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sábado, 26 de diciembre de 2015

La ridícula “Resistencia” de Sabbatella… @dealgunamanera...

La ridícula “Resistencia” de Sabbatella…


Hipocresía sin límite del verdugo de los medios independientes. Martín Sabbatella le está dando una valiosa lección al pueblo argentino, relativa al nivel de descaro e incoherencia al que puede llevar el fanatismo. El funcionario cristinista ha aceptado escenificar la pretendida “resistencia” del FPV, intentando mostrarse como una víctima de las prácticas de persecución que él lideró durante años.

© Escrito por Rafael Eduardo Micheletti el miércoles 23/12/2015 y publicado por Tribuna de Periodistas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

El dirigente de Nuevo Encuentro saltó a la fama cuando ganó la intendencia de Morón y se perfiló como un joven exponente de la “nueva política” en medio de los anquilosados caudillos del conurbano. Sin embargo, en algún momento decidió adherir a la ideología totalitaria del neomarxismo populista y subordinarse incondicional y sesgadamente a la voluntad de la líder del FPV, Cristina Fernández.

Esta nueva situación psicológica y política lo fue corrompiendo cada vez más. Una a una, sus banderas de honestidad, republicanismo y renovación política fueron disgregándose en sus manos. Hoy en día ha quedado expuesto ante la opinión pública como un funcionario “militante”, sin prácticamente ninguna credibilidad, que discriminó y hostigó sistemáticamente a los medios de comunicación que no se subordinaban al gobierno de turno. Tanto es así que no pudo consagrarse vicegobernador de Buenos Aires junto a Aníbal Fernández y su espacio político perdió el bastión que lo vio nacer, el municipio de Morón. En esa localidad, ya desde 2011 se empezaron a escuchar fuertes denuncias de sobreprecios, aumentos injustificados del presupuesto para viáticos y publicidad y uso partidario del aparato estatal. La nueva política había mutado a la vieja.

Según ha trascendido, el propio Sabbatella reconoció en una reunión con funcionarios del nuevo gobierno que sólo renunciará si se lo pide Cristina. Claro, podría tratarse de un noble gesto de lealtad pero, dados sus antecedentes, su comportamiento al frente del AFSCA y su aceptación de una candidatura suicida junto a “La Morsa”, se trata en realidad de la expresión de una patología fanática de alguien que ha renunciado cobardemente a pensar y a actuar por sí mismo.

El personaje en cuestión no se cansó de embanderarse en el discurso de la democracia y el pluralismo, cuando sabía claramente que la llamada “ley de medios” no era más que una imitación de un sofisticado y tramposo artilugio legal que el modelo a seguir del FPV, el gobierno chavista de Venezuela, había logrado utilizar con éxito para acallar de a poco, pero sin descanso, a cada uno de los medios que osaran criticarlo.

Desde el inicio, el matrimonio Kirchner decidió replicar a nivel nacional el mecanismo de control de los medios de comunicación exitosamente implementado en Santa Cruz. El mismo involucraba extender la corrupción de Estado al mercado de medios, cooptando a los empresarios del sector con prebendas e instalando a testaferros amigos, así como también extorsionar con la pauta oficial y amenazas varias. Pero el Grupo Clarín, al principio socio del gobierno, se mostró demasiado fuerte y entonces la ley de medios fue pensada para desguazarlo. Se pretendió fragmentar y debilitar a los medios de comunicación para volverlos más vulnerables y manipulables mientras se le confería a un Estado discrecional y abusivo mayor poder de regulación y sanción.

Sabbatella fue plenamente consciente de todo esto durante su campaña a favor de la ley de medios y su gestión al frente del AFSCA. Es decir, nos mintió a todos descaradamente. Además, ejecutó la ley referida de manera discriminatoria, siendo parte activa de una acción de persecución estatal contra medios independientes que, como mínimo, implicó abuso de poder y mal desempeño de la función pública. El ultrakirchnerista nunca pudo explicar por qué decidió postergar indefinidamente el análisis de los planes de adecuación de los medios afines al gobierno y avanzar injustificadamente, sin respetar el derecho de defensa, con la adecuación de oficio del Grupo Clarín. Este proceder arbitrario motivó nada menos que una medida cautelar de la Justicia argentina avalada por la Corte Suprema y una abierta condena de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP).

