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domingo, 16 de agosto de 2020

1850 - 17 de Agosto – 2020, a 170 años de su fallecimiento… @dealgunamanera…

 José de San Martín, el hombre…

General Don José de San Martín. Imagen: Cedoc

Hace 170 años, moría en Boulogne sur Mer, Francia, el General Don José de San Martín. 

© Escrito por Adela M. Salas, Profesora y Doctora en Historia y Profesora titular de la Universidad del Salvador el domingo 16/08/2020 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los Argentinos.


En estos renglones, no escribiré de su nacimiento en la inhóspita Yapeyú, ni de sus inicios como soldado en la Península Ibérica, ni de su formación en caballería, infantería y marina, ni de su bautismo de fuego en Orán, ni de su actuación en el campo de batalla de Bailen, ni de su participación en la Logia Lautaro, ni de la creación de los Granaderos a Caballo, ni de su trabajo en el Ejército del Norte, ni de sus planes en su amada ínsula cuyana, ni de sus entrevistas con los pehuenches, ni de su calidad de estratega para pensar la liberación de América y de digitar la “guerra de zapa”, ni de su gran hazaña del Cruce de los Andes- comparada tantas veces con la de Aníbal y con las campañas napoleónicas- ni de su  valiente participación en las declaraciones de independencia de Argentina, Chile y Perú, ni su obra como Protector del Perú, ni de las operaciones de “ puertos intermedios”, ni del tan renombrado encuentro con Simón Bolívar en Guayaquil, ni de su ostracismo, ni de su sable corvo, ni de sus últimos días. 

Dedicaré este espacio para explayarme en algunas de las virtudes del hombre, sin olvidar- parafraseando a Terencio- que nada de lo humano le era ajeno. Manuel Belgrano, rescató los valores del Libertador en varias de sus cartas, en una del 25 de diciembre de 1813 sostuvo: “estoy firmemente persuadido que con Usted se salvará la Patria.”  

La integridad de San Martin se hacía carne en hechos concretos en los que demostró la austeridad en tiempos de crisis, su generosidad y sacrificio para lograr la independencia de los pueblos americanos. Sirvan de ejemplo pequeños – grandes actos como cuando nombrado gobernador de Cuyo, en 1814, renunció a la mitad de su sueldo, o cuando después de la victoria de Chacabuco el Cabildo de Chile lo recompensó con 10.000 pesos que él agradeció pero dispuso que se los destinara a la formación de la Biblioteca Nacional, o cuando recibió en su residencia en Santiago una vajilla de plata y la devolvió con las siguientes palabras “no estamos en tiempo de tanto lujo, el Estado se halla en necesidad y es necesario que todos contribuyamos a remediarla” y en el mismo acto rechazó “el sueldo que se me tiene señalado por este Estado.” Y cuando el mismo Cabildo le donó una chacra, asignó la tercera parte al Hospital de Mujeres y dotó un vacunador para frenar la expansión de la viruela.


No le importó sacrificarse en pos de sus objetivos. Así lo expresó en varias oportunidades a su amigo Tomás Godoy Cruz, como cuando en 1815 le escribió: “todo es necesario que sufra el hombre público para que esta nave llegue a puerto”, refiriéndose a la libertad de América, o cuando en otra carta le recalcó: “si queremos salvarnos es preciso grandes sacrificios.”

Su modestia quedó registrada en letras de molde en el periódico El Independiente del Sur cuando, luego de la victoria de Maipú, volvió a Buenos Aires el día antes de lo previsto, de noche y de incógnito, para que su llegada pasara desapercibida. Su posición ante la ambición la dejó por escrita en varias ocasiones, así le manifestó a O’ Higgins: “No me cabe en mi imaginación cómo hay hombres que, por ambición o pasiones personales, quieran sacrificar la causa de América.”

No quiso participar en guerras civiles ni en enfrentamientos que consideraba estériles y así lo expuso en varios papeles como en la carta al entonces gobernador de Santa Fe, Estanislao López: “Unámonos, paisano mío, para combatir a los maturrangos que nos amenazan divididos seremos esclavos…depongamos resentimientos particulares, y concluyamos nuestra obra con honor…Mi sable jamás saldrá de la vaina por opiniones políticas…”

El Libertador, a pesar de las innumerables calumnias, sostuvo su posición cuando escribió La Proclama a las Provincias del Río de la Plata el 22 de julio de 1820 anunciando su campaña al Perú: “No, el general San Martín jamás derramará sangre de sus compatriotas, y sólo desvainará su espada contra los enemigos de la independencia de Sud América.”


Cuando en 1822 abandonó definitivamente el suelo peruano recalcó: “Mis promesas para con los pueblos en que he hecho la guerra están cumplidas; hacer su independencia y dejar a su voluntad la elección de sus gobiernos”… ”En cuanto a mi conducta pública – mis compatriotas- como en lo general de las cosas- dividirán sus opiniones, los hijos de éstos darán el verdadero fallo.”

