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sábado, 22 de mayo de 2021

¿Cómo surgió el terrorismo de Estado? @dealgunamaneraok...

 ¿Cómo surgió el terrorismo de Estado? 

La dictadura de 1976 está signada, entre otras cosas, por el terrorismo de Estado. Ese dispositivo de represión clandestina fue el corolario de un largo proceso de intervención política de los militares y una serie de prerrogativas habilitadas por el gobierno de Isabel Martínez de Perón.

© Escrito por Esteban Pontoriero el martes 23/03/2021 y publicado por el La Vanguardia de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los Argentinos. 



Cuando esto ocurre [la suspensión total del orden jurídico vigente], es evidente que mientras el Estado subsiste, el derecho pasa a segundo término. Como quiera que el estado excepcional es siempre cosa distinta de la anarquía y del caos, en sentido jurídico siempre subsiste un orden, aunque este orden no sea jurídico. La existencia del Estado deja en este punto acreditada su superioridad sobre la validez de la norma jurídica. La “decisión” se libera de todas las trabas normativas y se torna absoluta, en sentido propio. Ante un caso excepcional, el Estado suspende el Derecho por virtud del derecho a la propia conservación.[1]

 

El 16 de febrero de 1975 en la plaza de armas del Regimiento Patricios de Mendoza se llevó a cabo el velatorio del capitán Héctor Cáceres, muerto unos días antes en el monte tucumano durante un enfrentamiento con miembros del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). El hecho se produjo en un contexto particular: desde los inicios de ese mes el Ejército argentino se encontraba realizando una acción represiva y de exterminio en gran escala para eliminar el “foco rural” que esa organización político-militar había establecido en la provincia de Tucumán. En el funeral del oficial muerto, el general Leandro Anaya, Comandante en Jefe del Ejército, expresó: “El 29 de mayo próximo, al conmemorarse el aniversario de la fuerza [el día del Ejército], manifestaré: “el país ha definido claramente la forma de vida dentro de la cual desea desenvolverse. El gobierno, respaldado por los sectores más representativos del quehacer nacional, ha adoptado la firme determinación de hacer efectivo dicho mandato” […]. Dije en una oportunidad: “el Ejército está preparado para caer sobre la subversión, cuando el pueblo así lo reclame a través de sus legítimos representantes”. El pueblo lo ha reclamado. El Ejército cumplió”.[2]

 

La lectura de este párrafo nos conduce a formular algunas preguntas: ¿Cómo y por qué el arma terrestre llegó a ocuparse de la realización de tareas represivas? ¿Cuál fue el papel que cumplieron las autoridades políticas en ese proceso? ¿Por medio de qué marco legal se habilitó el uso del Ejército en el orden interno? ¿A quién o a quiénes habían definido como el enemigo los hombres de armas y el gobierno? ¿En qué tipo de conflicto interno creían estar involucrados los actores políticos y militares? 

Hacia fines de 1975 ya estaban disponibles dos factores centrales de la represión clandestina que ejecutarían las Fuerzas Armadas con el Ejército a la cabeza: un abordaje para la guerra interna y un marco legal que habilitaba un estado de excepción.


Hacia fines de 1975 ya estaban disponibles dos factores centrales de la represión clandestina que ejecutarían las Fuerzas Armadas con el Ejército a la cabeza: un abordaje para la guerra interna y un marco legal que habilitaba un estado de excepción. Se contaba con una teoría y una práctica para la contrainsurgencia desde los años finales de la década del cincuenta. A su vez, el gobierno peronista de María Estela Martínez de Perón (1974-1976) dictó un conjunto de decretos que edificaron una creciente excepcionalidad jurídica. Este proceso poseía importantes antecedentes en las dictaduras militares de la “Revolución Libertadora” (1955-1958) y de la “Revolución Argentina” (1966-1973) y en las presidencias constitucionales de Arturo Frondizi (1958-1962) y de Arturo Illia (1963-1966). Durante el mandato de Martínez de Perón se dictaron el estado de sitio en noviembre de 1974 y los decretos “de aniquilamiento de la subversión” al año siguiente.

 

En los primeros días de febrero de 1975, el Poder Ejecutivo convocó al Ejército para darle la mayor responsabilidad en materia represiva: lograr la derrota y el exterminio del “foco guerrillero” que el ERP había instalado en una zona rural de la provincia de Tucumán desde algunos meses atrás. Luego del ataque de la organización político-militar peronista Montoneros al Regimiento de Infantería de Monte 29 en la provincia de Formosa en octubre, aquella misión tomó un carácter nacional mediante el decreto 2772. Las autoridades políticas y militares consideraban que, en la coyuntura de 1975, la defensa y el resguardo de la República justificaban la suspensión de partes sustanciales del orden jurídico para garantizar su supervivencia ante una amenaza caracterizada por ambos actores como “subversiva”.


 

Escribir sobre el terrorismo de Estado es también escribir sobre la guerra. Los militares (al igual que la mayoría de la dirigencia política, diversos sectores de la sociedad civil y las organizaciones armadas) partían de la premisa de estar librando una contienda bélica. En base a ello diagramaban su doctrina, estrategia, hipótesis de conflicto, métodos de combate e intervención en el orden interno. Además, no se trataban de cualquier enfrentamiento armado sino de una “guerra contra la subversión”. Esto implicaba, por ejemplo, incorporar el crimen a la operatoria castrense.

