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martes, 20 de junio de 2023

Esteban Schmidt. La muerte de un héroe del 83... @dealgunamaneraok...

La muerte de un héroe del 83...

En el año que se cumple el 40 aniversario de la restauración democrática muere uno de sus más destacados artífices.

© Escrito por Esteban Schmidt el viernes 10/03/2023 y publicado en su Newsletter en Substack, de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República Argentina.  
 


Esteban Schmidt

Ayer fui al entierro de Enrique Vázquez, quien murió el martes a los setenta años por las secuelas de una ACV que sufrió el sábado en su casa de Ingeniero Maschwitz. Hasta el viernes pasado sostenía un programa de radio de una hora, pequeño, artesanal, desde su living, y con una audiencia naturalmente ínfima dado el alcance del medio. Fue internado primero en el hospital de Garín, próximo a su hogar, luego en el sanatorio Nuestra Señora del Pilar, que está en la cartilla de la obra social de los trabajadores de prensa, a ver si mejoraba su suerte.

Su ataúd llegó desde la cochería en un Volkswagen Vento blanco adaptado para estos traslados. En el vidrio de uno de los lados se leía, sí, Enrique Vázquez, esas letras intercambiables, de acrílico en el mejor de los casos, con nombres propios, que son tan irresistibles a la vista como el cajón. Gente grande, arriba de los cincuenta la inmensa mayoría, en su despedida, que se reunió a la entrada de la primera de las capillas donde la iglesia certifica, en el cementerio de la Chacarita, la partida de un cristiano. 

El hijo de Enrique, Rodrigo, un joven robusto y calvo, de camisa blanca, pantalón negro del que sobresalía en su bolsillo trasero un paquete de tabaco para armar, y cuando ya éramos muchos, anunció que el cura le había pedido que liberara la vereda inmediata a la capilla porque impedía el normal funcionamiento, lo cual era cierto, e implicó para muchos de los convocados la confirmación de que la capilla era el punto de encuentro señalizado por la cochería y nada más. 

“Yo a mi viejo no lo voy a meter acá adentro” dijo Rodrigo, y nos trasladamos a una plazoleta que se encuentra frente a esa capilla y que de mis anteriores visitas al cementerio, una hace muy poco a despedir a mi vecino Oscar, uruguayo, hincha de Peñarol, y remisero, no habría podido recordar. Pero ahí está esa plazoleta, para despedidas laicas y contreras, lo cual me parece práctico recordar de aquí en más, y que sirvió para detenerse otro buen rato, y charlar con sus hijos, compañeros de trabajo, viejos amigos y conocidos.

El hijo de Enrique llevaba un parlante subwoofer en su mano, como un valijín, de aquí para allá, lo cual alimentó la expectativa de que intervendría el ambiente en algún momento, con alguna canción o quién sabe. A Enrique, que no le faltaron palabras, quien fue un orador elocuente, como lo describieron sus hijos en su propio Facebook, fue despedido como si fuéramos todos muditos, como si nada importante pudiera ser dicho, o como si hablar y decir cosas con peso fuera algo completamente al pedo en la Argentina. Sí había pena verdadera, nadie estaba ahí para impresionar a alguien, sino para despedir una vida. Quien no estaba acongojado, estaba donde interpretaba que correspondía estar, más allá de comodidades personales.

Así como los diarios brindaron la noticia para cumplir, o por las dudas, y se abastecieron de Twitter o de un mismo cable de Telam que se abasteció de Twitter, exhibiendo profunda ignorancia y ausencia de criterio, sorprendieron también la falta de señales institucionales, como Radio Nacional, de la que fue subdirector, de la Universidad de Buenos Aires, de cuya carrera de Comunicación fue director, o de la Unión Cívica Radical, partido al cual Vázquez unió su biografía. (Acotación de la Redacción: Estuvo presente Gustavo López)

Lo que brinda protección también te achica la cancha, lo sabe cualquier héroe, pero atención: eso no es lo mismo que elegir no ser libre de ninguna manera o no tener ideas propias jamás.

Pensé, entonces, que el estilo Gatica, de Vázquez, “monito las pelotas” se había cobrado vidas en su carrera y que muchos podían no encontrar el incentivo necesario para despedirlo más allá de que pudieran reconocer, si sacaran los ojos del celular o del espejo, que Enrique fue uno de los héroes del ‘83, como muchos de los que faltaron. 

