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sábado, 27 de mayo de 2017

Manuel Mora y Araujo. Q.E.P.D. @dealgunamanera...

Falleció Manuel Mora y Araujo…

Manuel Mora y Araujo. Foto: Cedoc

Sociólogo y analista político, tenía 79 años y era columnista del Diario Perfil.

© Publicado el viernes 26/05/2017 por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

A los 79 años falleció Manuel Mora y Araujo. La triste noticia se conoció este viernes y habría sido consecuencia de un accidente cerebrovascular que sufrió entre la noche del martes y la madrugada del miércoles. El académico será velado este sábado en O'Higgins 2842. Según informó su viuda, Carmen Kenning, el último adiós se realizará el domingo en el Cementerio Alemán de Chacarita.

Nacido el 30 de septiembre de 1937, era sociólogo y analista político, así como un experto en investigación de mercado y análisis. Realizó estudios de posgrado en la Universidad de París, la Sorbonne, y períodos de investigación como becario del Gobierno de Francia, el CONICET, el Social Science Research Council (Nueva York), el Peace Research Institute (Oslo), la Science Policy Research Unit en la Universidad de Sussex (Reino Unido), entre otros centros académicos de varios países.

Parte de su carrera la dedicó a la docencia. En Argentina impartió clases en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y la Universidad del Salvador (USAL), entre otros centros educativos. Además, fue nombrado rector de la Universidad Torcuato Di Tella por el período 2009-2013.

Consultor en temas de comunicación y de opinión pública, colaboró como columnista en medios de prensa, entre ellos el Diario Perfil, y fue autor de numerosos trabajos académicos en temas de su especialidad. Entre sus libros se destacan El voto peronista, Liberalismo y democracia, Ensayo y error y El poder de la conversación. 

La última columna que escribió para Perfil trató sobre el polémico fallo de la Corte Suprema de Justicia que avaló la aplicación del 2x1 para un condenado por un caso de lesa humanidad. En la nota, bajo el título 'Un claro consenso social', el autor analizó cómo la sociedad coincidió en el rechazo a esa decisión del máximo tribunal así como también lo hace a la impunidad de la corrupción política.

Sus columnas pueden leerse aquí.


domingo, 16 de abril de 2017

Amor y espanto… @dealgunamanera...

Amor y espanto…

Felices Pascuas… Raúl Alfonsín. Dibujo: Pablo Temes

El Gobierno mantiene buen nivel de imagen. Lo ayuda el temor al pasado. Cuál es su oportunidad.

© Escrito por Manuel Mora y Araujo el domingo 16/034/2017 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

El país convive con sus muchos problemas reales y con las ofertas de la política. Pero la situación política tiende a definirse. La Argentina tiene gobierno y su gobierno es respaldado por una parte significativa de la sociedad. 

Y ésta es la Argentina: la sociedad –sociedad “bipolar”, la llamé alguna vez– se mueve de un estado de ánimo al opuesto o, como dice Jorge Fontevecchia en su editorial de ayer, de una subjetividad de época a otra.

Por sobre esa sociedad, en parte orientándola, en parte alimentándose de ella, un sistema político que alterna entre alinearse detrás de liderazgos fuertes o funcionar como una máquina adaptativa sin rumbo propio; y al lado de él, los “factores” de poder que se nutren de la actividad productiva, el trabajo y los sin trabajo (empresarios, sindicatos, organizaciones sociales). Bastante igual a sí misma, la sociedad casi parece condenada al ciclo del eterno retorno.

Pero cada tanto aparece algo nuevo que concita altas expectativas de que “esta vez podrá ser distinto”. Fue novedoso en su momento Alfonsín, fue novedoso Menem, fue novedoso el kirchnerismo. Pero finalmente, con cada uno de ellos terminó prevaleciendo el retorno. Ahora estamos ante el incierto y sorprendente ciclo de Macri. La sociedad espera más de él de lo que parecen esperar los dirigentes y los comentaristas e interpretadores. 