 

¿Por qué el Ejército recurrió a prácticas represivas clandestinas que no figuraban o estaban prohibidas en los reglamentos elaborados por la propia institución desde la incorporación de las nociones contrainsurgentes? La respuesta a esa pregunta debería tomar en cuenta una serie de factores: la influencia ejercida por el pensamiento contrainsurgente y las prácticas criminales que éste avalaba; la amnistía generalizada de los presos políticos capturados y juzgados durante la “Revolución Argentina” ocurrida durante la presidencia de Héctor Cámpora (mayo a julio de 1973); la situación ventajosa que le daría a los militares desde el punto de vista operativo, asegurando la efectividad y la impunidad por las tareas ilegales que éstos realizaran y la probada eficacia del terror entendido como un arma de guerra contra los opositores políticos. Además, la masacre debía esconderse para el resto del mundo y especialmente frente a los eventuales reclamos que pudiera realizar la Iglesia Católica, como ya había ocurrido con las ejecuciones que tuvieron lugar en la dictadura del general Augusto Pinochet en Chile (1973-1990). 

Se había delineado una estrategia represiva y de aniquilamiento que se basaba en la conducción centralizada y la ejecución descentralizada: esto brindaba ciertos niveles de autonomía a las jerarquías inferiores. Estos principios fueron la culminación de un recorrido formativo y de elaboración doctrinaria iniciado en 1955.


El Ejército condensó una serie de principios para guiar su accionar contra los opositores políticos o aquellos individuos o colectivos percibidos como tales. Se había definido un enemigo, la “subversión”, caracterizado por estar oculto entre la población, su extremismo ideológico y de métodos, operar en varios frentes y buscar la toma del poder para transformar de raíz los supuestos fundamentos políticos, culturales, religiosos y económicos de la Argentina. Se había delineado una estrategia represiva y de aniquilamiento que se basaba en la conducción centralizada y la ejecución descentralizada: esto brindaba ciertos niveles de autonomía a las jerarquías inferiores. Estos principios fueron la culminación de un recorrido formativo y de elaboración doctrinaria iniciado en 1955.

 

Las máximas autoridades de la fuerza habían decidido el exterminio del enemigo. Desde el “Operativo Independencia”, el concepto de “aniquilamiento” se convirtió en el ordenador de las prácticas represivas. No obstante, los militares en soledad no hubiesen podido imponer sus ideas y encarar la “lucha antisubversiva” si no hubieran contado con el aval político que solamente les podían otorgar las máximas autoridades del gobierno. Los secuestros, las torturas, los centros clandestinos, los asesinatos masivos, las desapariciones, las variadas formas de destruir o esconder los cuerpos, se convirtieron en la marca registrada del terrorismo de Estado en nuestro país, junto con una serie de prácticas legales o legalizadas por la dictadura tales como la prisión política o el exilio.


En los prolegómenos del golpe de Estado de marzo de 1976, un conjunto de elementos diacrónicos confluyó con otros de tipo sincrónico. Una serie de procesos de largo plazo (desarrollos doctrinarios, jurídicos, de imaginarios, de estructuras organizativas y de prácticas) se imbricaron con otros de corta duración (un diagnóstico de coyuntura, usos, apropiaciones, prácticas represivas, una convocatoria presidencial a la “lucha antisubversiva” y un contexto de crisis política, económica e intra gubernamental) dando lugar al surgimiento de un determinado fenómeno histórico: la represión clandestina y su cara más brutal, el exterminio secreto.

 

La seguridad interna se hallaba completamente integrada a la esfera de la defensa nacional, más que en ninguna de las otras coyunturas previas. La lógica del estado de excepción, existente en diferentes momentos entre 1955 y 1976, creó una situación compleja respecto del marco constitucional. La incorporación de las FF.AA. a la esfera de la seguridad interna para ejecutar tareas represivas se realizó mediante una legislación de defensa atravesada por el imaginario de la “guerra contrainsurgente” que permitía suspender una parte de las garantías constitucionales y que avalaba la implementación de un conjunto de prácticas represivas sostenidas en ese marco legal de emergencia. Desde la lógica castrense no existía una ruptura entre el orden legal y la acción clandestina: la introducción de un estado de excepción les daba a los militares la primacía en la represión y exterminio de la “subversión”. Una serie de decretos confirmaba la percepción del Ejército de estar inmerso en una guerra que –es importante remarcarlo– implicaba la realización de acciones criminales.

Desde la lógica castrense no existía una ruptura entre el orden legal y la acción clandestina: la introducción de un estado de excepción les daba a los militares la primacía en la represión y exterminio de la “subversión”. 

Los pares dicotómicos estatalidad/paraestatalidad y acción pública/acción clandestina en un marco de excepción pierden su operatividad para el análisis histórico: deben abordarse considerando sus cruces y porosidades. Las medidas propias de un estado de excepción imponen una situación en la que la división polar “legal/ilegal” deja de funcionar como clave de comprensión de las acciones ejecutadas por el Estado. En el caso argentino, por ejemplo, muchas de las medidas represivas que implementaron los militares estaban fuera del orden jurídico. Sin embargo, la legislación de defensa que se sancionó en los sesenta y entre 1974 y 1975 permitió que aquellas prácticas ilegales se volvieran legales. Por lo tanto, como señala Marina Franco “el problema no es entonces la ‘legalidad o la ‘ilegalidad’ de las acciones, sino el carácter excepcional y ascendente de esas medidas ‘legales’ fundadas en el estado de necesidad que llevó a la suspensión progresiva del Estado de derecho en nombre de su preservación. Fue ese proceso, efectivamente, el que condujo a la militarización del Estado y alimentó, una vez más, la autonomización de las Fuerzas Armadas”.[3] 

Para finalizar, a partir de 1975 la acción represiva y de exterminio se movieron en una “tierra de nadie” creada por la combinación de la excepcionalidad jurídica con la contrainsurgencia. Este proceso tuvo como condición de posibilidad los desarrollos doctrinarios y gubernamentales previos. 