El planteo de que la autoridad de aplicación de la ley de medios no puede ser intervenida por decreto puede ser muy atendible. Igual que en el caso de las designaciones de jueces independientes para la Corte Suprema por decreto, aunque las intenciones puedan ser buenas, y sin negar el obstruccionismo deliberado y sistemático en el que se enfrascó el FPV incluso antes del traspaso, se estaría sentando un mal precedente desde el punto de vista institucional que podría prestarse a abusos en el futuro.

Sin embargo, la discusión sobre el procedimiento empleado no debe hacernos perder de vista que Sabbatella y el FPV carecen de la más elemental autoridad moral para hablar de “libertad de expresión” cuando durante su gobierno estuvieron muy cerca de concretar el malicioso objetivo de destruirla, tal como lo hiciera Hugo Chávez en el “paraíso” bolivariano.

El dirigente de Morón les haría mucho bien a la libertad de expresión, al AFSCA y a la ley de medios si renunciara a su cargo pero, en vez de eso, ha decidido hasta ahora seguir obedeciendo sin objeciones las órdenes impartidas por Cristina Fernández. Más aún, ha pretendido teatralizar una supuesta “resistencia” nada creíble contra el autoritarismo que él implementó desde el Estado.

El fanatismo suele llevar a las incoherencias más absurdas.


sábado, 12 de diciembre de 2015

Simbolismos de una transición agitada… @dealgunamanera...

Simbolismos De Una Transición Agitada…


Macri deshace con gestos el discurso oficial. A veces, un gesto puede más que mil palabras. La política no se hace con gestos, pero previo a asumir un cargo de tan alta responsabilidad como el de Presidente de la Nación, las pequeñas y no tan pequeñas decisiones del futuro Jefe de Estado pueden poner a la luz un estilo y una determinada escala de valores y jerarquía de prioridades.

© Escrito en jueves 10/12/2015 por Rafael Eduardo Micheletti y publicado por Tribuna de Periodistas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Así como en su momento se habló mucho de los gestos del Papa Francisco en los primeros días de su pontificado, sin ánimo de equiparar ámbitos ni personalidades, se pueden analizar los gestos que ha tenido hasta ahora Macri en el muy breve pero a la vez intenso tiempo intermedio entre su triunfo electoral y su asunción. Los mismos no han servido sólo para marcar un estilo personal, sino también para pulverizar en un muy breve período de tiempo el andamiaje simbólico que quedaba en pie de lo que ha sido el discurso oficial en la última década.

¿Se puede decir que unos cuantos gestos del presidente electo han bastado para demoler lo poco que quedaba del famoso “relato”?

Para empezar, más allá de algunas pocas excepciones, Macri ha conformado un gabinete con muy alta capacidad técnica. De esta manera, destruyó en un abrir y cerrar de ojos el mito oficialista de que la política es siempre y solamente sinónimo de militancia. Macri no designó militantes, no se cerró en su círculo íntimo ni se rodeó de incondicionales. Pensó en poner al frente de la Argentina los que para él eran los mejores. Demostró que su discurso sobre el “trabajo en equipo” no es un simple eslogan.

Otro gesto importante del flamante presidente electo fue realizar de inmediato una conferencia de prensa de verdad, con preguntas libres, y prometer (habrá que ver si lo sostiene) que se lleven a cabo en forma regular durante su mandato. Este pequeño pero poderoso gesto marca una ruptura importante con el populismo: el gobernante no es dueño de la verdad y su poder no le confiere derechos sino obligaciones. Debe rendir cuentas al detalle de cada cosa que hace con el poder que el pueblo soberano le presta.