El macrismo presenta una impronta novedosa en los ciclos políticos argentinos. No llegó al gobierno con un proyecto definido y con una sociedad entusiasmada con ese proyecto. Alfonsín y Menem entusiasmaron a la sociedad desde el primer día: Kirchner tardó un poquito, pero también la entusiasmó. Macri no. El respaldo que lo llevó al gobierno, y que todavía mantiene, está más basado en lo que excluye que en lo que ofrece. A sus seguidores no los mueve el amor sino el espanto (no el amor al proyecto macrista sino el espanto de la alternativa a Macri, el kirchnerismo). Por eso esta dualidad: las voces de la sociedad dicen que las cosas andan mal, que el Gobierno no las resuelve, pero sigue prefiriendo a este gobierno.

El cambio de contexto nunca es fácil. A Alfonsín le tomó dos años llegar a los juicios a las juntas, hasta que las intervenciones militares en los procesos políticos quedaron desterradas para siempre. A Menem le tomó unos dos años estabilizar la economía. El kirchnerismo fue menos lineal; sus éxitos económicos iniciales se cimentaron bajo la presidencia de Duhalde y la gestión de Lavagna, pero su impronta populista, de ejercicio discrecional del poder, y su propensión a despilfarrar el producto de los primeros buenos años de gobierno llegaron con la presidencia de Cristina. 

Ahora parece estar perfilándose un contexto más definido que el del primer año del gobierno de Macri. El estilo político más institucional que de liderazgo, el clima de diálogo y respeto al pluralismo, la diversidad de voces en los medios de prensa, la actitud abierta hacia el mundo externo, todo eso parece ya descontado y –por lo menos en esta fase del ciclo– la sociedad lo acepta y lo valora. Eso está y es parte del presente. Un programa explícito de política económica sólo lo hay a medias, y se agota en algunas premisas básicas, prolegómenos y generalidades. Pero ahora surge una definición desde un sector del elenco gubernamental que es la base de una política económica: la prioridad es combatir la inflación, estimular la economía vendrá después.

Aparece también una actitud más firme ante la práctica tan argentina de los paros y la protesta activa en la calle, y va perfilándose una conducta firme ante las presiones gremiales. En estos frentes el Gobierno exhibe una determinación que no se le conocía: acepta confrontar. Sale a pelear con jugadores duchos en la pelea –sindicatos, docentes, piqueteros– y toma el riesgo, ya que una derrota se pagaría cara.

Y condensando todo eso, endurece su discurso. Se lo nota más confiado; de hecho, los números de las encuestas lo tranquilizan y, en el frente político, la atomización de los opositores lo favorece. 

De fondo. 

En la calle se cree que este gobierno es menos “politiquero” que otros, pero se entiende que eso debería conducir a enfocarse en los problemas de fondo. Muchos gobiernos se conforman con la noción de que gobernar es ejercer el poder, es estar ahí. La mayoría debe enfocarse en atender innumerables problemas de todos los días. Algunos, en cambio, definen su razón de ser en términos de producir transformaciones de magnitud en algún aspecto que afecta a la sociedad. La sociedad espera algo así de este gobierno. El contexto es apropiado, y el momento es oportuno, para que el Gobierno invierta más esfuerzo y pensamiento estratégico en algunos temas fundamentales que hacen a la realidad de la Argentina. 

El diagnóstico parece claro: nuestro país no puede vivir complacido ante los niveles de pobreza abrumadores que persisten y se agravan, ante la deplorable calidad educativa presente, ante los niveles de corrupción asombrosos que conocemos. Son problemas universales, sobre los cuales en el país y fuera de él muchos think tanks, investigadores y organizaciones sociales trabajan continuamente; no hay que inventar la pólvora, hay que definir políticas y actuar. 

La corrupción está a la orden del día. Es un buen momento para intentar un salto adelante y para instalarse en el mundo como una nación que busca respuestas efectivas. Es un buen momento porque la corrupción es un mal endémico en casi todo el mundo, y es probablemente el más universal factor que produce pérdida de legitimidad y falta de confianza en el sistema político. 

Si el gobierno de Macri logra institucionalizar medidas anticorrupción, respaldadas en un consenso político razonablemente creíble, ésa podría ser su marca en la historia. No podrá hacerlo solo, deberá convocar a otros sectores políticos y sociales, pero puede liderar esa gran cruzada. 


sábado, 8 de octubre de 2016

La verdadera cara de Macri… @dealgunamanera...