Como dijo Facundo Suarez Lastra, a mi lado, bajo un sol tremendo, cuando los enterradores soltaron las sogas, “en estos momentos uno tiene que concentrarse en lo más importante de una vida”.

Aun en la plazoleta, con el Vento estacionado, los asistentes, unos cincuenta, hicieron su pasada personal, como quien no quiere la cosa, por al lado del auto, para otorgar un pensamiento último al amigo muerto. En nombre de la cochería, había un jovencito de traje que trataba de manejar los tiempos de cada estación. Rodrigo interpretó, por el merodeo insistente del chico, que era la hora de partir y caminamos unos 300 metros a una zona de tumbas abiertas, y bastante frescas, cavadas esa mañana por un bobcat detenido y sin maquinista que, a pocos metros, con su aspecto de dinosaurio metálico, revelaba el carácter industrial del cementerio y rompía la ilusión de una ceremonia sin tiempo.

Para Rodrigo, encontrar la que sería la tumba de su padre no fue fácil. Dijo que había hecho todo el recorrido previamente, pero al llegar ya había demasiados rectángulos abiertos. Los números tallados en el suelo estaban cubiertos de polvo así que le pasamos los zapatos para despejarlos, pero los enterradores no tenían dudas de dónde debían cumplir su siguiente misión, de hecho llevaban un tiempo esperando. Debieron esperar aún más, Rodrigo les dijo: “me van a matar pero me olvidé algo” y empezó a correr esos 300 metros de regreso sorteando tumbas hacia la zona de las capillas donde había estacionado su auto y donde había quedado aquello que no quería dejar pasar en la ceremonia. 

Así fue, minutos después, llegó muy agitado, pero en cierto modo feliz de poder cumplir con su padre y acomodó un cigarro Cohíba en la tapa del cajón, lo cual naturalmente fue visto como un acto que justificaba cualquier demora; luego sí, los municipales soltaron amarras, y el ataúd, que nunca cae recto, aportó una desprolijidad más al acto de volver a la tierra después de una vida jugando a los indios y los vaqueros.

Vázquez escribía la columna de política en la Revista Humor desde el año 81, y eso quedará de él, como Francisco de Laprida declaró la independencia con su voz; e hizo un programa de radio llamado El árbol y el Bosque que fue todo lo que se podía esperar de la radiodifusión democrática acompañado de periodistas de gran nivel entonces, e ideas propias como Hugo Paredero, Diego Bonadeo, y Sandra Russo. Suena ridículo que haya terminado sus días dirigiéndose solo a un centenar de oyentes o pidiendo que le den click a unas notas en Infobae para que del medio le soliciten nuevas colaboraciones. 

Era muy activo en su perfil en Facebook donde mantenía viva sus micro militancias en contra del maltrato animal, en contra de la sociedad de la UCR con el PRO y en contra de los diarios nacionales cuyos papelones editoriales, problemas gramaticales, errores ortográficos y de congruencia, describía con gracia y sin ninguna piedad. Como cualquier persona de bien, Enrique estaba perfectamente hinchado las pelotas de la justificación de cualquier cosa en nombre de una causa superior, por lo tanto, si es que alguna vez lo fue, ya no era un hombre de Estado, no era el hombre de las explicaciones sino el de las quejas.

Diego Barovero, un buen amigo de Enrique y mío, historiador que historia en vivo, antes de que las cosas amarilleen, y que rescata siempre lo mejor de una vida, liberando los hechos y las personas de las pasiones para ver a qué sirvieron, y que acompañó ayer sus restos, dijo de él: “su compromiso con la libertad, la verdad y la justicia siempre serán un norte”.

Con Enrique Vázquez fuimos colegas de una profesión extraña donde se parasita a los hombres públicos y sus acciones pero en la que si se tiene suerte, y huevos, puede uno darse el lujo de transparentar la vida pública presente y ayudar a abrirle paso a una vida pública futura mucho mejor. Así fue como se lució en sus columnas contra la dictadura militar sin dejar de alentar la expectativa con la candidatura de Raúl Alfonsín. Tuvo la oportunidad de lucirse y hacer historia. Y lo hizo. No mariconeó, ni se paró en el medio a ver qué decían por un lado el general Trimarco y por otro el doctor Tróccoli y trazar una bisectriz.