[1] Carl Schmitt. Teología política. Cuatro ensayos sobre la soberanía. Buenos Aires, Struhart & Cía., 2005, p. 30. 

[2] Clarín, 17 de febrero de 1975, p. 5. 

[3] Marina Franco. Un enemigo para la nación…Op. Cit.,p. 181. 

Esteban Pontoriero. Doctor en Historia por el Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES) de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM), Investigador Asistente en CONICET.



sábado, 13 de junio de 2020

Una novela sobre los Lugones: Cuando la Ficción no lograr imponerse a la realidad… @dealgunamanera…

La espada y la palabra. Una novela sobre los Lugones: Cuando la Ficción no lograr imponerse a la realidad… 


La saga de la familia Lugones supone uno de esos dramas que, para el sentido común, están hechos a medida de una novela. Leopoldo Lugones, el poeta exquisito que alentó la primera dictadura militar argentina; su hijo homónimo, comisario y célebre torturador, y Pirí, la tercera generación, periodista y militante montonera víctima del terrorismo de Estado, parecen piezas de un rompecabezas que debería ser ajustado. La pregunta es qué puede aportar la ficción –en este caso la novela de Marta Merkin– en una historia que no necesita ningún agregado, ninguna invención, para hacerla atractiva o para interesar a los lectores.

© Escrito por Osvaldo Aguirre el domingo 21/11/2004 y publicado por el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los Argentinos.


Los Lugones, cuya acción transcurre entre 1968 y 1979, aborda esa novela familiar a partir de Pirí Lugones. La coprotagonista y por momentos conductora de la narración es Laura, en principio una estudiante secundaria que tiene como profesora de literatura a Emilia Cadelago, la ex amante secreta de Leopoldo Lugones.

La militancia política pone a Laura en contacto, por un lado, con Américo, un viejo anarquista que será su punto de apoyo cada vez que entre en crisis, y por otro con los intelectuales más importantes de la izquierda peronista. De manera didáctica, como si el texto apuntara a un lector que desconoce hasta lo más elemental, Emilia Cadelago relata sus amores con el poeta (se retoma la versión según la cual el romance fue interrumpido por la intervención policial de Leopoldo hijo) mientras Américo expone con igual claridad sobre el viraje ideológico de Lugones y los tormentos que practicaba su hijo en el sótano de la vieja Penitenciaría Nacional.

Laura aparece sobre todo como un testigo de lo que los otros, los personajes históricos, hacen y dicen: está fascinada con ellos y presencia casi sin hablar, casi sin moverse, los diálogos que sostienen sobre cuestiones políticas. Si bien tiene dudas respecto de la lucha armada, termina por convertirse en militante de Montoneros y del sector de prensa.

La masacre de Trelew, la asunción de Cámpora como presidente, la expulsión de los Montoneros de la Plaza de Mayo, el golpe militar de 1976 y otros acontecimientos del período en cuestión son resumidos, por lo general, a través de circunstancias conocidas, lo que deja una impresión de relato estereotipado.

Ciertos hechos desconocidos que se incorporan producen, paradójicamente, un efecto fuerte de irrealidad: la reunión en que Walsh habría dado a leer la “Carta a mis amigos” (uno de sus textos más divulgados, aquí reproducido), o el recitado que hace Paco Urondo de uno de sus poemas, son difíciles de creer no en función de los sucesos históricos sino de las condiciones de la propia ficción.

Al parecer, Pirí Lugones tuvo una participación importante en la ejecución de José Rucci, pero ese dato pasa sin recibir mayor desarrollo, lo mismo que la interesante sospecha de Laura respecto de que “los dos Lugones eran igualmente perversos, violentos y autoritarios”.

La interpretación de la historia que se propone, sin demasiada argumentación, parece en cambio abusiva: Leopoldo Lugones, a través del célebre texto que anunció “la hora de la espada” (1924), fue la musa inspiradora no ya de José Uriburu sino de todos los dictadores que le siguieron.

El poeta podría ser considerado una especie de autor intelectual del crimen de su nieta: enfrentada a la represión, poco antes de su secuestro, Pirí comprende que “la espada que su abuelo había levantado con arrogancia hacía más de cincuenta años era la misma espada de la que ella estaba huyendo”.

La ex periodista y ocasional escritora habría sido ejecutada un 17 de febrero, el mismo día, se dice, en que su abuelo se suicidó. La historia no registra esa “macabra coincidencia” –Leopoldo Lugones murió el 18 de febrero de 1938–, pero puede prescindir de ella para imponerse a la ficción.
 




Los Lugones. Una tragedia argentina
Marta Merkin
Sudamericana
250 páginas


Los Lugones narra la vida de tres generaciones de esta familia paradigmática de la Argentina.
Leopoldo, el poeta nacional; Polo, su hijo, oficial de la policía, torturador e inventor de la picana; y Pirí, nieta de Leopoldo e hija de Polo, militante de izquierda y luego integrante de Montoneros, que es secuestrada, torturada y asesinada durante el Proceso.
La novela comienza en la década del sesenta con dos personajes laterales a la trama: una antigua novia del poeta, que es profesora en un colegio secundario, y una de sus alumnas, una joven rebelde que empieza a militar políticamente, donde conoce a Pirí.
De ese modo ingresa la política a la novela. De la mano de estos dos personajes, Marta Merkin reconstruye la historia de los tres Lugones, escribiendo a la vez una apasionante novela de época. 




jueves, 8 de diciembre de 2016

Diciembre de ´83... La Mochila… @dealgunamanera...