La verdadera cara de Macri…

Hace diez meses, la sociedad votó y eligió a un presidente a quien conocía poco. Gradualmente lo va reconociendo y, en ese proceso, va confirmando sus presunciones: es lo que se suponía, con sus atributos buenos y los no tan buenos. Si podrá o no resolver los múltiples problemas que aquejan al país todavía está por verse; también ésa era una gran incógnita a la hora de definir el voto.

El Gobierno insiste mucho en que los problemas actuales son producto de los desaciertos del gobierno anterior y en que, en parte, los problemas actuales se magnifican porque bajo el gobierno anterior estaban disimulados. Esa historia es creíble para gran parte de la sociedad, pero no ayuda a digerir los malos tragos del presente. Al Gobierno no lo corre la sombra de un kirchnerismo con posibilidades de volver, lo corren los problemas reales del país real.

De todos esos problemas, el que muestra la cara más dramática y problemática de la verdadera argentina es el que el Indec acaba de mostrar: un tercio de la población de nuestro país vive en la pobreza.

No es que no lo sabíamos: ningún argentino creyó ni por un instante que en la Argentina hay menos pobres que en Alemania, como se dijo desde el gobierno anterior no hace mucho tiempo; ninguno se mostró especialmente sorprendido cuando desde el Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica año a año se nos presentaban datos que confirmaban esa realidad. Pero el “de eso no se habla” que muchos compartían ayudaba a seguir de largo sin mirar lo que estaba sucediendo.

Lo nuevo no es el dato sino que ahora es un dato oficial, que es el Gobierno el que comunica esa realidad y que el presidente de la Argentina, haciéndose cargo de esos números, acepta que su gestión sea juzgada con esa vara. El discurso oficial, que ya no es más el de los relatos pretenciosos, no negará que somos una sociedad con más de un treinta por ciento de habitantes que viven en la pobreza y casi siete por ciento de indigentes.

Claro, se dice, admitirlo es importante pero más importante es resolverlo. En ese plano, es el Gobierno el que tiene que definir los enfoques para empezar a revertir la situación. Sin duda, hay muchas cosas que pueden hacerse a escala micro: asistencia, ayuda, urbanización de villas, integración de áreas marginales con el mundo de los incluidos.

Pero es imprescindible entender la causalidad en el plano macrosocial: política de empleo –que hoy escasea–, de inversiones –para que se generen oportunidades de empleo–, de educación –para que los jóvenes califiquen para los empleos del mundo actual–, creación de oportunidades –para promover valores emprendedores y modificar actitudes– y estímulos a la actividad productiva.

Estos días se han suscitado algunos debates interesantes en torno a ejercicios intelectuales que procuran caracterizar al actual gobierno. Algunos hablan de un gobierno de “derecha” –o de “centroderecha”, a la usanza argentina–, llevando la discusión a un plano semántico, ciertamente debatible, posiblemente poco conducente. ¿Qué, o quién, es de “derecha”: el Gobierno, el contenido de sus políticas, sus votantes?

Más provocativa, al menos por salir de lo convencional, es la idea del historiador económico Pablo Gerchunoff, quien en un reportaje periodístico lanzó la caracterización de un gobierno que cultiva el “populismo de largo plazo”. Esto es, un gobierno que no sólo no quiere sino que sobre todo no debe aspirar a una reducción inmediata del nivel del gasto público, por lo menos hasta no asegurarse el triunfo en las elecciones parciales del año que viene. 

Interrogante. La gran pregunta no es qué pensamos quienes podemos sentirnos tentados de entrar en ese tipo de debates, sino qué piensan los inversores a quienes el Gobierno busca atraer. Este gobierno de perfil indefinido, que despierta buenas expectativas en una sociedad descreída y malhumorada, que es visto con simpatía por casi todo el resto del mundo –excepto en los enclaves bolivarianos que aún quedan en América Latina–, elige no explicitar sus estrategias para atacar los problemas más complejos. Avanza caso por caso, por ensayo y error, cuando un enfoque no funciona prueba con otro, se muestra proclive al diálogo.