En oportunidad de un artículo que escribí para la revista Seúl en 2021 sobre la salida de Marcelo Longobardi de Radio Mitre, Enrique me dijo:

A medida que pasan los años, no encuentro mejor momento de la cultura, de la política, que aquel que se abrió con Serú Girán y la Revista Humor en el 78, Tiempo de Revancha en el 80 y Teatro Abierto en el 81. La guerra de Malvinas vino a echarle un balde de lava a una sociedad civil que quería salir de la mugre de la violencia armada y del terrorismo estatal. Y la Argentina, aunque no había conocido la libertad plena aún, ya era una fiesta de libertad en los teatros, en las casas. Algo muy bueno estaba por empezar, y Enrique Vázquez, entre muchos otros (y de pie para mencionar a Andrés Cascioli y Tomás Sanz, también) con gran osadía y manejo escénico pudo infundir coraje a la clase media que leía Humor, revista que quincena a quincena reducía a los milicos del proceso a la cagada moral y cultural que fueron.

Ah, antes de que el cajón quede cubierto de tierra, Rodrigo conectó el parlante a su celular y todos escuchamos Owner of a lonely heart, de Yes, una canción lanzada en 1983, y que se ve, se siente, lo definió un montón.

Que brille, entonces, para Enrique Vázquez la luz que no tiene fin.

 



   

domingo, 16 de octubre de 2016

Homenaje en carne viva… @dealgunamanera…

Hola, abuelo…

Portal Perfil.com Foto: Perfil.com

No tengo demasiada idea de cómo hacer esto, pero siento que tengo que hacerlo.

© Escrito por Gonzalo Bonadeo el domingo 16/10/2016 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

El mundo está lleno de gente que se muere y de personas que sufren esas muertes. Cosas casi vulgares, que pasan a cada minuto. Pero creo que ésa es una lógica que sólo se entiende cuando la muerte duele tanto como me pasa a mí. Entonces, el asunto deja de ser vulgar, claro. Además, no todos los días muere una persona de tu dimensión.

No lo digo por ese amor y esa admiración que te tengo desde que empecé a acompañarte por la vida. Lo digo por lo que está pasando desde que te fuiste.

No te das una idea de la cantidad de gente que nos mandó mensajes, que nos llamó. Gente que vos ni te imaginás se acercó al velorio que, asegura Lola, no hubieras querido tener. Tal como te conocemos, lo hicimos igual: si es verdad que el asunto no termina con la muerte, habrás visto que en tu supuesta despedida hubo tantos amigos, enemigos y ex amigos, como te encantaba que cantara Baglietto.

Hubo coronas, ¿viste? Hasta una de Boca y otra de River. Y un par de los muchachos de la mesa de los miércoles, colegas a los que marcaste a fuego, casi todos tus nietos y muchos amigos. Muchos. Contame. ¿Cómo se hace para tener tantos amigos?

No te asustes. Pronto vamos a cumplir con tu ritual y te vas a eternizar un poco más cuando te honremos en Atalaya. Finalmente, supe de qué equipo fuiste realmente hincha. Lógico. ¡Cómo no ser hincha del club en el que me juraste ser el pibe que asistía al Che Guevara con el Asmopul! Entonces, te tendré todos los días del otro lado de la medianera. Ni vos ni yo fuimos amantes de ciertos símbolos. Pero no puedo escapar de la extraña sensación de haber comprado la casa que tanto soñé, justo pegadita a Atalaya, a la pileta en la que mi vieja me tuvo en su panza mientras vos jugabas al rugby. En aquel momento pensé en lo loca que es la vida circular, que me lleva al punto de partida cincuenta años después. Hoy, sabiendo que elegiste que ése fuera tu lugar predilecto, el círculo se me hace más poderoso. Indestructible.

Ayer, apenas pude ordenar un poquito esa locura que provocó tu muerte, hablé con tus nietas. Nos reprochamos con una sonrisa tierna y húmeda algún “¡Hola, Abuelo!” cansino, a modo de respuesta a esos llamados diarios que, a veces, nos parecían inoportunos y que ya extrañamos ferozmente. Por esa omnipresencia de todos estos últimos años es que dejaste de ser “Pa” para ser “Abuelo”. Vos mismo me explicaste que casi nada se compara con el estado de abuelidad.

