que le dan la razón a Uber… @dealgunamanera...

Todos los errores que le dan la razón a Uber…


La llegada del servicio de contactos usuarios-conductores genera más polémicas de las que merece. Los errores del Estado, la equivocación en el concepto y la falta de protección al usuario.

© Escrito por Nicolás Lucca el miércoles 20/04/2016y publicado en el Diario Perfil y la Revista Noticias de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

 Uber día cero. El sistema creado en 2009 por los norteamericanos Garrett Camp y Travis Kalanick lleva su conflictiva expansión a la Argentina e inicia su convocatoria a choferes que pongan sus propios vehículos. En el primer día se inscriben más de 10 mil aspirantes. El sindicato de peones de taxis porteño pone el grito en el cielo y afirma que se trata de una competencia desleal, dado que las exigencias para utilizar Uber no son las mismas que para estar detrás del volante de un taxi. La asociación de propietarios de taxis se pliegan al reclamo por otros motivos aún más económicos, dado que no todos los propietarios se encuentran tras un volate. Las autoridades porteñas no saben bien qué hacer.

Uber día 1. 

Contra todos los pronósticos negativos, la empresa norteamericana inicia sus operaciones a las 16.00 horas del martes 12 de abril. Una hora después, los taxistas porteños adoptan como medida de fuerza el corte de varios puntos neurálgicos de la ciudad de Buenos Aires. Fue la publicidad que necesitaba Uber: entre la ausencia de coches y la bronca de los usuarios, se saturó el servicio y costó conseguir vehículo.

Decidí probar por mis propios medios cómo funciona el sistema que tanto revuelo generó. Instalo una aplicación en un smartphone, completo tres datos –nombre, celular, dirección de correo electrónico– agrego una tarjeta de crédito y el sistema está listo para usarse. Escribo en la app la dirección de la redacción y el destino al que querá llegar. Primer dato notable: mientras espero a que se confirme el viaje, la aplicación me informa que el costo total estará entre los 59 y los 80 pesos, algo muy lejano de los 152 pesos promedio que aboné la última vez que realicé idéntico viaje. Segundo dato notable: me ofrecen un auto y un teléfono de contacto. Tercer dato notable: podía chequear desde el teléfono el GPS del vehículo mientras se acercaba a nosotros con una precisión asombrosa.


Mientras viajaba, arribé a algunas conclusiones preliminares de por qué el sistema es tan polémico. Básicamente, porque es extremadamente atractivo para el consumidor y una competencia brutal y difícil de enfrentar para los taxistas. Específicamente, para nuestros taxistas. El atractivo no es una cuestión snob: estando en la segunda mitad de la segunda década del siglo XXI, que se pueda utilizar un transporte sin disponer de dinero, siquiera de una tarjeta en un bolsillo, suena a ciencia ficción para el argentino promedio, cuando recién en este 2016 son contados los taxis que cuentan con sistema postnet para el pago con tarjetas, algo que existe hace décadas en otros países del mundo.

En la otra campana de la polémica, los taxistas tienen varias razones válidas para quejarse, de las cuáles una en particular es la más fuerte: el sistema Uber es ilegal y viola varias disposiciones de la normativa argentina para el transporte de pasajeros, como los registros de conducir clase profesional, el seguro especial para personas a bordo, entre otras. Incluso Juan José Méndez, ministro de Transporte de la Ciudad de Buenos Aires, afirmó que la empresa es ilegal y la Justicia de la Ciudad ordenó la inmediata suspensión de las actividades de Uber, algo que no cayó bien entre los usuarios que se hicieron adictos tras los primeros viajes.


El problema es que Uber no es un servicio de transporte de pasajeros, no del modo que lo conocemos, y está más cerca de funcionar como red social de citas que cualquier otra cosa. O sea: un fulano quiere ir de un punto A al punto B. Otro fulano está dispuesto a llevarlo. Uber se encargar de ponerlos en contacto a cambio de una comisión del 25% del total del viaje.

La presentación que efectuaron los taxistas ante la Justicia porteña tuvo como resultado que la misma suspendiera de manera preventiva toda actividad de la aplicación hasta que se dicte sentencia definitiva, la cual estará recién después de que el Gobierno de la Ciudad informe si Uber se inscribió como empresa prestadora de transporte, si está habilitada, y otras disposiciones que demuestra que, o la Justicia atrasa en su cosmovisión de la actualidad tecnológica, o piensa ajustar el derecho a una de las dos interpretaciones posibles: que no es un contrato entre dos privados sino una empresa de transporte, del mismo modo que Mercado Libre sería el hipermercado más grande de latinoamérica.