La Mochila…

Diciembre 83. "Con la democracia se come, se educa y se cura", frase de Alfonsín. Foto: Cedoc Perfil

¿Quién no carga una mochila? ¿Quién no lleva ahí, en la espalda, colgando de los hombros, el denso catálogo que resume su vida? Una serie de imágenes que se imprimen una y otra vez y se revelan lentamente como fotos en el cuarto más oscuro de nuestra conciencia. Ahí nos reconocemos. Acá estoy, éste soy yo. ¿Soy? ¿Ves el pelo, la ropa, el susto, el miedo, la risa, la alegría? Es una asociación desordenada, aleatoria, que evoca ese juego infantil, esa pelea callejera, los silencios de tu viejo, las lágrimas de tu madre, el día qué, la tarde cuándo, el grito, el gol, ella, eso que sentías, la primera vez.

© Escrito por Carlos Ares el domingo 04/12/2016 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

¿Quién no encuentra todavía en su invisible mochila migas de lo que fue, bollos de papel, poemas, penas, juguetes, amigos, objetos que se conservan como talismanes y se frotan como lámparas para saber, para que nos digan quiénes éramos y por qué y cómo pasó lo que pasó. Una moneda, una figurita, una muñeca de trapo, el reloj del abuelo, el libro de cuentos, la pelota, la camiseta firmada, el autógrafo, la piedra, el pañuelo. Acá estoy, éste soy yo, ¿ves?, mirame la cara, acababa de vomitar la hostia. Pecado mortal. Pensaba morirme esa misma noche. Y no me morí.

¿A quién no le pesa todo lo visto y escuchado, más lo dicho y lo hecho? Nos educan para una vida posible. Hay que aprender a compartir. Hay que saber, hacer, entender. De pronto, es tiempo de lucha, de combate por ideales, por convicciones, por personas que representan la esperanza del hombre “nuevo”, de un mundo más justo. Perón, el Che, Fidel, ERP, Montoneros. Justificamos la violencia, el robo, celebramos la muerte

Hace unos días, tirando para atrás todo lo que encontraba, rebusqué en mi mochila. Sabía que lo tenía y ahí estaba. Los pelos que asomaron parecían de un gorila, pero no. Abajo de Perón, de Evita, de la Patria Socialista, se veía claramente su inconfundible barba. Es, era Fidel. Lo tenía de joven, al lado del Che. Mirando el desparramo que hice a mí alrededor de caras, nombres, libros, consignas, me dije que era una buena oportunidad para limpiar la basura acumulada. Empecé por lo que olía peor. Isabel, Firmenich, López Rega, Videla, Galtieri, el almirante Lacoste, Menem y su ristra de frases, “síganme”, “salariazo”, “revolución productiva”, “declaro la corrupción delito de traición a la patria”, “atravesaremos la estratósfera y en dos horas estaremos en Japón”. Mafiosos, asesinos, narcos. Contuve el asco y seguí tirando, desde Yabrán hasta Aníbal Fernández.

Por una cosa o por otra –autoritarismo, amenazas, crímenes imperdonables–, la mayoría fue a parar a las bolsas negras, de consorcio. Separé restos orgánicos, húmedos y grasos como Roberto Dromi, de personajes de plástico como De la Rúa o Scioli, y latas grandes, agarradas a las manos de Báez, López, Jaime, De Vido y más. Llené tres contenedores y, aun así, me quedaba todavía una montaña de residuos inútiles. Ideologías que encubren, mentiras evidentes, relatos insostenibles. Recuerdo que me dije: “Entre las que comprás y las que te venden, qué cantidad de porquerías juntás”

Somos hechos por el tiempo que nos toca. Al cabo de los años, la vida se condensa y supura en historias. Nos caemos, nos levantamos, gritamos, pedimos, reclamamos, exigimos, votamos, creemos. “Nunca más”, “con la democracia se come, se cura y se educa”, “no pude, no quise, no supe”. “El que las hace las paga”, “conmigo un peso un dólar”, “estamos condenados al éxito”, “chicos, por favor, estamos en Harvard, esas cosas son para La Matanza”, “tenemos menos pobres que Alemania”.

En esas estaba, viendo qué más podía tirar, cuando ella, la Maga, pide ayuda para hacer la mochila de los chicos, que mañana arrancan temprano. De la mía, pensé, de la que todavía tanto lleva, nada va a la de ellos. Ni los textos, ni la música, ni las ideas, ni mis broncas, ni mis pasiones, nada. Mucho menos, tantos fracasos. Sólo, si aceptan, algunos buenos deseos y esperanzas de justicia. El alimento necesario para que se sostengan enteros, dignos de sí. Ya tendrán su propio pasado como para andar de salida cargando uno ajeno. Si hacen el viaje “ligeros de equipaje”, tal vez puedan llegar más lejos, hacer algo mejor.




domingo, 28 de agosto de 2016

"A los Kirchner nunca les importó nunca el tema de los derechos humanos"… @dealgunamanera...

Graciela Fernández Meijide: "A los Kirchner nunca les importó nunca el tema de los derechos humanos"…


La exintegrante de la CONADEP sostuvo que los grupos guerrilleros fueron "terroristas" y propuso reducir penas a los represores que colaboren con la Justicia.

Publicado el domingo 28/08/2016 por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Graciela Fernández Meijide, exintegrante de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) durante la presidencia de Raúl Alfonsín, habló durante una entrevista de su lugar en los organismos de derechos humanos, la desaparición de su hijo, el número de desaparecidos y la discusión sobre esa época que se ha reavivado en las últimos semanas.

Cuando el consultaron por qué no siguió la línea de Madres de Plaza de Mayo, Fernández Meijide contestó: “Porque mi forma de trabajo es más institucional. A mí no me alcanzaba con lo testimonial, que igual es importante. Pero había que reunirse en la calle y no había cómo guardar la documentación. En cambio, la Asamblea tenía una pequeña estructura que después se fue agrandando”.