Por eso tus nietos te lloran tanto. Porque ni con tus rabietas conseguiste disimular cuánto los amás. ¿Te acordás de cuando me hablaste de tu abuelidad?

Mucha gente te lo hizo recordar ayer. Alguien, no sé quién pero se lo agradezco, colgó en las redes ese tramo de la charla que tuvimos cuando grabamos juntos ese programa en el canal de Claudio y Bernarda. En los tiempos en los que la viralización lo es todo, muchos creerán que la mejor forma de recordarte es escuchándote lapidar a Víctor Hugo o calificar a Grondona con la contundencia y la creatividad que jamás nadie tuvo.

Esa fue sólo una parte tuya. Que siempre existió pero que no fue la única. No, ya no hablo de ser abuelo, de lo humano. Me refiero estrictamente a lo profesional.

Porque, para qué negarlo, a esta altura nuestra relación ha tenido tanto de una cosa como de la otra. En momentos en los que el dolor no me deja lugar para nada que no seas vos, me adjudico la dudosa condición de haber sido el mejor testigo de tus mayores proezas profesionales.

Seguramente desde la impotencia, estoy como empecinado en gritarle al mundo que Diego Bonadeo no es sólo un hábil declarante, esa pieza de colección que todo aspirante a periodista necesita para tener una declaración explosiva que le permita cierta trascendencia.

Diego Bonadeo es no sólo único en su especie, sino un exponente de un periodismo superlativo, que ya no existe. Yo te vi trascender desde la intrascendencia de los estudios centrales de los partidos de tercera división que se transmitían los domingos al mediodía. Y te vi trascender cuando entrevistaste a los pilotos del podio del Gran Premio de Fórmula 1 en el Autódromo: a Mario Andretti, norteamericano, en inglés. A Patrick Depailler, en francés. A Niki Lauda, en alemán. Un crack total.

Fue en 1978, ese año en el que te echaron de tu viejo Canal 7 –mi viejo canal 7, claro– porque los milicos no te dejaron llegar a ATC. Fue en enero. El mismo enero en el que se sorteó el Mundial de Fútbol en el San Martín. Me acuerdo de tu calentura cuando, en lugar de poner tus notas a Helmut Schön, en alemán, y a Michel Hidalgo, en francés, pusieron entrevistas a los mismos tipos, hechas por compañeros tuyos, pero traductor de por medio. Vos estabas justamente indignado. A mí me pareciste más grande que nunca: los que se creían dueños de la pelota, esos que conocí como amigos tuyos, le tenían a tu talento y tu intelectualidad casi más pánico que envidia.

Imaginate si después de haberte acompañado en tantas de éstas me voy a tragar el cuento de que tal es un cerdo o el otro es una lacra. Ni dudo que lo son. Pero, ya te dije, estoy obsesionado en que sos infinitamente más que eso.

Sé que sabés que no puedo parar de llorar mientras escribo. Me duele que no me puedas decir, como casi todos los lunes o martes, que te había parecido una maravilla lo que había escrito en el diario. Justo hoy, que no puedo evitar hacerlo en carne viva. Me cruza el pecho casi tanto como haber conocido ayer tanta gente que te quiere y que me quiso gratificar hablando de cuánto orgullo sentías por mí. “Cada vez que hablaba con Diego no paraba de putear contra medio mundo.

Pero cuando hablaba sobre vos, le brillaban los ojos mal”, me dijo una persona que se autotitula como el único con el que hablabas de los de Página/12. Sabé que también de Página te mandaron una corona. Hasta en algún momento entró en la sala una persona que me vino a saludar y tan rápido como llegó, se fue. Como si temiese que le pegaras alguna carajeada cabrona. 

Tanto te admiran y te quieren que no pueden evitar seguir cerca de vos. Aunque sigas enojado. Como Juan Pablo (¿qué Juan Pablo va a ser, Abuelo? ¡¡Varsky!!), que vino a acompañarnos con los ojos húmedos aún por Adela y que no paró de reírse contando cuando en mi casamiento te prepeó y te dijo que, aunque lo trataras mal, él no podía dejar de abrazarte.

En fin, Abuelo. En tus legendarias columnas de Mercado me enseñaste que lo que se escribe comienza y termina según el espacio de que se disponga. Y detesto que eso me pase ahora.

