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sábado, 16 de mayo de 2015

Boludos...@dealgunamanera

Boludos...

El cobarde que atacó a los jugadores de River Plate con gas pimienta fue identificado por las cámaras de televisión.

El 23 de junio de 1968 se jugó uno de los tantos superclásicos en el Monumental. Fue 0 a 0. Partido aburrido. Sánchez, el arquero de Boca, sacó un cabezazo a quemarropa por arriba del travesaño y Amadeo Carrizo le tapó un mano a mano a Rojitas, que un rato antes le había robado la gorra escocesa que usaba y no se la quería devolver.

Nadie se acordaría de este partido si no fuera que cuando terminó, en la puerta de salida de la tribuna de Boca, sobre Figueroa Alcorta, hubo una avalancha y 71 personas murieron aplastadas. Fue la tragedia de la Puerta 12. Dijeron que tal vez las puertas estaban cerradas, o que no habían sacado los molinetes, o que la Policía con sus caballos frenaron la salida de la gente y los que venían de atrás se fueron aplastando unos con otros. O la combinación de todas estas cosas.

A la mañana siguiente, un policía custodiaba la puerta junto a una pila de zapatos de casi dos metros de altura. La investigación no arrojó ni culpables, ni responsables, ni nada. 

Los clubes y la AFA armaron un fondo de reparación y juntaron 100.000 dólares para repartir entre las familias de los 71 muertos. Cada uno recibió 1.400 dólares. Así como lo lee. Después de 45 años, seguimos sin saber que pasó y desde entonces hasta hoy, todo fue empeorando.

Voy a la cancha desde muy chico. Desde mediados de los 60. Vi mucho. De Rojitas a Riquelme. De Roma a Gatti. De Marzolini a Guillermo. De Maradona a Palermo. Y desde aquella pila de zapatos a este bochornoso gas pimienta del que fui testigo anoche, sentado en mi platea de siempre.

Suele decirse que, de alguna manera, somos todos responsables de este desastre que es el fútbol argentino. No es verdad. Yo no tengo ninguna responsabilidad y, seguramente, usted tampoco amigo lector.

Los responsables son, al menos desde los años 60 hasta hoy, los barrabravas, los dirigentes de los clubes, los Presidentes de los clubes, los Presidentes de la AFA, los comisarios de la policía, los Jefes de Policía, los Ministros de Seguridad, los Ministros de Interior, los Jefes de Gabinete, los Intendentes, los Gobernadores y los Presidentes de la República. Y tal vez alguno más. Lamento decir que a esta altura, está probado que son todos parte de la misma joda.

Los demás somos todos inocentes. Inocentes y boludos que hace rato nos resignamos a aceptar lo inaceptable. Como viene la mano, sospecho que cada vez será peor. 

Aviso.

© Escrito por Alejandro Borensztein el sábado 16/05/2015 y publicado por el Diario Clarín de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

domingo, 17 de junio de 2012

El país de los boludos... De Alguna Manera...

El país de los boludos...


Bastará con verificar que –en el lenguaje de los jóvenes, sobre todo– la palabra boludo ha reemplazado al modismo, típico de la argentinidad, che. Hoy, los jóvenes no dicen: “Cortala, che”. No dicen: “Ni ahí, che”. No dicen: “No me cabe, che”. Los jóvenes dicen: “Cortala, boludo”. Dicen: “Ni ahí, boludo”. Dicen: “No me cabe, boludo”. Pareciera, la palabra “boludo”, un reconocimiento (tal vez no consciente) del estado de las cosas, no un agravio. Pero no nos adelantemos.



En principio bastará con verificar este decisivo desplazamiento lingüístico: del tradicional “che” se ha pasado al “boludo”, extrayéndole toda connotación agresiva para, limándolo, mantenerlo en el nivel referencial. Así, cálidamente, se dice: “Escucháme, boludo”. O “no vayás, boludo”. O “el bondi te deja mejor que el subte, boludo”.

Nadie ignora todo lo que un buen chiste expresa de una situación social o política. Los chistes que ha generado el menemismo son interminables y todos dicen algo de la situación básica que los ha producido: el menemismo, por supuesto. Pero yo elegiría uno entre los más destellantes y representativos. Uno en que la palabra “boludo” es decisiva y denota una situación histórica. Un tipo le dice a otro: “¿Sabés cómo le dicen a Menem?” El otro tipo dice: “No”. El primero dice: “El rey de los boludos”. El otro pregunta: “¿Por qué?”. El primero explica: “Porque él es el rey y nosotros los boludos”. La gracia del chiste (si me lo preguntan, creo que se trata de un chiste muy gracioso y bien armado) radica en atribuirle, primero, a Menem, una expresión tradicionalmente despectiva: sería, en efecto, “el rey de los boludos”, es decir, el más boludo de todos, el más tonto, el más idiota. 