En cuanto a la llamada "teoría de los dos demonios", consideró que “es un invento que se reverdeció cuando Alfonsín dio, en 1983, los decretos 157 y 158, por los cuales se ordenaba el enjuiciamiento de los líderes de las tres primeras Juntas Militares y de los líderes de las organizaciones armadas Montoneros y ERP que no estaban en el país. Parecía que Alfonsín los ponía en nivel de igualdad”.

“Sin embargo, si se lee la fundamentación de ambos decretos, no se dice ‘tienen igual responsabilidad’. Es por eso que se declaró crimen de lesa humanidad uno y no el otro, porque la fuerza que tiene un gobierno con todas las agencias de represión a su disposición se suma a la garantía de total impunidad”, agregó durante la entrevista al sitio Infobae. Además, sostuvo que “hoy ya no tiene sentido” enjuiciar a grupos que tomaron las armas en esa época.

“Se hacen igual que antes, por lo tanto, la verdad la aportan siempre las víctimas, y los militares niegan y niegan. No se encontró la forma”, sostuvo la exintegrante de la Conadep en cuanto a los juicios contra los represores.

Además, sobre el tema, agregó: “A aquel que diga datos concretos, que tenga reducción de pena. Hoy no tienen ningún estímulo. Si Santiago Riveros, que era el responsable de Campo de Mayo, donde seguramente mataron a mi hijo y al hermano de Eduardo, pudiera negociar no tener condena perpetua, a lo mejor nos diría si mi hijo pasó ahí”.

En cuanto a la reactivación de los juicios durante el kirchnerismo, Fernández Meijide consideró que “la intencionalidad fue política. Néstor Kirchner fue elegido con el 22% de los votos y necesitaba sectores de la sociedad que lo apoyaran. Cuando se empiezan a desarrollar los juicios, comienza la necesidad de hacer juicios y más juicios. Además, se los organizó con muy poca astucia desde el punto de los tiempos de la economía jurídica”.

Además, sostuvo que los Kirchner desmerecieron el trabajo previo de los organismos de derechos humanos “porque eran ignorantes de ignorancia supina. Ni a uno ni al otro les importó nunca el tema de los derechos humanos y nunca tuvieron nada, ninguna participación, ni física ni intelectual, con el tema. Por lo tanto, cuando lo abordaron, lo hicieron desde la mayor ignorancia”.

“La acción de recomenzar la justicia, convocar y financiar dio sus resultados. Además, los organismos estaban muy achicados ya, pensá que yo soy de las madres más jóvenes, ya muchísimas han muerto”, comentó sobre la cooptación de los organismos.

Al ser consultada por la cifra de desaparecidos, Fernández Meijide declaró: “Yo siempre digo, si fueron 30 mil, primero: ¿por qué las cúpulas no dicen quiénes son los 20 mil restantes? Segundo: ¿Qué pasó en esta sociedad que hay 20 mil personas que desaparecen y no hay una familia, un amigo o un compañero que denuncie?”.

“¡Es imposible! Son los que son, número más o número menos. Y es más, hubo muchos intentos de denuncia de desaparición posterior para poder cobrar las indemnizaciones, porque esas cosas también, desgraciadamente, pasan”, remató.

Además, polémica, Fernández Meijide sostuvo que el accionar de la Dictadura no se trató de genocidio porque eso “supone la persecución a un sector de la sociedad por raza, religión o etnia. Acá el tema era destruir las organizaciones armadas, sobre todo y básicamente ERP y Montoneros”.

Por otra parte, la exintegrante de la Conadep sostuvo que las organizaciones armadas deberían ser llamadas “terroristas. Sobre todo la guerrilla urbana, donde no hay un enfrentamiento con un ejército en un terreno. Por eso, para hacerse notar, o tomaban un cuartel o una comisaría para robar las armas o ponían una bomba”.

Para cerrar, le consultaron si cree posible cerrar ese capítulo de la Argentina, a lo que contestó: “Siempre se va a cerrar, más tarde o más temprano. Hoy por hoy es muy pronto. Primero, porque nadie dijo qué pasó con los desaparecidos. Yo todavía no sé qué pasó con mi hijo”.


martes, 14 de junio de 2016

De dónde provienen las palabras “boludo” y “pelotudo”… @dealgunamanera…

De dónde provienen las palabras “Boludo” y “Pelotudo”… 


En las Guerras de la Independencia, nuestros gauchos peleaban contra un ejército de lo que en aquella época era el Primer Mundo. Una maquinaria de guerra con disciplina de las mejores academias militares, armas de fuego, artillería, corazas, caballería, el mejor acero toledano, etc.

© Publicado por http://buenavibra.es de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Nuestros gauchos (los montoneros), de calzoncillo cribado y botas de potro con los dedos al aire, sólo tenían para oponerles pelotas, piedras grandes con un surco por donde ataban un tiento, bolas -las boleadoras- y facones, que algunos amarraban a una caña tacuara y hacían una lanza precaria. Pocos tenían armas de fuego: algún trabuco naranjero o arma larga desactualizada.


¿Cuál era la técnica para oponerse a semejante maquinaria bélica como la que traían los realistas?

Nuestros gauchos formaban en tres filas: La primera era la de los Pelotudos, que portaban las pelotas de piedra grande amarradas con un tiento. La segunda era la de los Lanceros, facón y tacuara, y la tercera la integraban los Boludos con sus boleadoras o bolas.