Es que hay tanto más para contarte. Tanto más para recordar y que me digas: “Pero Gon, ¿cómo podés acordarte de eso?”. Pasó con el libro, ¿no? Ese que decís haber leído dos veces ya. ¿Te das cuenta de que lo que te estoy contando ahora no supe hablarlo con vos, almuerzo de por medio?

A mi tristeza no puedo sumarle demasiados reproches. No en este momento. Entonces, me creo que no lo hice porque estaba enojado. No con el Abuelo. Sino con mi viejo, que ni siquiera tentándolo con venir a disfrutar de la radio con Ariel, Ezequiel, Guido y su hijo (¡¡¡la radio de Eduardo, Abuelo!!!) consiguió que salieras a caminar. Alguna vez, con pánico por hablarte de la muerte, te quise convencer de que lo hicieras para regalarte más tiempo con tus nietos. Hoy me di cuenta de que quería que te regalaras más tiempo para estar conmigo.

Finalmente, un reproche. El único que me animo a hacerte.
¿Quién cuernos va a decirme que está orgulloso de mí y eso sea lo que más me importe en el mundo?

Te amo.

PD: Si es verdad que hay algo después de tanta tristeza, por favor decile a María que tenía razón cuando dijo que ella me conoció cuando la sonrisa era lo que más sobresalía de mí. Y que la extraño horrores. 


viernes, 14 de octubre de 2016

El periodismo de luto… @dealgunamanera…

Murió el periodista deportivo Diego Bonadeo…


Tenía 77 años y una extensa trayectoria en el periodismo donde se destacó en las coberturas deportivas. Su hijo, Gonzalo Bonadeo, siguió sus pasos.

© Publicado el viernes 14/10/2016 por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Fuente: DyN.

El periodismo conoció hoy una triste noticia con el fallecimiento de Diego Bonadeo, destacado profesional que se dedicó a las coberturas deportivas y quien es padre de Gonzalo, columnista del Diario Perfil.

Bonadeo murió en su casa de La Lucila, en Olivos, después de haber sufrido un malestar el jueves. Como periodista trabajó en la revista El Gráfico, en el diario La Nación, la revista Tercer Tiempo y participó en el programa radial Sport 80.

Fue uno de los pioneros en pensar al periodismo deportivo sin dejar de lado componentes políticos y sociales, sobre todo en los ’70, cuando el país vivía los días más oscuros de su historia.

Padre de Gonzalo, reconocido periodista de TyC Sports que cubre desde hace décadas los deportes olímpicos, Diego marcó a muchos de sus colegas al dar los primeros pasos en la profesión.

Además de su carrera periodística, Bonadeo fue concejal de Vicente López por el Frente Grande, y también militó en la Coalición Cívica ARI.



sábado, 26 de octubre de 2013

Central-Newell’s y una fiesta que no puede ser compartida... De Alguna Manera...


Un pueblo con derecho de admisión…


Central-Newell’s y una fiesta que no puede ser compartida. De las innumerables deformaciones que han ido soportando los medios de comunicación en las últimas décadas –disculpen el viejazo de colocar a las redes sociales como recurso periodístico al tope de ellas–, la autorreferencialidad es una de las que me considero incapaz de evitar.

A veces se me escapa y la reprimo a tiempo. En ciertas ocasiones me engaño creyendo que es interesante para el prójimo que quien le habla o escribe pueda dar fe de haber estado aquí o allá. Como si la condición de testigo, por sí sola, fuese a convertirte en alguien idóneo en el tema que se esté tratando.

En la mayoría de las circunstancias, cuando de fútbol trata el asunto, disfrazo esa autorreferencialidad para defenderme de ciertos desprecios. Periodistas, protagonistas y, especialmente, hinchas del fútbol suelen apelar a la descalificación cuando ciertas opiniones les molestan. Entonces empiezan a acusarte de “generalista” –entiéndase como tal a la persona capaz de hablar de algo más que del menú del almuerzo de los jueves de un equipo del Argentino B– y terminan mandándote lejos: “¿Ahora también sabés de fútbol? Andá, seguí hablando de lanzamiento de la garrocha, vos”, me han dicho alguna vez. Y ni siquiera me dejaron explicar que con la garrocha se salta y que lanzarla sería un auténtico fracaso.