Después de cinco años de vivir en Europa, regresó al Río de la Plata y al enterarse de las luchas fratricidas, decidió no desembarcar “no perteneciendo ni debiendo pertenecer a ninguno de los partidos en cuestión.”

En tiempos de pandemia, que azota al mundo entero, es cuando aparecen las peores miserias, pero también las mayores virtudes del ser humano y es oportuno recordar algunos aspectos de un gran hombre: integro, austero, generoso, sacrificado y modesto.  Que a la luz del ejemplo sanmartiniano surjan en cada uno de nosotros los valores tan necesarios en estos días.









jueves, 25 de mayo de 2017

25 de Mayo de 1810... @dealgunamanera...

25 de Mayo de 1810...


© Compilado el viernes 02/12/2012 y publicado por Ricardo Faggella en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. El contenido de esta obra corresponde al Tomo II de Historia Argentina, La Revolución de José María Rosa.

Miércoles 23 de mayo.

Desde las 10 de la mañana los capitulares estuvieron entregados al complicado escrutinio del congreso vecinal. A las dos de la tarde el síndico Leiva, a quien el pronunciamiento hacía gran elector de la nueva Junta, se puso a redactar el bando a fijarse en la ciudad, dictar el Reglamento constitucional del nuevo gobierno, y elegir sus componentes de manera de contentar a todos. Leiva era un temperamento conciliador y reacio a los cambios bruscos. Separar al virrey absolutamente le parecía un acto revolucionario. En Buenos Aires podía pasar, por hallarse pronunciada la opinión, pero no ocurriría lo mismo en el interior. Seguramente Montevideo, más por decisión de sus vecinos que por la de su timorato gobernador Soria, habría de resistirlo; y no había duda lo harían el brigadier Velazco en Paraguay, Gutiérrez de la Concha en Córdoba, Nieto en Charcas, y Paula Sanz en Potosí; y, desde luego, el virrey Abascal en Perú, que ocupaba con Goyeneche a La Paz desde los acontecimientos del año anterior.

Leiva, con Villota, había aconsejado al virrey el temperamento del cabildo abierto, propuesto por los carlotinos, para llevar a un remanso sereno la turbulencia callejera del domingo 20. No había resultado tan remanso como esperaba, pero de todos modos los vecinos le habían dado su confianza al erigirle con voto decisivo. Emplearía su influencia para llevar adelante el viejo plan de Cisneros: alargar las cosas hasta la reunión del congreso de todo el virreinato.

Uno de los votos del cabildo abierto —el del presbítero Bernabé de la Colina— dio la solución a las cavilaciones de Leiva. El presbítero había votado por una junta presidida por el virrey e integrada con un representante de cada una de las clases destacadas de la ciudad: militares, eclesiásticos, abogados y comerciantes. Ofrecería al virrey la presidencia, y a cuatro del partido criollo las vocalías: Saavedra, como la figura de más prestigio en las milicias, representaría a éstas; el presbítero Sola, cura de San Nicolás, al clero; Castelli, el defensor de Paroissien, a los abogados; y el comerciante José Santos Incháurregui, a los suyos. Los cuatro habían votado por la deposición del virrey y representaban matices del partido revolucionario: Saavedra a los milicianos que estuvieron con Liniers el 1 de enero de 1809, Sola al clero patriota que quería una "junta como en España", Castelli a los carlotistas, e Incháurregui, amigo de Álzaga y de gran actuación en las invasiones inglesas, a los partidarios del ex alcalde de 1807 y 1808 (por un error repetido se dice que Incháurregui y Sola eran españoles; lo era sólo aquél, pero con viejo arraigo en la ciudad; Sola había nacido en Buenos Aires).

A las dos de la tarde fueron dos regidores —Ocampo y Anchorena— a notificar a Cisneros su cesantía, y posiblemente decirle por lo bajo que sería repuesto al día siguiente como presidente de la Junta conservándole el tratamiento de virrey. Cisneros entregó el bastón y la banda, insignias del mando, y por fórmula hizo una protesta.

Bando del 23, sobre el resultado del Cabildo Abierto.

El bando que se fijó en seis ejemplares en las cercanías del cabildo decía:

1º) Que el voto de la asamblea de vecinos había sido que el cabildo, con voto decisivo del síndico, se subrogaba provisionalmente en el mando hasta erigir una Suprema Junta "que haya de ejercerlo dependiente de la que legítimamente gobierne en nombre de Fernando VII" (esto lo agregaba Leiva por su cuenta).

2°) Que procedería inmediatamente a erigir la Junta.

3°) Que ésta ejercería sus funciones "hasta que se congreguen los diputados que se convocaran de las provincias interiores para establecer el gobierno más conveniente".

Apoyo de los jefes militares.