Una cara del verdadero presidente Macri, el que día a día se va develando, es la de quien no oculta los problemas, no trata de manipular las estadísticas, no niega la realidad ni inventa otra. Es el que prefiere buscar soluciones graduales a políticas de shock. Detrás de los rasgos que subraya, con gracia, su imitador televisivo, hay un presidente que no se disfraza detrás de relatos fantasiosos, que no busca explotar ese costado tan típico de la sociedad argentina, proclive a enamorarse de líderes que enarbolan grandes discursos y promesas providenciales, un presidente que prefiere llamar a las cosas por su nombre y que trata de conectarse con votantes normales, de carne y hueso, de ser humano a ser humano.

Ese parece ser el núcleo esencial del enfoque de la comunicación que adopta este gobierno; no es una opción teórica por los medios interactivos por sobre los medios tradicionales, como suele decirse; es una opción pragmática por sintonizar con el lado más fresco y simple del ser humano con el cual se habla. Posiblemente funcione, porque los argentinos de hoy estamos preparados para ese estilo de comunicación. 

La otra cara del verdadero presidente Macri es la que aún está por develarse: cómo jugará en la cancha de la política electoral si, cuando llegue el momento, dentro de pocos meses, los indicadores del país siguen siendo malos, las inversiones no llegan y el humor social continúa deteriorándose.

Si este “populismo de largo plazo” termina siendo, efectivamente, una nueva variante de populismo, y se empieza a ver claro, sobre la superficie, lo que algunos creen ver debajo de las aguas: un país que no sale adelante porque no encara con suficiente resolución sus problemas más serios, porque sus políticos, avalados por la sociedad, siguen aplicando “políticas de parche”. Entonces se sabrá si, bajo el rostro de un presidente amigable, tenemos también un estadista. 



jueves, 7 de enero de 2016

Año nuevo con sorpresas… @dealgunamanera...

Año nuevo con sorpresas…

"Basta de arbolitos". Mauricio Macri. Dibujo: Pablo Temes.

Curiosamente, no fue el dólar la preocupación del final de 2015. Inundación, prófugos y una nueva oposición que se va armando.

© Escrito por Manuel Mora Y Araujo el martes 05/01/2016 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

En la Argentina el año nuevo con nuevo gobierno no siempre se asocia a expectativas tranquilas. Nuestros años nuevos, y la temporada veraniega que los acompaña, suelen ser políticamente complicados. Este de 2016 venía bien, con un gobierno nuevo dotado de energía y espíritu activo, y con las oposiciones y las corporaciones obstruyendo poco. Hasta que estalló lo inesperado: la fuga de los presos de la cárcel de General Alvear con su secuela de violencia y su carga de inquietantes ramificaciones políticas y mafiosas. Sin hablar del drama de una parte del país que se encuentra bajo el agua y con perspectivas inciertas de retornar a la normalidad.

del drama humano, el problema de las inundaciones remite en las percepciones de mucha gente de la ausencia de una política medioambiental. Es un problema universal y no sólo argentino, y como en muchos otros países, también entre nosotros tiende a ocupar un lugar marginal en la agenda política. Pero la problemática ambiental, fuera de agenda, reaparece este fin de año en la política no sólo por el impacto de las inundaciones sino además porque la ex presidenta Cristina de Kirchnercritica al presidente Macri por estar influido por la viuda de Douglas Tompkins, a raíz del tema de las represas hidroeléctricas en Santa Cruz –que es por sí mismo un tema de política pública, y no uno menor–. La contraposición entre desarrollo y medio ambiente como tema opositor.

La seguridad, el medio ambiente, las represas hidroeléctricas, no parecían estar entre los mayores ejes temáticos de esta transición política. Su irrupción en la agenda tal vez contribuya a instalarlos. Y son, si se quiere, una buena señal, porque son problemas que el país arrastra. Este año nuevo, la inflación, los salarios, el tipo de cambio, podrían habernos arruinado la fecha, pero no fue así. Por el contrario, y más allá del impacto de la suba de precios en diciembre, ha prevalecido un clima de expectativas positivas.

Un observador impresionístico no deja de advertir que para estas fiestas volvieron a verse en las góndolas de los supermercados de los barrios pudientes los consabidos fideos italianos y algunos otros productos importados, lo que no significa nada pero en la Argentina es una señal de “buen clima” de consumo de las clases medias. El tipo de cambio no se espiralizó; el ajuste no estalló.
Dentro y fuera del país la situación política argentina despierta más interrogantes que certezas.