Deformes ellos, que creen que minimizan tu opinión alegando que, como te interesan el básquet y el curling, no podés hablar de fútbol; en realidad, sólo están asumiendo su ignorancia, claro. Y deforme yo, que me la paso hablando en primera persona y contando haber estado aquí o allá con la sola intención de gritar al mundo que, al fin y al cabo, soy futbolero como el que más. Y que, además, ejerzo esa condición mejor que muchos, que son incapaces de disfrutar de un segundo del juego más amado si no es su equipo favorito el que está jugando. Por cierto, con 31 años de profesión y otros 15 como acompañante activo de padre periodista, lo menos que podría haberme pasado es haber estado en algún que otro lugar interesante.

Sirva esta perorata para justificar este nuevo ataque al buen gusto periodístico que es contarles que yo estuve en la cancha de River el 19 de diciembre de 1971. También estuve en el Monumental la noche del 18, cuando San Lorenzo le ganó a Independiente 9 a 8 por penales una semifinal de Torneo Nacional que terminó 2 a 2 en los noventa minutos gracias a un gol de cabeza del Lobo Fischer sobre la hora. Pero el mediodía siguiente fue otra historia. Fue, muy a mi pesar, el único clásico rosarino que vi en la tribuna. En realidad, lo vi sentadito en una butaca de cemento justito delante de la vieja cabina del antiguo Canal 7, desde donde Gañete Blasco relataba y Macaya comentaba el partido de cuya transmisión mi viejo participaba desde el campo de juego junto con César Abraham. Tenía apenas 8 años y recuerdo mucho más del partido del sábado por la noche que del domingo, registro yo, poco después del mediodía o muy temprano por la tarde. Es que la semifinal que ganó el Ciclón dejó la huella de un partido mucho más entretenido que el de Central y Newell’s. Pero puedo asegurar, y tengo testigos, que estuve en uno de los dos clásicos más trascendentes de la rivalidad que, para mi gusto, mejor representa la pasión argentina por este juego (¿cómo ignorar, en nombre de los de Newell’s, el 2 a 2 del Metro ‘74 que les dio el primer título?).

Creo que una gran asignatura pendiente en mi vida de periodista y de hincha de fútbol es no haber visto uno de estos clásicos o en Arroyito o en el Parque Independencia. Me la debo. Y sospecho que me la seguiré debiendo hasta tanto no podamos torcer el rumbo de la impudicia y la imbecilidad.

Esta tarde nos maravillaremos seguramente con el colorido de un estadio repleto de hinchas, de camisetas y de banderas… de un solo equipo. Tan deforme como el resto del fútbol argentino, Rosario recupera su clásico –insisto, para mí, el clásico más clásico del país– pero decidimos que la fiesta no puede ser compartida. Como cada partido de estos tiempos, la circunstancial condición de hincha visitante convierte a su pueblo en una gigantesca lista con derecho de admisión, sólo porque nadie se anima a armar esa lista que excluya de verdad a los que nos roban la fiesta.

Me cuesta salirme de esa indignación cotidiana que me acelera el pulso cuando amanezco con la certeza de que ya asumimos como normal que se pueda ir a la cancha a matar un tipo pero te multen con todo el peso de la ley si te disfrazás de fantasma o de Oso Arturo. Entonces caigo en la ingratitud futbolera: no puedo pensar en Russo o en Berti, en Bernardi o en el Chino Luna cuando esa misma provincia donde balean impunemente la casa del gobernador destina 1.200 policías a cuidar un estadio al que sólo accederá público local y otros 800 efectivos a controlar lugares estratégicos de Rosario, como si se tratara de evitar una guerra civil entre partidarios de Juan Carlos Baglietto y Eduardo van der Kooy.

Intento explicar que Central y Newell’s no atraviesan momentos similares. Más allá de que uno ganó el torneo de ascenso al mismo tiempo que el otro se consagraba como el, por lejos, mejor equipo de nuestro fútbol, la institucionalidad tampoco los encuentra de la mano. Mientras por Arroyito hay quienes ya empiezan a discutir si los que están son sustancialmente mejores que los que se fueron, en el Parque nadie en su sano juicio podría discutir a Lorente respecto de Eduardo López. Sin embargo, ambas instituciones van de la mano en su gesta de sostén irrestricto de los barrabravas. Como todos los demás clubes de nuestro fútbol, dirá usted con mucha razón. Pero con una influencia de los violentos tan grande que coloca a los rosarinos entre los equipos líderes en una imaginaria lista negra del robo, la agresión, la extorsión y la muerte, diré yo también con mucha razón.