Obtenida la aceptación de los candidatos (ni Saavedra ni Castelli pusieron reparos), fueron convocados por Leiva los jefes de regimientos para consultarles lo que había preparado (nombramiento de la Junta, palabras del bando y Reglamento). No hubo oposición, salvo algunos reparos al Reglamento de Pedro Andrés García: "Contestes expusieron que aquel arbitrio (la Junta presidida por el virrey) era el único que podía adoptarse en las circunstancias como el propio a conciliar nuestra seguridad y defensa, y no dudaban sería de la aceptación del pueblo".

En ningún documento se encuentra una resistencia de los jefes militares, sobre todo Rodríguez, como dice López en su Historia. No la hubo en realidad. La inclusión de Belgrano en la Junta que dice Mitre, parte de un error de Saavedra que confunde su nombre con el de Castelli al escribir sus recuerdos.

Nada más pasó en el día, salvo un incidente callejero pero sintomático de la agitación popular que la gente de arriba no alcanzaba a percibir o creían poder dominar. Una manifestación rompió los vidrios de la casa del Dr. Villota, sin duda como reacción por su discurso del día anterior.

Bando del 24 de mayo y Reglamento de la Junta.

A la mañana siguiente fue fijado el bando haciéndose pública la integración de la nueva Junta.

"Considerando los graves inconvenientes y riesgos que podrían sobrevenir a la seguridad pública sí. ... fuese absolutamente separado del mando el Excmo. Señor Virrey de estas provincias... pues que ellas podrían o no sujetarse a semejante resolución, o al menos suscitar dudas sobre el punto decidido en cuyo caso serían consiguientes males de la mayor gravedad, debemos mandar y mandamos que continúe en el mando el señor Virrey asociado de los señores... cuya corporación ha de presidir el señor Virrey con voto en ella... conservando su renta y altas prerrogativas de su dignidad mientras se erija la Junta General del Virreinato..."

A continuación venía el Reglamento, cuyas principales disposiciones eran:

".. .Art. 4: el Cabildo designará las vacancias de la Junta por muerte, ausencia o impedimento de los titulares; art. 5: igualmente tiene el derecho de deponerlos "reasumiendo para este solo caso la autoridad que le ha conferido el pueblo"; ... 7: no ejercerán actos judiciales, quedando a su cargo exclusivamente la Audiencia; 8: publicaría un estado mensual de cuentas; 9: no impondría contribuciones ni servicios ni daría pensiones sin acuerdo del Cabildo; 10: ninguna orden del virrey sería válida si no estuviera rubricada por los integrantes de la Junta; 11: se disponga en cada municipio la convocatoria de "la parte principal y sana del vecindario" para elegir un diputado al Congreso General; 12: que éste jure "estar subordinado al gobierno que legítimamente represente a Fernando VII".

La Junta con Cisneros causó pésima impresión en el pueblo: el virrey mantenía su tratamiento, sueldo, honores y sobre todo el mando de las tropas. En cambio para la gente principal, tanto criolla y española, la solución fue una fórmula salvadora de disturbios.

Se ha dicho que los jóvenes de "las luces" iniciaron la resistencia a la nueva Junta. No hubo tal. Los antiguos carlotinos se declararon contra la Junta solamente la noche del 24 al 25 cuando fue evidente el pronunciamiento popular.

A las 4 de la tarde juró la Junta con gran solemnidad. Leiva pronunció una alocución felicitando a Cisneros por su anterior gobierno y deseándole ventura en el nuevo. La ciudad fue iluminada en señal de regocijo, y tanto el virrey como los vocales recibieron plácemes en el Fuerte hasta las ocho de la noche.

Inquietud popular.

Leiva había encontrado la mejor solución a su leal saber y entender. Consultó con la clase principal y sana y dio con la fórmula que le pareció perfecta. A la tarde del 24 todos estaban jubilosos; los jefes militares en su totalidad juraron sostener la Junta que a su entender "no dudaban sería de la aceptación del pueblo". Pero al pueblo no se lo había consultado. Para Leiva no existía; era una masa bulliciosa en los festejos cívicos, que servía para defender a la ciudad cuando venían los ingleses, pero no tenía opinión. Un inmenso cuerpo cuya cabeza estaba en la parte principal y sana, a lo menos hasta ese momento. Pero esa tarde del 24, apenas corrió la noticia que "el virrey quedaba", dio muestras de existir. Empezó a notarse conmoción en los cuarteles. No entre los comandantes que habían jurado sostener la Junta. En los soldados, cabos y sargentos; luego pasó a los oficiales, y de allí llegaría a los jefes: el virrey no podía quedar en el gobierno. La inquietud se hizo mayor en Patricios; el inquieto Chiclana saldrá de las Temporalidadespara asombrar al síndico que recibía plácemes por su fórmula salvadora espetándole la tremenda verdad: "Al pueblo no le acomoda que el virrey quede bajo ningún aspecto". Cosa tan absurda desconcertó y molestó a Leiva: "El pueblo había depositado su autoridad en el Cabildo y éste obrado en virtud de ella", y ordenó a Chiclana se fuese a su cuartel "arrestado por impostor". Eran dos ideas distintas de lo que era el pueblo.