Cuando los españoles cargaban con su caballería, los pelotudos, haciendo gala de una admirable valentía, los esperaban a pie firme y les pegaban a los caballos en el pecho, que de esta manera rodaban y desmontaban al jinete y provocaban la caída de los que venían atrás. Los lanceros aprovechaban esta circunstancia y pinchaban a los caídos.

Entonces, los Boludos, que no eran tan Boludos porque venían atrás, los rematan en el piso.


Allá por la década del ’90 (1890) un Diputado de la Nación aludiendo a lo que hoy llamaríamos “perejiles”, dijo que no había que ser Pelotudo en referencia a que no había que ir al frente y hacerse matar.

Fue algo así como decir “no hay que ser estúpido”. Esta fue la segunda acepción que se le dio al término: 1º aguerrido 2º estúpido o similar. Con el tiempo se sumó a esta última clasificación la palabra boludo y el imaginario popular lo fue incorporando como al que los genitales grandes le impedían moverse con facilidad.


Luego se transformó en un insulto grave, de tal manera que íbamos a las manos si alguien nos lo decía.  Y nos fuimos olvidando del verdadero origen de la palabra.


En las dos últimas décadas, reemplazando a otros modismos del dialecto cotidiano argentino, (como el ¿“viste”? o “a ver”…), los jóvenes intercalan cada dos o tres palabras un Boludo, a veces por nada, a veces por respuesta, a veces en vez de decir “querido”, es decir que es un término de uso múltiple que no tiene el sentido original y que en realidad, no sabemos por qué lo decimos.

Gian Franco Pagliaro. Balada del Boludo


  

viernes, 25 de marzo de 2016

Palabras que matan… @dealgunamanera...

Palabras que matan…


Es hacer un análisis muy pobre el pensar que recordar a las víctimas de la dictadura implica avalar el accionar guerrillero. La cosa es mucho más compleja. Porque, por ejemplo, muchos de los desaparecidos eran delegados gremiales, otros militantes de partidos que incluso se oponían explícita y enérgicamente a la guerrilla como la Unión Cívica Radical, el Partido Justicialista, el Partido Socialista de los Trabajadores y el Partido Comunista; delegados estudiantiles y militantes sociales.

Reducir la tragedia argentina a la opción entre Videla o la jefatura de Montoneros y ERP, es empobrecer la historia y llevarla a una opción binaria que deja afuera a muchos militantes de diversas organizaciones políticas y sociales que criticaron severamente el accionar de las cúpulas militaristas de la guerrilla -particularmente su accionar durante los gobiernos electos entre 1973 y 1976-. 

© Escrito por Felipe Pigna el jueves 24/03/2016 y publicado por https://www.facebook.com/FelipePigna

Pero además está la metodología represiva completamente ilegal e ilegítima elegida para combatir lo que globalmente se llamó subversión que incluía a la guerrilla y a todo el arco opositor que incluía a cantantes, actores, escritores, cineastas, artistas plásticos, etc. 

Otra forma de empobrecer el debate es instalar una teoría de los dos demonios que como me decía el insospechado de "subversivo" historiador liberal Tulio Halperín Donghi:

"Hay una teoría de los dos demonios, pero son dos demonios muy diferentes. Hay un elemento diferenciador entre la violencia surgida de la iniciativa de los guerrilleros, y una violencia que comienza con el secuestro del Estado y el uso de todos los recursos del Estado para ciertas funciones que los que lo han capturado deciden que son importantes y que imponen al resto de la sociedad. Creo que aquí hay una diferencia básica, que tiene una dimensión moral. Y que caracteriza muy bien la naturaleza muy diferente de los dos movimientos." 
(1)

Con la excusa de combatir a esa guerrilla, que para 1976 se encontraba aislada políticamente de una población que, tras evaluar sus errores y horrores, estaba muy lejos de visualizarla como una alternativa válida frente al gobierno de Isabel Perón, los uniformados y sus socios civiles venían a imponer un nuevo modelo de sociedad, a terminar con todo conato de desarrollo nacional independiente y a disciplinar a una sociedad con una larga tradición de lucha y conciencia gremial. Así lo expresó claramente el general Videla en la cena de camaradería de las Fuerzas Armadas, el 8 de julio de 1976: "La lucha se dará en todos los campos, además del estrictamente militar. No se permitirá la acción disolvente y antinacional en la cultura, en los medios de comunicación, en la economía, en la política o en el gremialismo".

Hasta 1976 el 24 de marzo remitía en las efemérides a dos hechos auspiciosos y democráticos: el 24 de marzo de 1816, se inauguraban las sesiones del Congreso de Tucumán que proclamaría nuestra independencia y tres años antes, un 24 de marzo la Asamblea del año XIII, terminaba para siempre con la nefasta Inquisición en todo el territorio del ex virreinato del Río de la Plata. 

Seguramente ni los congresales del XIII ni los del XVI estaban en condiciones de sospechar que la inquisición volvería corregida, actualizada y aumentada un 24 de marzo de 1976. 

Los uniformados y sus socios civiles venían a imponer un nuevo modelo de sociedad, a terminar con todo conato de desarrollo nacional independiente y a disciplinar a una sociedad con una larga tradición de lucha y conciencia gremial. Así lo expresó claramente el general Videla en la cena de camaradería de las Fuerzas Armadas, el 8 de julio de 1976: "La lucha se dará en todos los campos, además del estrictamente militar. No se permitirá la acción disolvente y antinacional en la cultura, en los medios de comunicación, en la economía, en la política o en el gremialismo." 