Sin embargo, luego, sorpresivamente (un chiste siempre, o casi siempre, esconde un remate sorpresivo), la expresión “el rey de los boludos” deja de ser despectiva y es valorativa, porque “el rey de los boludos” es un rey, es un monarca, alguien que gobierna y, como todo monarca, tiene súbditos. Estos súbditos tienen un nombre, que primero creíamos se atribuía al rey, pero no, no se atribuye al rey sino a los súbditos: porque “los boludos” son los súbditos, los súbditos del rey. De este modo “el rey de los boludos” es el monarca que ejerce poder sobre una especial categoría de súbditos llamados “los boludos”. Que somos, más exactamente, nosotros. El chiste, que en el inicio parecía agredir o señalar peyorativamente a Menem, nos señala, en su remate, a nosotros: los boludos somos nosotros y él es el rey, el monarca, el que nos transforma en boludos gobernándonos. Porque si por algo somos boludos es porque Menem es nuestro rey. Y lo hemos elegido.

Cuando alguien escucha este chiste se ríe, jamás se indigna. Nadie dice: “Yo no soy un boludo ni Menem es mi rey”. No, los buenos y sufridos (y boludos) argentinos nos reímos y decimos “qué buen chiste, boludo”. Y nos asumimos como boludos y ya está claro por qué hemos dejado de decir “che” para señalarnos y ahora decimos “boludo”. Porque es así: antes nos señalábamos diciéndonos “che”. Por ejemplo: un amigo, luego de despedirse, se va del bar y de pronto descubrimos que hemos olvidado decirle algo. Lo llamamos. Le gritamos “¡Che!”. No más. Ahora le gritamos: “¡Boludo!”.

Todo esto no lo digo porque sí. Se me ocurrió, como muchas otras cosas, tomando un café en el bar de la esquina de mi casa. Estoy con un amigo y mi amigo lee el diario. Lee los sucesos de Ramallo. Que la bonaerense acribilló a los secuestradores y a los rehenes. Eso lee. De pronto, me dice que el comisario a cargo declaró que le habían tirado a las gomas. A las gomas del coche en que se escapaban los asaltantes con los rehenes. Tiraron, parece, entre ochenta y ciento setenta balas. Ni una le pegó alas gomas. Mi amigo me mira y pregunta: “¿Nos toman por boludos?”. Le digo que sí, que por supuesto, que nos toman por boludos. Que hace tiempo nos toman por boludos. Tanto, que los argentinos ya no somos los “che”, somos “los boludos”.

Cuando Alsogaray decía “hay que pasar el invierno”, nos tomaba por boludos. Y después Onganía, y Lanusse, y el viejo Perón muchas veces, nos tomaron por boludos. Y cuando Videla decía “los desaparecidos están en el exterior” nos tomaba por boludos. Y cuando hablaron de la “campaña antiargentina” nos tomaron por boludos. Y cuando hicieron el Mundial y cuando le ganamos a Perú seis a cero nos tomaron por boludos. Y Alfonsín nos tomó por boludos cuando les dijo “héroes de Malvinas” a los carapintadas, y nos tomó por boludos cuando dijo “la casa está en orden”. Y Menem se hartó de tomarnos por boludos. Nos tomó por boludos durante más de diez años. Menem y los Yoma y María Julia Alsogaray y los que mataron a Cabezas y los que suicidaron a Yabrán. Todos nos tomaron por boludos. Y ahora los de LAPA y los acribilladores de Ramallo y los que ultrajaron tumbas judías en La Tablada y, antes, los que volaron la Embajada de Israel, los que volaron la AMIA esos –muy especialmente esos– nos tomaron por boludos. Y quienes los cobijan, quienes deberían descubrirlos y encarcelarlos y no lo hacen, esos, día a día, cada día que pasa un poco más, nos toman por boludos. Porque eso es lo que somos, porque al fin sabemos lo que somos: somos el país de los boludos. Hoy, al comandante Guevara no le dirían Ernesto Che. Le dirían Ernesto Boludo. Y no por culpa de él, sino nuestra.

Mi amigo, ahí, en el bar de la esquina, tristemente dobla el diario y lo deja sobre la mesa. Llama al mozo. Pide un café. Veo en sus ojos el destello de la bronca. De la indignación. Tal vez de la rebeldía. Me mira. Y dice: “No se puede seguir así”. El mozo le trae el café. Bebe un lento sorbito, con cuidado, como para no quemarse. Me mira otra vez y dice: “Hay que hacer algo, boludo”.Es un comienzo.

© Escrito por José Pablo Feinmann y publicado por el Diario Página/12 el sábado 25 de Septiembre de 1999.


lunes, 26 de abril de 2010

Somos Boludos... De Alguna Manera...

Somos Boludos...