Esta vez la gente no fue a la plaza: se dirigió a los cuarteles, sobre todo a las Temporalidades (Perú entre Alsina y Moreno), donde los batallones 1 y 2 de Patricios estaban acuartelados, para incitar la marcha sobre el Fuerte. No habría lucha, porque los granaderos de Terrada que tenían la custodia virreinal, eran también milicianos y criollos. Algo semejante a lo que pasaba en Patricios, ocurría a las mismas horas en Arribeños y Andaluces. A las ocho de la noche un grupo de oficiales patricios fue al Fuerte a advertirle a Saavedra la gravedad de la situación; éste debió desconcertarse y dolerse, pues creyó que el cuerpo le obedecería ciegamente. A la misma hora, Castelli es llamado desde la casa de Rodríguez Peña, donde sus amigos le impondrían la situación. Saavedra cree haber dado con el expediente para calmar a los suyos: ¿si el virrey dejase el mando de las armas? Lo propone a Cisneros, que lo rechaza de plano: prefiere renunciar antes de encontrarse como Sobremonte el 14 de agosto. Vaya y pasen cuatro adjuntos, pero renunciar a la comandancia de las armas, jamás. En ese momento —9 y media de la noche— vuelve Castelli al Fuerte, pues informado de la exaltación de los cuarteles por sus amigos quiere renunciar. Cisneros, según dice López, se puso de pie al saberlo: "¡Pues renunciemos todos ahora mismo!". Castelli tomó la pluma y redactó la dimisión colectiva: "En el primer acto que ejerce esta Junta Gubernativa ha sido informada por dos de sus vocales de la agitación en que se halla el pueblo...". "No, interrumpe Cisneros, ponga usted alguna parte del pueblo"; "¡Es todo el pueblo, señor!; "Ni usted ni yo lo podemos asegurar"; "Bien... alguna parte del pueblo". Vuelve a interrumpir Cisneros que dicta: "lo que no puede ni debe ser por muchas razones de la mayor consideración", que Castelli transcribe a la letra: lo demás del documento insta la elección de quienes "puedan merecer la confianza del pueblo, supuesto que no se la merecen los que constituyen la presente Junta". Firman y sellan el pliego y lo mandan al cabildo, cuyos titulares ya se habían retirado.

Saavedra y Castelli, ya renunciantes, se retiran. Éste a lo de Rodríguez Peña, aquél al cuartel de Patricios, donde al entrar debe hacer frente a un tumulto. Para calmar a los suyos les dice que ha renunciado conjuntamente con la Junta en pleno. No habrá necesidad de marchar sobre el Fuerte y sacar al virrey y a la Junta como lo querían en las Temporalidades.

Viernes 25 de mayo.

La noche del 24 al 25 es de alboroto. Una "especie de conmoción y gritería en el cuartel de Patricios" no deja dormir al notario eclesiástico Gervasio Antonio de Posadas, que así lo dice en su diario íntimo. Lo corrobora Cisneros en su informe al Consejo de Regencia: "...en el cuartel de Patricios gritaban descaradamente algunos oficiales y paisanos y esto era lo que llamaban pueblo..."; los oidores que serían expulsados de Buenos Aires en breve, mencionan en su informe "... una fermentación en el cuartel de Patricios" que precedió a los sucesos del 25.

Una gritería en Patricios fue el recuerdo de la noche de la revolución para los vecinos del centro de Buenos Aires. Eran los orilleros que formaban el grueso de la milicia patriota expresándose de manera airada: reclamaban su derecho a ser el nervio y la fuerza de la historia argentina. Las milicias urbanas se alzaban contra lo arreglado por la clase "principal y sana" que esa noche acababa de perder su posición de clase dirigente. La ciudad amaneció amotinada y el alzamiento desconcertó a todos; inclusive a los jóvenes que peticionaban a nombre del pueblo y acababan de aplaudir la solución de Leiva; inclusive a los comandantes que no habían vuelto a los cuarteles después de jurar apoyo a la Junta presidida por el virrey, y nada sabían del "espíritu de Mayo" que acababa de nacer.


No era un planteo militar, de soldados que siguen dóciles a sus comandantes. Los milicianos de Mayo tenían conciencia de ser el pueblo en armas, y fueron ellos, los soldados y las clases, y no los comandantes quienes gritaron su disconformidad. Fue una entidad nueva, el pueblo —el auténtico pueblo, que no el retórico de los intelectuales— imponiéndose como la gran realidad argentina. Fue también el levantamiento de las orillas contra el centro que alguna vez debía producirse, pero no llegó a consolidarse por falta de jefes con conciencia de su misión.