Habrá noventa minutos que tendrán su verdad rabiosa. Y los de Russo intentarán trascender neutralizando al que, aun sin Martino –y sin Scocco ni Vangioni–, sigue siendo el mejor conjunto argentino. Los de Berti llegarán al Gigante con la entrañable ilusión de sublimar la armonía de señores que se pasan la pelota entre sí justamente en la casa de ese enemigo enorme.

Un enemigo enorme al cual ojalá algún día le adjudiquemos el lugar que le corresponde: el del adversario que mejor nos califica. Newell’s no sería Newell’s sin un Central en el camino (y viceversa, claro). Y aunque nos desesperemos por ganarle y verlo rendirse ante nuestra superioridad, nada sería mejor que asumir que un adversario en un clásico es un adversario imprescindible para certificar nuestra grandeza.

Pero, qué va. En un fútbol que ni siquiera es capaz de defender a sus hinchas nobles, hablar del juego puede ser un ejercicio vacío, torpe, ajeno a una realidad que nos aleja cada vez más de los estadios.

© Escrito por Diego Bonadeo el domingo 20/10/2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.



sábado, 17 de diciembre de 2011

Diego Bonadeo: “6,7,8 es repugnante”... De Alguna Manera...



Diego Bonadeo: “6,7,8 es repugnante”...


Compañero de Diego Gvirtz en los 90′ en Fútbol prohibido, el experimentado periodista carga contra el nuevo programa de su ex amigo y dispara, sin filtro, contra sus panelistas.

Una característica define la personalidad de Diego Bonadeo: nunca calla lo que piensa. Jamás. Aún cuando sus palabras puedan sonar perturbadoras e indeseables. El veterano periodista, creador del mítico programa deportivo radial “Sport80″ y del también recordado -aunque fugaz- “Fútbol prohibido”, se define hoy profesionalmente como “una mezcla de proscripto con autoproscripto”. En el plano personal, apela a tres palabras: “Anciano, prostático y memorioso”.

Esa memoria es la que le impide callar. “Soy un viejo choto, pero me acuerdo de todo”, aclara. En una extensa entrevista con Perfil.com, Bonadeo habló de todo y de todos. Sin filtro, como es su costumbre, disparó contra el programa “6,7,8” y todo su panel, incluyendo a su productor Diego Gvirtz, cargó contra los medios de Sergio Szpolski y habló del levantamiento de “Fútbol prohibido”.

-¿Extraña la radio y la televisión?
- El que dice que no extraña la televisión y la radio, habiendo estado allí mucho tiempo, o está desmemoriado o miente. Pero yo no puedo quejarme porque soy una mezcla de proscripto con autoproscripto, así que calavera no chilla.

-¿Por qué autoproscripto?
-Porque me aburrieron ciertas cosas, porque tome decisiones, cuando uno tiene nietos se da cuenta que la “abuelidad” es el mejor estado que puede haber. Y bueno, tiene que ver con eso.

-¿Lo de proscripto es por “Fútbol Prohibido”?
-Tiene un poco que ver con “Fútbol Prohibido” y la última experiencia que tuve fue bastante oxigenante al principio y nefasta al final, que fue en Radio de la Ciudad. Cuando durante la última parte de la gestión de Telerman me sentí absolutamente manoseado, me cambiaban el horario, el programa y los compañeros, entonces en el último programa le avise a mis compañeros, el Ruso Verea y Gustavo Campana, que me iba.

-¿Cómo ve a la televisión hoy? ¿Le gusta ver televisión?
-Veo mucha televisión, me hago bastante mala sangre por cierto y me doy cuenta por qué el canal Encuentro, pese a ser un canal de este Gobierno del que yo soy un entusiasta opositor, sigue siendo un canal que realmente vale la pena, porque tiene que ver con reivindicar algunas cosas de la cultura, que el que no las reivindica o valora eso realmente es necio. Además, también me doy cuenta por qué tiene audiencia el fútbol, porque las alternativas que hay son realmente de una mediocridad que me asustan realmente.