En lo particular, habría que remarcar que la queja de los taxistas está mal encarada, si pretenden hacerla de buena fe: No tienen que exigir más regulaciones a Uber, sino pedirle al Estado que desregule un poquito la actividad de los taxis. Aproximadamente unas 100 mandatarias poseen el 25% del total de las aproximadamente 38 mil licencias de taxis de la ciudad de Buenos Aires. Del resto, buena parte está en manos de individuos que tienen un promedio de tres licencias. Algunos manejan una de ellas, otros ni siquiera. Entonces, podría decirse que el problema pasa por una cuestión monetaria que apunta a conservar el monopolio de un sistema que ya poseen y que no perderían nunca, ya que Uber no es un servicio público de pasajeros.


Ante la acusación solidaria y nacionalista de que Uber se lleva la plata del país sin hacer nada –en referencia al 25% de los viajes que se gira a la casa matriz– cabría preguntarse qué esperaban de una multinacional. La visión de la película entera dirá que el 75% restante entra en circulación en el mercado interno, ya que la persona que cobra esa tarifa –probablemente desocupado o agobiado por las deudas, nadie sale a trabajar en horarios extremos si no tiene necesidad– automáticamente  la volcará al mercado interno y el Estado recaudará a través de la vía más sencilla que siempre lo ha hecho, que no es otra cosa que el IVA en cada producto que compre el conductor.

Por el otro lado, de los cientos de controles que tienen los dueños de licencias de taxis, estamos seguros que nadie controla qué hace con el dinero que factura de modo informal al cobrar alrededor de mil pesos el alquiler diario, violentando la tradicional norma que dicta que la ganancia del taxímetro se reparte proporcionalmente. ¿La gasta? ¿Compra dólares? ¿La gira a Panamá? ¿La guarda bajo el colchón?

También pareciera que nadie dimensiona el impacto económico de la guerra contra Uber. Luego de pregonar la vuelta al mundo, prohibimos a una empresa que trae una solución laboral alternativa a 35 mil personas en sólo quince días, y terminamos allanándolos, persiguiéndolos, y clausurándolos. Indirectamente, Uber también contribuye a la reactivación económica de la mano del gasto en combustibles, la venta de automóviles –no más de 7 años de antigüedad–, el funcionamiento de los talleres mecánicos, electricistas, gomerías, lubricentros, casas de repuestos, etcétera.

Factor cultural. Cuando desde las autoridades baja el mensaje de que el taxista es parte fundamental de nuestra cultura, se revientan varias realidades históricas tanto universales como vernáculas.

Nadie se imagina utilizar el telégrafo en 2016, ni comunicarse mediante palomas mensajeras, viajar a caballo, iluminarse con velas, ni calefaccionarse con leña en una gran urbe. En un aspecto más local, el taxista es parte de la cultura del mismo modo que lo fue el aguatero cuando no contábamos con red de agua corriente, a quien todavía se recuerda en los actos escolares. Incluso más cerca en el tiempo, fueron los propios taxistas los que, en tiempos de crisis económica, decidieron modificar el sistema de viaje y subir a varios pasajeros que se dirigieran más o menos hacia el mismo destino, a quienes se les cobraba mucho más barato por el sólo hecho de compartir el viaje. Sí, el colectivo porteño surgió de la cabeza de los taxis de antaño.


La realidad de los taxis demuestran la firme voluntad de no querer competir en una economía de mercado sin hacer trampa. Le escapan a cualquier avance tecnológico que implique una mejora en la comodidad y seguridad del pasajero –salvo la buena voluntad del dueño del vehículo– aumentan las tarifas dos veces al año sin importar de cuánto fue la inflación, ni cuánto aumentaron los salarios; y aplican diferencia de costo en el horario nocturno aprovechándose de la preocupación por la inseguridad. El usuario es cautivo de una suerte de monopolio en el transporte puerta a puerta y podrían beneficiarse si la competencia obligara a los taxis a mejorar sus servicios para no perder. Sin ir más lejos, en Londres, Uber no es competencia para ningún taxi, ya que allí todavía funcionan como un servicio realmente diferencial, con mayores comodidades que los autos particulares.

Es un misterio cuál es la suerte que correrá Uber en Argentina, aunque la próxima llegada de otros servicios similares como Cabify, parecen marcar que el conflicto llegó para quedarse si es que los taxistas no encuentran una vuelta de tuerca para solucionar el problema que es de ellos, no de los usuarios. Y que las autoridades también deberían entender lo mismo, ya que, coincidirá estimado lector, que el monopolio de la represión de ilícitos en una sociedad organizada, pertenece al Estado. Y aplicando la misma lógica que dice que es ilegal que un ciudadano no autorizado por el Estado transporte a otro individuo, que taxistas priven ilegítimamente de la libertad de circulación a otros civiles ante la mirada pasiva de las autoridades que, lejos de intervenir para normalizar el estado de derecho, actúan con temor y secuestran los vehículos.


Los usuarios, mientras tanto, vemos cómo el Estado no sólo carga contra nosotros al impedirnos elegir, sino que siquiera puede explicar por qué los taxistas siguen cortando las calles, atentando contra sus propios empleos al no brindar servicios de transporte de pasajeros, esos que temen que Uber les quite pero que no se preocupan en cuidar.