A las 8 se reunieron los capitulares. Se habían retirado temprano la noche anterior y nada sabían de las ocurrencias; en las calles no había nadie, y una llovizna fina prolongaba el temporal. La mañana destemplada no parecía propicia a acaloramientos y no se explicaron la gritería que llegaba de la calle del Correo. Tal vez juegos de la tropa acuartelada. Discuten la renuncia de Cisneros y la Junta, que encuentran a despacho. ¿Cómo semejante actitud, cuando todo se había arreglado a satisfacción general? Sin duda, cosas de Chiclana que impresionaron a Saavedra. Pero ¿a qué atemorizarse por la agitación de una parte del pueblo si los jefes militares habían jurado su sostenimiento? Contestan que la Junta no tenía el derecho de renunciar y "está estrechada a sujetar con las armas esa parte descontenta... de lo contrario hace responsable a V. E. (el presidente y los vocales) de las funestas consecuencias".

Primera intervención: la "multitud de gente".

Apenas se ha mandado la nota, hizo irrupción una "multitud de gente" que sube en alboroto la escalera y golpea la puerta de la sala de sesiones. Leiva se asoma y tolera que algunos personeros entren al recinto a hablar "acaloradamente" con los señores asombrados de la irreverencia: "el pueblo se encuentra disgustado y en conmoción porque no acepta al virrey en la Junta y menos con el mando de las armas". Responden los señores, con calma, que han formado la Junta conforme a las facultades que el pueblo les había conferido. "El Cabildo se ha excedido de las facultades" dicen los personeros; no había sido la permanencia del virrey lo resuelto y debe por lo tanto dejarse sin efecto. Leiva para "serenar aquellos ánimos acalorados" promete que los capitulares "meditarían sobre el asunto con la reflexión y madurez de las circunstancias", y consigue que los personeros se vayan con la "multitud de gente". Lo hacen profiriendo amenazas: si los señores no procedían conforme a la voluntad del pueblo "podían ocurrir desgracias demasiado sensibles y de nota".

Segunda intervención: comandantes de las fuerzas.

Ante la amenaza, y convencidos que ceder a la imposición tumultuaria quitando del mando "al jefe de estas Provincias, sería el primer eslabón de nuestra cadena", los capitulares buscan el apoyo de los comandantes de los cuerpos "no obstante que el día de ayer se comprometieron a sostener la autoridad". A las 9 y media se hacen presentes. Leiva les habla de lo ocurrido y recalca "los males que iban a resultar siempre que se innovase en lo resuelto, recordándoles su compromiso anterior". Menos los jefes de tropas veteranas (Orduña, de Artilleros; Lecoq, de Ingenieros; José Ignacio de la Quintana, de Dragones), que se mantienen en silencio, los demás (Romero, segundo de Patricios; García, de Montañeses; Ocampo, de Arribeños; Terrada, de Granaderos; Ruiz, de Naturales; Esteve y Llac, de Artilleros de la Unión; Merelo, de Andaluces; Martín Rodríguez, del  de Húsares; Núñez, del ; Vivas, del 3º; Castex, de Migueletes; Ballesteros, de Quinteros) contestan "que no sólo no podían sostener al gobierno, ni aun sostenerse a ellos mismos y menos evitar los insultos que podrían hacerse al Excmo. Cabildo... que el pueblo la tropa estaban en una terrible fermentación...". Hablaban todavía los jefes, cuando la gente de los corredores golpeó otra vez la puerta, "oyéndose voces que querían saber de qué se trataba". Sin apoyo militar, el cabildo manda a Manuel Mansilla y Tomás Manuel de Anchorena al Fuerte a decirle a la Junta que "nuevas ocurrencias muy graves" obligaban a variar su resolución y era "de necesidad indispensable a la salud del pueblo que el Excmo. Señor Presidente (ya no le dieron tratamiento de virrey) se separase del mando... sin protesta alguna para no exasperar los ánimos".

Tercera intervención: el pueblo.

La multitud no deja los corredores, manteniéndose en una expectativa amenazadora. Esperaban los capitulares que llegase la definitiva renuncia de Cisneros cuando "algunos individuos del pueblo a nombre de éste" se apersonaron nuevamente a la sala para decir que no bastaba con la separación del virrey, pues "habiéndose excedido el Cabildo en sus facultades, y teniendo noticia cierta de haber renunciado todos los vocales, había el pueblo reasumido la autoridad que depositó en el Excmo. Cabildo". Venía a imponer los nombres de una nueva Junta "con la precisa indispensable condición de marchar dentro de quince días quinientos hombres a las provincias interiores costeada con los sueldos del virrey, oidores, contadores mayores, empleados del estanco del tabaco y otros que tuviese a bien cercenar la Junta, dejándosele congrua suficiente para sus subsistencias... debiendo temer en caso contrario resultados muy fatales''...

Era indudable que la deposición del virrey seria resistida por algunos intendentes, y se hacía ineludible mandar una tropa que se impusiera al interior. El cambio político se hace revolución, y agresiva: la expedición se costeaba con los sueldos del virrey y de quienes habían votado el mantenimiento de su autoridad.

Ante el "alboroto escandaloso" de semejante petitorio, Leiva sólo atina a pedir que "representase el pueblo aquello mismo por escrito".