Siendo todavía escasos los hechos, las palabras adquieren mayor significado. Al presidente Macri le hace un gran favor, sobre todo en el ámbito internacional, la inusitada y desubicada reacción del gobierno de Venezuela; ante el mundo, y hasta en nuestra América Latina más “bolivariana”, le suma a Macri y le resta a Maduro. Del mismo modo, algunos de nuestros conocidos libretistas nacionales y populares no paran de sorprender. Días atrás, José Pablo Feinmann publicó en Página/12 una pieza notable por el compendio de ideas reaccionarias que combina, acusando a Macri de serla máxima expresión de la deshumanizada modernidad capitalista y a la vez de someterse acríticamente a las enseñanzas del gurú hindú Sri Sri Ravi Shankar. No se entiende qué puede tener eso de particularmente malo, aun si fuese cierto; para Feinmann es inconsistente.

Mauricio Macri, quien asumió el mando con una referencia a Arturo Frondizi, debe estar desorientado con adversarios que lo acusan de estar influido por un líder ecologista o por un líder espiritual. Si Macri esperaba ser atacado por neoliberal, ahora puede dormir tranquilo.

Hasta ahora, no. El gobierno nacional podrá verse exigido por la situación económica y social; eso lo veremos en los próximos meses, pero no ha sucedido hasta ahora. Podrá verse sorprendido por acontecimientos como los de estos días; pero todavía es temprano para arriesgar pronósticos acerca de sus habilidades para capear temporales. De cómo se desarrollen los hechos en esos frentes dependerá, en buena medida, la suerte de este gobierno. Pero también dependerá de cómo se organicen y posicionen los grupos políticos opositores. Y al respecto, el año nuevo comienza con buenos vientos para el Gobierno.

La propensión del gobierno de Macri a hacer uso de los DNU abre un gran signo de interrogación. Tal vez termine concluyéndose que es una respuesta pragmática a necesidades coyunturales; tal vez, que responde a una estrategia política. Hay que esperar para ver. Mientras tanto, el vasto espacio peronista entra en una etapa de redefiniciones. Se entiende que Cristina de Kirchner tratará de mantener el liderazgo, pero no está todavía dicho si se tratará de un liderazgo combativo –como los antikirchneristas suponen– o articulador –como le gustaría al peronismo moderado–. Además, ese liderazgo ¿tenderá a fortalecerse o a diluirse con el paso del tiempo? Más allá de algunas obvias posturas típicamente opositoras, el peronismo exhibe estos días una amplia gama de matices; seguramente será implacable ante eventuales errores del Gobierno, pero no está dicho que será homogéneamente inflexible y destructivo a toda costa. Para muestra hay algunos botones: en el plano de las palabras, declaraciones del senador Urtubey, o la plataforma expuesta con claridad meridiana por Gustavo Marangoni en La Nación del pasado miércoles.

En el plano de los hechos, el bastante sorprendente experimento del municipio de La Matanza –con más población que muchas provincias–, que concentra en la nueva gestión de gobierno local a un alto número de funcionarios de las gestiones nacional y provincial anteriores.

No se descarta que termine sorprendiendo un tipo de peronismo “orientado a la gestión”, que intente desafiar al macrismo a competir en ese terreno donde se suponía que no encontraría competencia alguna. Tal vez la nueva oposición se muestre también pragmática y empuje para la actualización de la agenda de las políticas públicas, que en nuestra Argentina habitualmente es definida por las circunstancias o por las ideologías y no por las estrategias.

Feliz año nuevo.



sábado, 4 de abril de 2015

Candidatos... Bifurcación o integración... @dealgunamanera

Bifurcación o integración...


Detrás del rol de la Presidenta, de su hijo Máximo y otros candidatos posibles está la definición de la relación del poder K con el peronismo.

La Presidenta transmite señales de que espera tener un futuro en la política nacional. Estos días también ha sido noticia la aparición mediática de su hijo Máximo, quien hasta ahora parecía preferir un bajo perfil, aunque las circunstancias llevaron a levantarlo, pero no por su propia iniciativa.

Todo eso es absolutamente esperable. Todos nuestros ex presidentes han imaginado y buscado su permanencia en posiciones de protagonismo político. Alfonsín inicialmente coqueteó con una reforma constitucional que finalmente consiguió años después, en beneficio del presidente Menem.