En respuesta a la contratapa del domingo pasado titulada Estamos ganando, el programa 6, 7, 8 de Canal 7 dedicó una significativa cantidad de tiempo en difundir un texto a favor de la dictadura publicado por la revista La Semana que –según el programa– había escrito yo en 1978. El programa 6, 7, 8 leyó un texto que defendía a la dictadura, mostrando otro con firma de Fontevecchia. Le asignó al director de PERFIL lo que no escribió.

En respuesta a la contratapa del domingo pasado titulada Estamos ganando, el programa 6, 7, 8 de Canal 7 dedicó una significativa cantidad de tiempo en difundir un texto a favor de la dictadura publicado por la revista La Semana que –según el programa– había escrito yo en 1978. Mientras el locutor lo leía, la cámara paneaba sobre el texto que llevaba montado una foto mía actual (en 1978 tenía 22 años) más mi nombre tomado del staff, donde se leía “director” y el logo de la revista. Aparecía la cara de Rafael Bielsa pequeña al costado porque justo ese día estaba en el estudio como invitado.

El paneo del texto fue de arriba hacia abajo y siguió con la reproducción de otro texto donde sí estaba la firma “Jorge Fontevecchia” (el recuadrado amarillo sobre el nombre es del programa), pero no se aclaró que ése era otro texto, ni que lo que se leía y se mostraba no eran el mismo texto. Y cerró mostrando el final del texto original.

Yo no escribí lo que 6, 7, 8 me asigna, que era una carta que hacía de contrapunto a otra carta, ambas enfrentadas en la misma doble página, donde en una se denunciaba la existencia de miles de desaparecidos y en la otra –la leída en en la TV Pública–, se la contradecía. Tampoco se aclaró que sólo cinco meses después, yo mismo fui un desaparecido más y estuve detenido en El Olimpo. Ni se mencionó que la revista La Semana fue la publicación más castigada durante la dictadura militar, con seis ediciones cuyos ejemplares fueron retirados de los kioscos por la Policía, la única en ser clausurada y que cinco meses después, atravesó la orden de detención de su director –quien suscribe– por el Poder Ejecutivo.

No existe otro caso de mayor confrontación periodística con la dictadura: ¿el empeño por destacar lo opuesto busca empañar esa trayectoria? En tal caso, los autores intelectuales no serían los responsables de 6, 7, 8 sino el propio Néstor Kirchner o alguna perenne mano derecha suya, porque ya en 2006, cuando el diario PERFIL y la revista Noticias criticaban casi en soledad al Gobierno, cuatro veces se empapelaron las calles con carteles de la tapa de la revista 7 Días (otro medio financiado por el oficialismo), desde donde se me acusaba de no haber estado desaparecido ni detenido en El Olimpo.

Hubo que publicar el número de registro en la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) y el hábeas corpus presentado ante el juzgado para que aquellos ataques cesaran. Ahora analizo seguir el ejemplo de Magdalena –a quien increíblemente también acusan de colaboracionismo con la dictadura– y hacer un juicio.

El mismo día que la TV Pública me asignó ese texto que no escribí, informaba sobre la condena a 25 años de prisión efectiva de Reynaldo Bignone, el último presidente de facto. Compartí la alegría que 6, 7, 8 exhibió por el fallo contra ese general porque fue él quien firmó el decreto en el que se me condenó por “traición a la patria” y derivó en mi exilio. “¡Qué paradoja!”, pensaba cuando veía ambas informaciones juntas. Recordé cuando Alfonsín vino a la redacción a recomendarme no publicar la nota que motivó el decreto de Bignone y no le hice caso: fue la primera tapa sobre Astiz en Argentina. Alfonsín rememoró en el último reportaje que le realicé que aquella vez dijo: “Hijo, lo van a matar y lo precisamos vivo para la democracia”.

“Tremendos boludos”. Me gusta la canción de 6, 7, 8, que dice: “Que somos boludos, somos boludos, le creemos a Cristina y está mal. Somos boludos...somos boludos, apoyamos lo que hace un fiscal, cuando mete preso a un viejo torturador y lo hace para que a Cristina le vaya mejor. Somos boludos, somos boludos, los derechos humanos son un bluff, los meten presos a los genocidas pero sin convicción, hacen justicia para tener cada vez más Louis Vuitton. Somos boludos, tremendos boludos; boludos que se dejan engañar. Es un buen negocio pelearse con una oscura corporación, para tener controlados a los boludos como vos y yo”.

Parafraseándola: “Videla era boludo; Galtieri, boludo y Bignone, boludo también; eran presidentes y castigaban a una revista que los defendía vehementemente. Eran boludos, muy boludos, que secuestraban, encarcelaban y mandaban al exilio a su periodista, para que treinta años después pudiera decir que no era procesista. Eran boludos, tremendos boludos, milicos boludos que se dejaban engañar”.

© Escrito por Jorge Fontevecchia y publicado en el Diario Perfil del domingo 25 de Abril de 2010