Lo que has visto pasar
Solo vos, Plaza de Mayo,
Lo podrás olvidar
A través de los años.
Siempre fuiste un bastión,
Nuestro punto de unión,
Donde el pueblo expresó
Su alegría o dolor.
Lo que has visto pasar
Solo vos, Plaza de Mayo,
Lo podrás olvidar
A través de los años.
Si tú amigo más fiel
Fue el Cabildo de ayer
Que nos dio libertad
Y razón de creer.
Plaza de Mayo, Plaza de Mayo,
En tus entrañas
Mi país se fue formando.
Plaza de Mayo, Plaza de Mayo,
Sos el reencuentro
Que mi gente soñó.
Quiero cantarle a mi pueblo,
A su fe y su tradición,
A los que están aportando
Porque crezca mi nación,
A la gente que trabaja por mejorar mi país,
Para los equivocados que cambiaron su raíz.
Al inmigrante que un día
A mi patria le creyó
Sembrando semilla y niños
A esta tierra se aferró.
Al que desesperanzado
Hace tiempo se marchó.
Hoy hermano yo te digo
Es tiempo de reflexión.
Al que inventa paraísos
Sin conocer su lugar.
De la Quiaca a las Malvinas,
De la Cordillera al Mar.
A los que están infectados
Sin vacunar su tradición.
Les digo,
Les digo en celeste y blanco
Es nuestro punto de unión.
Lo que has visto pasar
Solo vos, Plaza de Mayo,
Lo podrás olvidar
A través de los años.
Cuando un pueblo vibró
El caudillo al balcón,
Las palomas se fueron con la Revolución.
Lo que has visto pasar
Solo vos, Plaza de Mayo,
Lo podrás olvidar
A través de los años.
Hoy palomas están
Junto a la Catedral,
Granaderos que velan
Por la libertad.
Plaza de Mayo, Plaza de Mayo,
En tus entrañas
Mi país se fue formando.
Plaza de Mayo, Plaza de Mayo,
Sos el reencuentro
Que mi gente soñó.

La Junta se mantiene sin el virrey.

No obstante haber renunciado la noche anterior, los cuatro vocales de la Junta estaban en el Fuerte con el virrey a la espera de la resolución final del cabildo. Recibieron la nota rechazando sus dimisiones, y tras ella se presentaron Anchorena y Mansilla a aconsejar la renuncia del virrey "sin protestas". Tal vez sugirieron que los vocales quedasen en sus cargos, pues se ofició al cabildo que "pase a la elección de vocal que subrogue al Excmo. Señor Virrey publicándose de inmediato un bando". Ni Saavedra ni Castelli, ni menos Sola e Incháurregui, estaban al tanto de lo que ocurría en los cuarteles.

El cabildo al recibir la nota de los vocales, les pidió que detuvieran la fijación del bando pues acababa de exigirse el nombramiento de una nueva Junta. Rogó a los del Fuerte estar a la espera "de las ocurrencias sobrevenidas".

Se presenta el petitorio.

"Después de un largo intervalo de espera" se presenta la petición solicitada por Leiva, firmada por "un número considerable de vecinos, religiosos, comandantes y oficiales de los cuerpos".

El petitorio en sellado de un cuartillo (era mucho el respeto por las formas aún en plena revolución) estaba encabezado: "Los vecinos, comandantes y oficiales de los cuerpos voluntarios de esta capital de Buenos Aires que abajo firmamos, por sí y a nombre del pueblo...", y reproducía el pedido verbal; es decir, el nombramiento de una nueva Junta, el envío de la expedición al Alto Perú pagada con los sueldos del virrey y altos funcionarios. Se reunieron en total 411 firmas, de las cuales ocho repetidas, y seis o siete estampadas por terceros (no debe asignarse a estas rúbricas un carácter doloso dado su escaso número). Firman todos los comandantes de milicias, la mayor parte de los oficiales, aun de los cuerpos reglados, clérigos (entre ellos los padres de la Merced en cuyo convento estaba el cuartel de Arribeños) y muchos civiles. French y Beruti lo hacen "por mí y a nombre de los 600" refiriéndose a la Legión Infernal que acaudillaban. No firman, por supuesto, ninguno de los propuestos como miembros de la Junta.

Presentado el petitorio, aun Leiva pide "que se congregase al pueblo en la plaza... pues el cabildo debía oír del mismo pueblo si ratificaba el contenido de aquel escrito". "Al cabo de un gran rato", dice el acta, salieron los señores al balcón del Cabildo "viendo congregado un corto número de gente", que hizo preguntar al síndico "¿Dónde está el pueblo?".

Ni la irónica pregunta de Leiva ni el "corto número" congregado en la plaza, permite afirmar la ausencia de pueblo en la Revolución de Mayo. La masa estaba en los cuarteles: se trataba de antiguos milicianos, que aprestaban sus armas para salir junto con los cuerpos e imponerse al virrey y al cabildo.