Desde el llano, Alfonsín buscó incansablemente posiciones de influencia en su partido y en la política nacional. Menem todavía es senador nacional, y últimamente se ha oído hablar de sus supuestas aspiraciones a la gobernación de su provincia. Duhalde insiste en buscar protagonismo aun cuando sus posibilidades de influir son mínimas. La resistencia de los líderes políticos a aceptar que su ciclo concluye es un dato casi constante de la política argentina. ¿Por qué Cristina Fernández de Kirchner habría de ser diferente?

Es bastante claro en casos como los mencionados que los dirigentes que buscaron permanecer en posiciones de poder no tomaron demasiado en cuenta sus efectivas posibilidades de lograr la influencia que buscaban. Y tampoco midieron las consecuencias negativas –aun desde la perspectiva de los intereses de sus propios grupos políticos– que esas acciones podían acarrear. No hay fundamento alguno para pensar que eso podría ser distinto ahora.

Otra cosa es preguntarse cómo la Presidenta traza la línea demarcatoria entre el “nosotros” y los otros. La actividad política contiene siempre una tensión que se agudiza cuando un liderazgo ha cumplido un ciclo: el líder tiende a imaginar que su lugar seguirá siendo ése, el de líder o conductor, pero parte de sus seguidores considera que el futuro de su grupo requiere que el liderazgo sea renovado.

Los seguidores deben manejar esa difícil tensión entre, por un lado, su percepción de lo que más conviene al grupo –y a sí mismos, por cierto, porque cada uno está donde está movido por una combinación de aspiraciones colectivas y aspiraciones personales–, y por otro lado, su lealtad al líder.

El peronismo ha contenido, desde sus orígenes, dos líneas contrapuestas: una “verticalista”, otra “pluralista”. En el balance de sus 12 años de protagonismo en la política nacional, los años de Néstor Kirchner dieron al kirchnerismo el vigor de lo plural y los años de Cristina lo llevaron a la consistencia de lo vertical. Aunque rara vez lo expresen abiertamente, muchos cuadros de la primera y la segunda línea del actual gobierno provienen de un peronismo con raíces históricas más diversas que el kirchnerismo, vieron la luz antes que éste hiciera su aparición en la historia reciente. Hoy, la candidatura de Scioli encarna a esa tradición plural; es una opción para avanzar hacia la reabsorción del kirchnerismo en la tradición peronista.

El futuro que la Presidenta está persiguiendo ¿a quienes incluye, más allá de su círculo más estrecho de seguidores? A veces actúa en nombre de lo que hoy ella misma representa, a veces en nombre de una acepción más amplia de lo que es el “kirchnerismo”, y a veces en nombre del peronismo, como quiera que se lo defina. No está del todo claro si la entrada en escena de Máximo busca reforzar el círculo estrecho o es más bien un camino para hacerlo parte de una corriente más amplia que reinserte al kirchnerismo en el peronismo.

O, en otros términos, si se trata de un desafío a parte de la tropa que hoy se siente cercana al Gobierno o es más bien un intento de sumarlo a ella, si va a competir por un lugar al que aspiran peronistas de vieja data que hoy se sienten parte del oficialismo o si va a integrarse a ellos y acompañarlos respetando títulos y trayectorias.

Todo eso se expresa en el interrogante que muchos análisis expresan diariamente. ¿Apoyará la Presidenta a Scioli si éste mantiene posibilidades ciertas de ganar la elección presidencial, o preferirá más bien a un candidato perdedor surgido de entre quienes carecen de un posicionamiento propio?

Disyuntiva. Se están configurando dos escenarios del futuro político inmediato con respecto a la relación entre el actual kirchnerismo y el tradicional peronismo: en un escenario se mantienen separados, en el otro vuelven a integrarse.

Por otra parte, la política es siempre una mezcla de poder y de representación. En la actual coyuntura, en el kirchnerismo Scioli es el más acabado producto de la capacidad de representar. La candidatura de Recalde –para tomar un caso opuesto– es un típico producto de la verticalidad, de ejercicio del poder.

En esos términos, tal vez estemos en un buen momento: la representación, como fenómeno espontáneo de la sociedad, está generando límites al ejercicio del poder. Scioli es candidato, y representa a quienes representa –tanto a votantes como a dirigentes a lo largo y ancho del país– por gravitación propia. También Massa, a quien nadie ungió candidato haciendo uso del poder. También Macri.