Las primeras medidas de la dictadura encabezada por el general Jorge Rafael Videla, ungido presidente por sus pares, no dejaron lugar a dudas sobre su carácter: establecimiento de la pena de muerte, clausura del Congreso Nacional y de todas las legislaturas provinciales y municipales, reemplazo de todos los miembros de la Corte Suprema de Justicia por jueces adictos al nuevo régimen, allanamiento e intervención de los sindicatos, prohibición de toda actividad política y censura previa sobre todos los medios de comunicación.

Los ministerios, con excepción del de Economía y el de Educación, fueron ocupados por militares. Los gobiernos provinciales también fueron repartidos en su mayoría entre uniformados de las tres fuerzas. Hasta los canales de televisión fueron adjudicados con ese criterio. Se creó, según decían ellos en reemplazo del Congreso, la Comisión de Asesoramiento Legislativo (CAL), también integrada por civiles y militares, cuyas funciones nunca se precisaron detalladamente. Las intendencias municipales fueron asignadas en su gran mayoría a civiles de diferentes partidos políticos, con predominio de los miembros del radicalismo y del peronismo.

El Estado, que mediante la recaudación de impuestos debe garantizar a los ciudadanos educación, salud, seguridad y justicia, se convirtió en terrorista, transformándose en un poderoso instrumento de represión, ignorante del derecho en general y de los derechos humanos más elementales, cuyo objetivo era reorganizar en sentido regresivo la sociedad argentina entronizando la injusticia, la insensibilidad social y la ignorancia.

La censura llegó a todos los órdenes, desde los medios masivos hasta la vida cotidiana. Fueron cerradas las carreras universitarias de Psicología y Antropología y, en la provincia de Córdoba, llegó a prohibirse la enseñanza de la matemática moderna por considerársela subversiva.

La barbarie del nuevo gobierno y su desprecio por la cultura quedaron claramente sintetizados por el almirante Massera, miembro de la Junta: "La crisis actual de la humanidad se debe a tres hombres. Hacia fines del siglo XIX, Marx publicó tres tomos de El Capital y puso en duda con ellos la intangibilidad de la propiedad privada; a principios del siglo XX, es atacada la sagrada esfera íntima del ser humano por Freud, en su libro La interpretación de los sueños, y como si fuera poco, para problematizar el sistema de los valores positivos de la sociedad, Einstein, en 1905 hace reconocer la teoría de la relatividad, donde pone en crisis la estructura estática y muerta de la materia" 
(1). Así hablaban los supuestos defensores del pensamiento "occidental y cristiano". 

A dos días de producido el golpe militar, el Fondo Monetario Internacional le otorgó un crédito a la flamante dictadura y anunció su satisfacción por la designación del nuevo ministro de Economía, José Alfredo Martínez de Hoz.

La opinión del establishment internacional le era unánimemente favorable. El banquero David Rockefeller declaraba: "Siento gran respeto y admiración por Martínez de Hoz. Es muy obvio para mí, como para todo el segmento bancario y económico internacional, que las medidas de su programa son las indicadas" 
(1). Mientras Martínez de Hoz aplicaba los conceptos económicos monetaristas de la Universidad de Chicago, los militares aplicaban la Doctrina de Seguridad Nacional aprendida en la academia de West Point y la Escuela de las Américas de Panamá. Represión y plan económico iban de la mano.

Se aplicó un primer plan de ajuste aconsejado por el inefable FMI: liberación de precios, devaluación del peso, congelamiento salarial y disminución del déficit fiscal. Las consecuencias fueron que en el primer semestre de 1976 los precios al consumidor aumentaron el 87,5%, garantizando la tasa de ganancia de los sectores dominantes. Para disminuir el déficit fiscal, se redujeron los sueldos, se despidió personal estatal y se aumentaron los impuestos al consumo y las tarifas de las empresas públicas. La pérdida del poder adquisitivo del salario real fue del 40%, lo que implicó una transferencia de ingresos de los asalariados al sector privado del 17% del Producto Bruto Interno.

Entre los grupos de poder locales se respiraba un aire fresco: el que daba contar con uno de ellos en un puesto clave para sus negocios. A no pocos miembros de la clase media comenzó a caerle simpático aquel hombre de orejas exageradas cuando, retrasando el tipo de cambio, les permitió viajar a Miami y competir por comprar al menos dos productos igualmente inútiles. Era la época en que la plata empalagaba a quien sabía especular y su ausencia amargaba los estómagos de los trabajadores que veían cerrar sus fábricas y fuentes de trabajo ante la desleal competencia del ingreso irrestricto de todo tipo de artículos importados.

Pero no todos callaron. Entre ellos, los organismos de derechos humanos, con las Madres y Abuelas a la cabeza, y sectores del movimiento obrero que entre 1976 y 1979, en la etapa más feroz de la represión, llevaron adelante más de 300 conflictos gremiales.

El decidido apoyo al golpe por parte de los factores de poder que veían amenazados sus privilegios por la creciente movilización de importantes sectores de la clase trabajadora y la producción intelectual de sectores medios partidarios de un proyecto de cambio social, fue decisiva. Dentro de este esquema de acuerdo represivo entre poder económico y poder militar se consideraría subversivo a todo aquel que postulase ideas contrarias al ”ser nacional” que comprendía valores como la aceptación acrítica de toda jerarquía sin lugar a la discusión. La sociedad argentina venía de un proceso de cambio que se había acelerado a partir de hechos claves como el Cordobazo y la recepción de la renovada producción ideológica e intelectual posterior al Mayo francés del 68. Una clase media ilustrada e inquieta seguía con atención los procesos mundiales y comenzaba a adoptar el psicoanálisis y sus categorías de análisis. 

Como señala el historiador David Rock, "los grupos de poder, la Iglesia y los militares comenzaron a preocuparse cuando notaron, entre otras cosas, que el cura confesor estaba siendo reemplazado por el psicoanalista". 