En respuesta se oyeron voces "que si hasta entonces se había procedido con prudencia, echarían mano de los medios violentos". Alguien habló de tañer la campana del Cabildo (sin badajo desde el 1 de enero de 1809) y a su falta tocar generala "en cuyo caso sufriría la ciudad lo que hasta entonces se había querido evitar". Leiva comprendió que había sido una imprudencia burlarse del "corto" número, pues no tenía a su lado a nadie. Ordenó al secretario leer el petitorio, que será ratificado por los concurrentes. El secretario empieza a leer los artículos del Reglamento, pero tal vez la inclemencia del tiempo los obliga a retirarse del balcón sin concluirlo. Convienen que no hay más remedio que ceder a la violencia "por los que han tomado la voz del pueblo", y nombrar la Junta propuesta "archivando esos papeles y el escrito para constancia en todo tiempo". Se procede sin pérdida de tiempo a instalar la nueva Junta "porque estrechan los momentos".

Son llamados sus integrantes. Saavedra expresa que "el día anterior había hecho formal renuncia del cargo de Vocal", pero admite su nombramiento "para contribuir a la tranquilidad del pueblo y salud pública"; Azcuénaga pone curiosos reparos a un nombramiento "del Excmo. Cabildo y una parte del pueblo" pidiendo se tomase "la opinión universal de todo el vecindario, pueblos y partidos de la dependencia del Cabildo". Finalmente todos prestan juramento sobre el Evangelio de "desempeñar legalmente el cargo y conservar íntegra esta parte de América a nuestro Augusto Soberano el Sr. Dn. Fernando VII y sus legítimos sucesores, y guardar puntualmente las leyes del reino".

Saavedra exhorta a los concurrentes a "mantener el orden, la unión y la fraternidad" y guardar respeto a la persona de Cisneros y familia. Que repite desde el balcón a la gente de la plaza que lo aclama.

Entre repique de las campanas y salvas de artillería, los componentes de la Junta de Mayo pasan al Fuerte a hacerse cargo de sus puestos. No los acompañan los capitulares, dice el acta, "a causa de la lluvia que sobrevino". Eran las ocho de la noche del viernes 25 de mayo de 1810.

La Junta de Mayo.

Estaba compuesta por:

Presidente y Comandante General de Armas:
Teniente Coronel Cornelio Saavedra, Jefe de Patricios.

Vocales:
Dr. Juan José Castelli, abogado.
Licenciado Manuel Belgrano, abogado.
Teniente coronel Miguel de Azcuénaga, sin mando de tropa.
Pbro. Manuel Alberti, cura de San Nicolás.
Domingo Matheu, del comercio.
Juan Larrea, del comercio.

Secretarios
Dr. Juan José Passo, abogado.
Dr. Mariano Moreno, abogado.


¿Cómo surgieron esos nombres? Guido, al escribir medio siglo después sobre cosas presenciadas en su extrema juventud, dice que Beruti escribió los nombres como inspirado de lo alto, tal vez porque lo vio escribir de corrido el petitorio. En realidad la Junta del 25 era una remodelación de la Junta del 24. Al ascender a Saavedra a presidente se lo reemplazaba como representante del ejército por Azcuénaga, que tenía el mismo grado de teniente coronel en la milicia aunque no mandaba tropas. Las sustituciones se pensarían con un abogado, Belgrano, para reemplazar a Castelli; un clérigo, Alberti, en cambio de Sola (muy amigo suyo), y alguno entre los comerciantes, Larrea y Matheu, en vez de Incháurregui: los reemplazantes tenían la misma posición política de los reemplazados. Después se resolvió mantener a Castelli, tal vez porque su reemplazo por haber formado parte de la junta virreinal, pondría en situación desairada a Saavedra; y si dos carlotinos (Castelli y Belgrano) y dos del partido militar (Saavedra y Azcuénaga) integraban la junta, era comprensible se aumentase la representación de los comerciantes amigos de Álzaga, incluyéndose, por tanto, conjuntamente a Matheu y Larrea. Es presumible que se buscaron personas de la amistad de Sola e Incháurregui para sustituirlos, pues Alberti era el amigo inseparable de Sola, y Matheu y Larrea hombres de toda la confianza de Incháurregui.

Saavedra no quiso aceptar, debiendo insistir Cisneros por considerarlo una garantía "de orden". Aun así expresaría su protesta en el acto del nombramiento. Belgrano no sabía su inclusión, pues dice en sus Memorias "apareció una junta de la que yo era vocal, sin saberlo"; Moreno, según su hermano Manuel, "muchas horas hacía estaba nombrado secretario de la nueva junta y estaba totalmente ignorante de ello"; tampoco quiso admitir el cargo e hizo "protesta ante la Audiencia por acto violento en su nombramiento", dirá Pueyrredón años más tarde.