Con una movida magistral, Macri dinamitó el discurso según el cual él venía a destruir todo lo hecho por el gobierno saliente, a romper en todos los frentes y a instalar un retorno al pasado. Mantuvo en su puesto al ministro de Ciencia y Tecnología, Lino Barañao, prestigioso científico artífice de uno de los pocos aciertos que puede mostrar Cristina en medio de tanta pérdida de credibilidad. Esto va de la mano con el desarrollismo predicado por Cambiemos, muy lejos de la suerte de elitismo materialista que pretendieron endilgarle.

Como si todo lo anterior fuera poco, el líder Qom, Félix Díaz, con quien Macri se había reunido durante la campaña firmando un acta compromiso, decidió levantar el ya legendario acampe en la 9 de Julio cuya persistencia se debía a la iracunda negativa de Cristina a recibirlo. Lo hizo en medio de una fuerte crítica al kirchnerismo, al cual tildó de “discriminador”. ¿No era acaso que la líder populista tenía una conexión especial con los excluidos, que el populismo era el mejor vehículo para procesar demandas sociales insatisfechas y que Macri era sinónimo de represión, exclusión y discriminación? ¿Tan rápido se dieron vuelta los papeles?

Otra ruptura con Cristina fue el fuerte ritmo de trabajo que ya le imprimió Macri a su gestión, incluso antes de asumir. A pesar del muy escaso tiempo que tuvo luego de la ardua campaña antes de la asunción, ya se puso a trabajar a toda máquina, reuniéndose con su gabinete, dando conferencias de prensa y viajando a países vecinos como Brasil y Chile al efecto de restaurar relaciones bilaterales tan deterioradas durante el kirchnerismo. La política ya no se trata de quedarse con los brazos cruzados, negar los problemas (como la inseguridad y la inflación) y victimizarse echando culpas para afuera, sino de arremangarse y trabajar; de no perder el tiempo que es del pueblo.

Tanto pasó en tan corta transición, que también hubo tiempo para la polémica. Casi como queriendo darle crédito a la teoría de Nelson Castro sobre la enfermedad del poder de Cristina, la mandataria saliente se enfrascó en un inexplicable capricho al pretender alterar dos tradiciones institucionales: que el paso de mando se hace en la Casa Rosada (como incluso lo ha reconocido el propio kirchnerismo a través de su lamentable dibujo animado “Paka-Paka” orientado a adoctrinar a los chicos) y que, en todo caso, se le reconoce al presidente entrante la facultad de elegir los pormenores de la ceremonia que lo inviste. Frente a este desquicio y atropello, Macri se plantó, transmitiendo y quizás adelantando una suerte de firmeza en lo tocante a la defensa de las instituciones tan vapuleadas por el gobierno saliente. Al parecer, si Cristina persiste en su sinsentido, la entrega del bastón de mando será protagonizada por la Corte Suprema.

Además de rodearse de ministros probos con peso y criterio propio, Macri también hizo su primera reunión de gabinete, demostrando un cierto estilo de diálogo y colegialidad que había brillado por su ausencia con Cristina y con los caudillismos en general. De nuevo, el presidente no es el dueño de la verdad y más importante que hablar es saber escuchar.

Por último, sin pretensión de exhaustividad, se puede mencionar como gesto de peso el hecho de que el primer viaje de Macri fue a Brasil, donde mantuvo un diálogo muy cordial con Dilma Rousseff, quien lo recibió en su despacho como si se tratara de un presidente en funciones. Macri ha generado una gran expectativa en la región en relación a la posibilidad de restaurar relaciones amistosas y constructivas de Argentina con sus vecinos. Otra vez, ¿no era que el kirchnerismo bregaba por la unidad latinoamericana y Macri por el imperialismo y el colonialismo?

Claro que todos estos son apenas gestos de alguien que ni siquiera asumió, pero si son tantos en tan poco tiempo y resultan consistentes, bien puede tratarse de un adelanto de lo que será la gestión de Macri al frente del Estado nacional. Lo que sí está claro, más allá del grado de confianza o esperanza que el presidente electo nos genere a cada uno, es que, si quedaba algo en pie del discurso oficial, Macri lo barrió con apenas un simple soplido causado por una seguidilla de decisiones de sentido común en una muy corta transición de mandatos presidenciales.