- El programa insignia de Canal 7 es “6,7,8″, ¿qué opinión tiene de él?
-Es repugnante, es repugnante el mensaje permanente, de estos individuos e individuas, tomando la terminología de Cristina que dice ‘Buenas tardes a todos y todas’, bueno, todos y todas, yo no sé si Carla Chudnovsky trabajó alguna vez en el multimedio, pero los demás sí. Barone, aparentemente, también trabajó en el multimedio aunque borró la palabra Clarín de su curriculum. Barragán lo reconoció el otro día. Sandra Russo no lo reconoció aparentemente, pero ella era apostilladora de Lalo Mir en radio Mitre, que yo sepa radio Mitre es del Grupo Clarín. Para qué hablar de Galende, que si no se hubiera muerto Jorge Guinzburg, seguramente todavía estaría trabajando para el multimedio de ahora cuestiona.

Bonadeo escupe críticas a los ex Clarín. Pero lo hace hilvanándolas con la elegancia de un lord inglés. “Ninguno de ellos jamás osaron, por supuesto, hacer alguna referencia a la adopción absolutamente irregular de los hijos de Ernestina Herrera de Noble”, recalca con su ronca voz. “Ahora sí hablan del tema porque están afuera del multimedio y porque ayudan a fogonear esta campaña del Gobierno. De todas maneras yo no estoy ni con ellos, ni con los otros”, aclara.

La traición de Gvirtz. Un denominador común une a Bonadeo con “6,7,8″, programa que le repugna pero reconoce ve seguido: el productor Diego Gvirtz. Cerebro de los nuevos programas mimados de la televisión K, Gvirtz también produjo “Fútbol prohibido”. El levantamiento de ese programa en 1999 por presiones de Torneos y Competencias a Canal 9, desencadenó una demanda judicial y marcó el punto sin retorno en la relación del periodista con el productor. Se produjo una traición.

“Gvirtz primero hace una denuncia junto con el Ruso Verea y conmigo en Defensa a la Competencia, y después Carlos Avila -Torneos y Competencias- le compra el silencio y lo contrata para que sea el productor de ‘Tribuna Caliente’ a cambio de que desista de la denuncia”, cuenta. “Eran época de menemismo puro”, gráfica el periodista, al recordar que se tiraban contra el Gobierno, contra Clarín, contra TyC y contra todos los que pudieran. “Ese fue el motivo por el cual nos levantaron el programa”, reflexiona.

-Diego Gvirtz es uno de los personajes más influyentes de este Gobierno, se dice que visita Olivos seguido…
-Sí, Diego Gvirtz y Sergio Szpolski. Szpolski que alguna vez fue el representante notorio del Banco Patricios -que alguna vez “esponsorizó” a José “Pepe” Ricardo Eliaschev, que ahora es opositor al Gobierno- y que aparentemente maneja radio Del Plata, Tiempo Argentino, Miradas al Sur, la revista Veintitrés. Y cuando Roberto Cox el otro día, en “6-7-8″, insinuó la posibilidad de que hiciera referencia de que se debatiera de que se trataba lo de Szpolski, hubo mutis por el foro, nadie dijo nada. Nadie dijo nada. Son una basura. Y Barone se arroga el derecho de haber inventado el periodismo de periodistas, Orlando Barone. ¿Cómo? Además, dicen que es un programa con mucha audiencia y que la gente se autoconvoca, mentira, lo convocan ellos, ellos convocan a que se convoquen. Es una mentira más del kirchnerismo.

-Detrás de “6,7,8” está Gvirtz, ¿lo volvió a ver alguna vez?
-Una vez me lo cruce en la cancha de River. Me dijo “Ey, como andas”. Y le dije: “Tomátelas de acá”.

-¿Nunca lo invitaron a “6,7,8”?
-Vos te pensás que osarían.

-El otro día se invitó a Robert Cox que los hizo tambalear por momentos…
-Lo que pasa es que Robert Cox, que es un tipo con una integridad absolutamente incuestionable, no conoce la trastienda de cada uno de ellos, o en todo caso, de todos ellos. Especialmente la de Gvirtz.

© Escrito por Pablo Javier Blanco y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el domingo 24 de Octubre de 2010.