Los secretarios que serían incluidos después (y sin voto), debieron sus nombramientos a su condición de buenos letrados: Passo por su actuación brillante en el cabildo del 22, y Moreno debido, posiblemente, a sus conexiones profesionales con los ingleses.

Años después diría Pueyrredón que los nombres salieron del cuartel de Patricios y fueron elegidos por Chiclana, Díaz Vélez, Perdriel, Vicente Dupuy, Enrique Martínez y Manuel Bustillo. Un remitido con seudónimo, pero cuyo original es letra de Pueyrredón, publicado en el n' 781 del 14-5-1826 de la Gaceta Mercantil, así lo dice; como también informa de la protesta de Moreno ante la audiencia. Es posible. A los oficiales de Patricios, conforme al deseo del cuerpo y las demás milicias, les interesaba la jefatura de Saavedra. Los demás eran simples adjuntos a quienes no dieron importancia. Pueyrredón lo sabía de oídas porque no estaba en Buenos Aires.

El Reglamento del 25 de mayo.

Al tiempo de aceptar la imposición, el cabildo insiste en el Reglamento “que había meditado para el caso que se hiciese lugar a la erección de la nueva junta". El secretario empezó a leer desde el balcón, pero como las manifestaciones populares no estaban siempre de acuerdo y la lluvia arreciaba, se suspendió la lectura (que tenía algo de referéndum popular) después de los cuatro primeros artículos. Este Reglamento contenía parecidas disposiciones al anterior; que el cabildo podía "remover a los vocales siempre que su conducta no fuese arreglada" (art. 2), provocaría una protesta popular y el síndico debió aclarar que se haría con justificación de causa y conocimiento del pueblo.

Hay varias actas del 25 de mayo, con diferencia entre ellas. Los capitulares hicieron un juego para el público, donde aparecerán de acuerdo con el nombramiento de la nueva Junta, y otro reservado, con sus protestas, por si cambiaban las cosas. En un acta la disposición mencionada figura como art. 2 al leerse desde el balcón; en otra como 5, sin hacerse mención de la justificación de causa y conocimiento del pueblo.

Fuera del Congreso General del virreinato por diputados elegidos por "la parte principal y sana del vecindario", a razón de uno por cada ciudad y villa con ayuntamiento -que deberían jurar "estar subordinados al gobierno que legítimamente represente al Sr. Fernando VII" (lo que no habían hecho los miembros de la Junta)-, el Reglamento que ponía a la Junta revolucionaria bajo la tutela del cabildo reaccionario, no se cumpliría en ninguno de sus artículos.

Juramento de lealtad a la Junta.

La misma noche del 25 la Junta emitió un bando para castigar a quienes "vertieran especies contrarias a la estrecha unión que debe reinar entre todos los habitantes de estas provincias, o que concurran a la división de españoles-europeos y españoles-americanos tan contrarias a la tranquilidad de los particulares y bien general del Estado... todos los habitantes deben guardar decoro y veneración a la respetable persona del Excmo. Señor Don Baltasar Hidalgo de Cisneros".

Cisneros, en retribución, firmó el 26 una circular a las autoridades comunicando "su abdicación del mando" y asunción de la Junta "esperando yo del patriotismo de V. e individuos de su mando... la subordinación y unión de voluntades".

A las 3 de la tarde del 26, la mayor parte de las autoridades prestaron juramento de "reconocimiento y obediencia" a la Junta; a la misma hora del 27 lo hicieron las tropas y el oidor Reyes, miembros del tribunal de cuentas y ministros de la Real Hacienda.

El alcalde Lézica y el síndico Leiva dieron el juramento en nombre del cabildo con la salvedad de que solamente debían "prestarlo ante el rey". El fiscal Caspe el 26 hizo lo mismo, mostrando su desprecio al concurrir "escarbándose los dientes con un palillo". Como desagradara que la audiencia enviase un fiscal, acudió el 27 el oidor Reyes —que también se escarbó los dientes como muestra de desprecio— y dejó constancia de jurar "bajo el concepto de dependencia de la Junta de Gobierno legítimamente establecida en la península"; la misma salvedad hicieron el tribunal de cuentas y la Real Hacienda. Juraron "Usa y llanamente" el tribunal del consulado, canónigos del cabildo eclesiástico, administrador de correos, prelados de las órdenes religiosas y comandantes militares.

Presenció los juramentos del 27 el comandante de las fuerzas británicas surtas en el río, Charles Montagu Fabián, y su oficialidad. Los buques ingleses Mutine, Pitt y Misletoe fueron empavesados e hicieron salvas de artillería. El comandante Fabián se jactaría a su gobierno: "de haber arengado al pueblo, diciendo que los ingleses dejarían su isla para venir a habitar estas hermosas regiones". La arenga, si ocurrió, no la habría entendido nadie pues el pueblo no sabía inglés y el comandante no hablaba español.


La alegría de los ingleses era comprensible: el 19 se había vencido el plazo para irse de Buenos Aires que les habla dado Cisneros. Ahora se quedarían y se les acabaron las molestias.