Y con Macri sucede algo más: con algo de asombro y bastante de curiosidad, el público sigue estos días la saga de Gabriela Michetti, que desafía a su líder con el capital de sus propios votos. Al menos en este momento, la tradición argentina de candidatos seleccionados a dedo está siendo bastante neutralizada. Habrá que ver, entonces, cuál es la suerte que correrán los que se ganaron un lugar a la sombra del poder y de la militancia organizada, como La Cámpora y su inspirador, Máximo.

Disponen de poder, pero en materia de acumular representación todavía no han mostrado demasiado; pero es cierto que es temprano para llegar a una conclusión.

Otra cosa es Cristina de Kirchner. Aunque se habla mucho de su poder y su vocación verticalista, lo cierto es que ella se respalda tanto en sus recursos y capacidades de ejercer el poder como en su bastante notable capacidad representativa.

© Escrito por Manuel Mora y Araujo, sociólogo, el sábado 004/04/2015 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.


martes, 20 de enero de 2015

¿Estamos en el límite?... De Alguna Manera...

¿Estamos en el límite?...


La muerte de Nisman expone, una vez más, el rostro del fracaso argentino.

La noticia conmocionó al país. La muerte del fiscal Alberto Nisman es una tragedia en el plano personal; además cayó como una bomba para toda la Argentina. No es necesario prejuzgar sobre las causas de esa muerte para concluir que este nuevo capítulo de la saga AMIA desnuda uno de los núcleos más complicados de nuestra sociedad, esa irreductible capacidad de impedir siempre la resolución de los problemas. La muerte de Nisman expone, una vez más, el rostro del fracaso argentino. El caso AMIA en sí mismo es un exponente de ese fracaso.

Es habitual en situaciones como éstas preguntarse quién gana y quién pierde. Ante todo, perdemos todos los argentinos. Perdemos por vernos superados por los hechos, perdemos por no poder esclarecer lo que nos sucede, perdemos porque la sociedad toda pierde confianza en sí misma, perdemos porque el mundo nos pierde confianza.

En el cortísimo plazo, el gobierno posiblemente pague un precio; en verdad, este gobierno, ducho en fabricar errores no forzados, ha hecho de Irán una fuente inagotable de problemas para sí mismo, desaprovechando la oportunidad de capitalizar políticamente la falta de resultados de los gobiernos que lo precedieron en el esclarecimiento del atentado contra la AMIA. Pero este posible balance de cortísimo plazo, principalmente electoral, dependerá de la habilidad con que tanto el gobierno como los dirigentes opositores respondan a este nuevo desafío. Ni unos ni otros pueden darse el lujo de esperar para informarse más acerca de las expectativas de la gente; deben producir respuestas y es difícil anticipar cuáles resultarán acertadas y cuáles no.

Hoy podemos conjeturar, a tientas, que esas expectativas sociales oscilan entre el desconcierto, la indignación y el temor. Esta no es una historia como las de la mafia siciliana, que por horribles que resulten terminan diluyéndose en las aguas más complejas y diversas de la vida; esto está más cerca -o al menos así lo parece hoy- al crimen de Aldo Moro o el de John Kennedy, hechos que sacuden violentamente a un país y ponen en evidencia la oscura trama de los entretelones de la política.

Muchas voces de periodistas, de políticos y de gente de la calle eligen repartir culpas y decretar sentencias apresuradamente. Esperable y comprensible, pero inconducente. También hay muchas otras voces más serenas -tanto desde el oficialismo como desde la oposición- que abogan por blanquear por lo menos todo lo que ya se sabe y no ha sido transparentado en el caso AMIA y piden la continuidad de la investigación en condiciones razonables de no interferencia política.

¿Estamos en el límite?

Por lo menos, estamos ante una oportunidad para reaccionar. Esperar que a partir de la muerte de Alberto Nisman se abra una nueva etapa política en el país suena a mucho pedir. Pero un pasito en esa dirección es ni más ni menos lo que millones de argentinos están esperando.

© Escrito por Manuel Mora y Araujo, Sociólogo, el lunes 19/01/2015 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.  




viernes, 3 de octubre de 2014

¿Cuándo nos ocuparemos de la educación?... De Alguna Manera...