El responsable de la represión en Córdoba, jefe de campos de concentración como el célebre "La Perla", general Luciano Benjamín Menéndez, decía por aquellos años en un discurso dirigido a directivos de establecimientos escolares:

"Para los educadores: inculcar el respeto de las normas establecidas; inculcar una fe profunda en la grandeza del destino del país; consagrarse por entero a la causa de la Patria, actuando espontáneamente en coordinación con las Fuerzas Armadas, aceptando sus sugerencias y cooperando con ellas para desenmascarar y señalar a las personas culpables de subversión, o que desarrollan su propaganda bajo el disfraz de profesor o de alumno. Para los alumnos comprender que deben estudiar y obedecer, para madurar moral e intelectualmente; creer y tener absoluta confianza en las Fuerzas Armadas, triunfadoras invencibles de todos los enemigos pasados y presentes de la patria" 

Huelga aclarar que el encendido discurso del general fue pronunciado cinco años antes de que su hermano, Mario Benjamín Menéndez, también general de ese ejército invencible, se rindiera bochornosamente en Malvinas, no antes de dejar morir por falta de alimentos y entrenamiento a casi mil jóvenes argentinos. 

La imposición de una cultura vigilante de “los valores occidentales y cristianos” se planteó como una especie de cruzada en la que la jerarquía de la Iglesia católica cumplió un rol fundamental, tal como se advierte en estas declaraciones del representante del Vaticano en Argentina, Monseñor Pío Laghi: "El país tiene una ideología tradicional, y cuando alguien pretende imponer otro ideario diferente y extraño, la Nación reacciona como un organismo con anticuerpos frente a los gérmenes, generándose así la violencia. Pero nunca la violencia es justa y tampoco la justicia tiene que ser violenta; sin embargo, en ciertas situaciones la autodefensa exige tomar determinadas actitudes, en este caso habrá que respetar el derecho hasta donde se puede". 

Desde el otro lado de la historia, un sacerdote que fue secuestrado por un grupo de tareas contó su terrible experiencia a la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas: “Volvió el otro hombre, que me había tratado respetuosamente en el interrogatorio, y me dijo: usted es un cura idealista, un místico, diría yo, un cura piola; solamente tiene un error, que es haber interpretado demasiado materialmente la doctrina de Cristo. Cristo habla de los pobres de espíritu, y usted hizo una interpretación materialista de eso, y se ha ido a vivir con los materialmente pobres. En la Argentina los pobres de espíritu son los ricos, y usted, en adelante deberá dedicarse a ayudar más a los ricos, que son los que realmente están necesitados espiritualmente. Luego la persona que me interrogaba perdió la paciencia y se enojó diciéndome: vos no sos un guerrillero, no estás en la violencia, pero vos no te das cuenta de que al irte a vivir allí con tu cultura, unís a los pobres, y unir a los pobres es subversión. 

El ministro de educación Llerena Amadeo llegó a proponer que: "Para una mayor convivencia social es conveniente que quienes no son cristianos sepan cuál es la concepción cristiana que tiene la mayoría de la población sobre estos temas. El nuestro es un país occidental y cristiano y no se puede dejar de mostrar a los futuros ciudadanos qué significa tal concepción. " 

Pero ¿cuáles eran esos valores "occidentales y cristianos" que los genocidas militares y civiles decían defender? Históricamente, se ha vinculado a la tradición occidental con la democracia y la plena vigencia de los derechos elementales del hombre. Se oponía el modelo democrático occidental a las tiranías, teocracias y regímenes autoritarios ubicados por los propios occidentales en la tradición oriental. 

En cuanto a lo cristiano: la solidaridad, la misericordia, la comunión, el amor al prójimo hasta el sacrificio, la dignidad de la persona humana, a lo que habría que sumarle los diez mandamientos, de los cuales los terroristas de estado no dejaron uno solo sin violar. 

Se decía en no pocos documentos oficiales que la "subversión" utilizaba la droga como medio de captación de los jóvenes y se hablaba de sus efectos devastadores para el individuo y la familia. La historia nos recuerda que en 1980, la dictadura de Videla colaboró activamente con hombres, armas, dinero y logística con el llamado "golpe de la cocaína" perpetrado en Bolivia por generales vinculados al narcotráfico encabezados por García Meza. Uno de los responsables del apoyo argentino, el general Suárez Mason, presidente y aniquilador de la petrolera estatal YPF -a la que dejó con una deuda de seis mil millones de dólares- y responsable de la represión en el Cuerpo de Ejército 1, será condenado años más tarde por una corte de los Estados Unidos por tráfico de drogas y vinculación con el narcotráfico internacional. 

La contradicción entre los dichos y los hechos no es nueva en nuestra historia, ya que los conservadores argentinos, autodenominados liberales, que han detentado el poder durante la mayor parte de nuestra historia y lo hicieron durante la dictadura han hecho del doble discurso su forma de hacer política. Uno de ellos, José Alfredo Martínez de Hoz, le aclaraba al país en 1977: “No somos unos ogros que han sacado del fondo de una caverna para hacer sufrir a la gente, sino que somos seres humanos, igual que todos ustedes que me están escuchando; que hemos sido sacados de nuestras casas convocados por las Fuerzas Armadas, que han salido a superar una crisis tremendamente grave en la historia política, económica y social argentina; que hemos abandonado una vida más cómoda, más provechosa y también nuestra vida familiar.” Decía el genial Atahualpa Yupanqui, “no aclare que oscurece”.

(1) Tulio Halperin Donghi en Felipe Pigna, Lo pasado pensado. Entrevistas con la historia argentina (1955-1983), Buenos Aires, Editorial Planeta, 2005, pág. 341.