Crisis de valores...  


La situación de la educación en la Argentina es crítica. Todos los datos disponibles lo ponen de manifiesto. El gobierno nacional tiende a negarlo, posiblemente porque se siente políticamente vulnerable en ese plano; pero, con algunas excepciones, desde los espacios opositores hay pocas señales de que el tema sea enfocado con la profundidad y la urgencia que requiere, posiblemente porque se eluden debates internos que son vistos como divisivos. 

En el plano de la educación esa tendencia a eludir el debate de temas importantes para preservar supuestas o reales cohesiones políticas o ideológicas es fatal.

La educación es un plano crítico porque determina el futuro de varias generaciones. Si hoy no formamos jóvenes para que mañana puedan ser trabajadores competitivos, está claro que los jubilados de pasado mañana representarán una carga más pesada a los trabajadores de ese momento, porque sus ingresos serán menores. Ninguna ideología, ningún malabarismo retórico, puede modificar esa realidad: una economía menos competitiva es una economía más pobre. La educación es uno de los factores centrales en la compleja cadena que ha ido alejando al país de los estándares competitivos del mundo.

La mejora de la educación parece, y posiblemente sea, una tarea ciclópea. Hay diversos diagnósticos. El sistema educativo es menos inclusivo de lo que debería ser, en primer lugar en el nivel secundario, que ya tendría que ser universal, pero también en el primario –un problema que, si bien es más reducido, es más dramático–.

Igualmente grave es que cursar la educación formal no garantiza una formación adecuada. 

Las serias dificultades de comprensión de textos y de expresión escrita, la nula asimilación de información histórica y geográfica, los déficits que señalan las prueba PISA, son constatados en todo el país. Basta recordar que hace unos años un experto internacional, después de visitar diversas escuelas en distintos niveles socioeconómicos en nuestro país, identificó dos problemas que consideró muy graves: uno es que muchos chicos no van al colegio, otro es que algunos chicos, bien dotados intelectualmente, van al colegio, y allí muchas de sus capacidades intelectuales son anuladas o desaprovechadas.

Otro problema es el escaso número de días de clase efectivos, producto en parte de decisiones políticas inexplicables pero también de los paros docentes que son parte del estado natural de las cosas desde hace décadas. Los sindicatos son un problema; en privado lo reconocen muchos dirigentes políticos, pero lo cierto es que parte del poder de los sindicatos se refleja en su capacidad de paralizar toda iniciativa que pueda llevar a establecer como prioridad para todos el mejoramiento de los estándares en calidad de la educación y en prestación de los servicios que se esperan de los docentes. Los gremios son un obstáculo para ambas cosas. Para mejorar la situación educativa es imprescindible encarar un diálogo constructivo con los gremios docentes; y para que ese diálogo pueda tener lugar es imprescindible una estrategia orientada a la búsqueda de soluciones estables y no sólo de parches circunstanciales.

No hay duda de que hay un problema en la relación entre la oferta y la demanda educativa. La demanda –por lo menos en los niveles preescolar, primario y secundario, pero en parte también en el universitario– son los padres. ¿Por qué el involucramiento de las familias de los padres en las escuelas en la Argentina es bajo? Hay datos y registros que dan para avalar las más diversas teorías. Hay una crisis de valores en la sociedad: a muchísimos padres no les interesa el desempeño educacional de sus hijos, no demandan una mejor educación. Es indudable.

Pero hay instancias contrarias; para no ir más lejos, la cantidad de padres, o madres solas, muy pobres que deciden enviar a sus hijos a escuelas privadas para asegurarles mejor educación es una señal inequívoca de compromiso. El mayor involucramiento de los padres en la educación de sus hijos tiene que ser estimulado. En muchos casos son los directores y los docentes quienes producen esos estímulos; como regla, no parece ser una política generalizada.

Para mejorar la educación habrá que hacer muchas cosas. Algún día hay que empezar. Y hay que informar a la sociedad de lo que se hace y de los resultados. También en ese plano estamos muy rezagados en comparación con el resto del mundo, incluyendo a nuestros vecinos de la región, donde hasta el desempeño de cada escuela es conocido por toda la población.

© Escrito por Manuel Mora y Araujo, Sociólogo, el Sábado 27/09/2014 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.