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domingo, 6 de enero de 2019

Volver a las fuentes es un viaje de ida a la verdad… @dealgunamanera...

Volver a las fuentes es un viaje de ida a la verdad…

Miramar. La mala praxis periodística instaló el drama en un circo mediático. Fotografía: CEDOC/Perfil

Es probable que Diana Maffía, la Defensora de Género con la que compartimos este espacio, aborde el mismo tema contenido en esta columna, aunque en mi caso el tratamiento estará referido únicamente a la práctica periodística, a errores, omisiones y posturas que afectan o han conmovido a la opinión pública y  a los pasos necesarios, imprescindibles para ejercer el oficio adecuadamente.

© Escrito por Julio Petrarca el domingo 06/01/2019 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Lo sucedido en un camping de Miramar, donde hombres adultos –entre dos y cinco– violaron a una adolescente de 14 años o abusaron de ella, generó en buena parte de los medios (¡ni hablar de las redes sociales!) un cúmulo de acciones profesionales que omitieron no pocos pasos para evitar que el grave acontecimiento se transformara en una suerte de circo mediático, en una competencia de morbosas definiciones, en una carrera absurda por hurgar en detalles escabrosos, cuanto más, peor. 


Por cierto, la ausencia más notoria de las buenas prácticas periodísticas la cometió Clarín, que debió publicar una rectificación por la actitud asumida por los periodistas de su redacción, indignados por lo que fue, sin dudas, una falta grave cometida por los responsables de la edición. La reacción en las redes sociales fue mayoritariamente de repudio a lo publicado (un título francamente deplorable) y completó la firme presión de la redacción del medio. No suele suceder: los comentarios que inundan las redes (y también los que acompañan las publicaciones online) resultaron esta vez gravitantes en la formación de opiniones de repudio a lo publicado.

Hacer buen periodismo es dar visibilidad a los acontecimientos de manera equilibrada, sin caer en la demagógica posición de quedar bien con la audiencia aunque la información disponible sea parcial, sesgada o carente de buenas fuentes. En los últimos tiempos, esta premisa no es siempre cumplida como debiera. Parece práctica habitual que se tome partido por datos que alimenten las expectativas del público, aunque ellos sean incompletos, descontextualizados, mal valorados o falsos.

Como ya se ha expuesto en esta columna dominical, hay una creciente necesidad de poner en cauce un río de informaciones que ha desbordado y se somete al juicio –superficial o no– de factores de poder.

Rigor informativo. 

El líder del grupo de música Pez, Ariel Sanzo (conocido como Ariel Minimal para el mundo del rock), firma una carta en el correo de hoy criticando la columna “El pogo de las chicas”, publicada el sábado 29 de diciembre por la habitual colaboradora de la sección Escritores, Pola Oloixarac. Sanzo afirma que la autora del texto desconoce los detalles de un acontecimiento que tuvo como protagonista al baterista de la banda en abril pasado, y que Oloixarac enfocó en su texto.

Las afirmaciones de Minimal son parcialmente correctas, según pudo investigar este Defensor de los Lectores. No se pudo comprobar –como afirma la autora– denuncia judicial alguna de abuso sexual contra el acusado de tal inconducta por una mujer (de manera anónima) en un blog de defensa del género que se viralizó rápidamente. El grupo Pez hizo en su momento un descargo público, reconoció que algunos aspectos del relato de la denunciante eran ciertos pero negó de manera categórica que hubiese existido acción o delito alguno en perjuicio de la denunciante.

Para equilibrar la balanza: si la columnista Oloixarac cuenta con información precisa que confirme la existencia de un proceso judicial (que este ombudsman no pudo detectar), será un buen aporte para los lectores que la publique en su espacio de la semana próxima o la aporte a la Defensoría de los Lectores.



(Fuente: www.perfil.com). El periodismo profesional es costoso y por eso debemos defender nuestra propiedad intelectual. Robar nuestro contenido es un delito, para compartir nuestras notas por favor utilizar los botones de "share" o directamente comparta la URL. Por cualquier duda por favor escribir a: perfilcom@perfil.com

sábado, 3 de junio de 2017

Roberto De Vicenzo. Q.E.P.D. @dealgunamanera...

Se fue uno de los grandes, Roberto De Vicenzo…

Roberto De Vicenzo falleció a los 94 años. Foto: Cedoc

El recuerdo de una de las leyendas del golf, una persona simple, transparente y pura. Una entrevista realizada en 1983.

© Escrito por Julio Petrarca el jueves 12/05/1983 y publicada en la Revista La Semana de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Esta nota no es para los deportólogos. Menos, aún, para los que le dan y dan a la pelotita caminando diez, doce, quince kilómetros con la bolsa de palos al hombro —propio o del caddie— respirando el aire puro del link. Tampoco para los seguidores de gente famosa, que de esos hay muchos. Esta nota es para presentar a Roberto De Vicenzo hombre y observador de la realidad. Hombre simple, transparente, un puro. Observador de la realidad con palabras cargadas de sencillez y carentes de definiciones alambicadas.

Ni para deportólogos ni para golfistas ni para seguidores de la fama porque sí. Es para los que quieren aprender algunas cosas, mirar otras con un ojo diferente y saber que sí, que es posible, que existe gente como este señor que acaba de cumplir 60 años impecables y derechos.

Pasen a ver. Y no es un espécimen único. Hay muchos como él.
—El deporte me ha llevado tanto tiempo, tantas horas, que se me hace difícil salirme de él. Pero al mismo tiempo la vida actual lleva una velocidad tan enorme que va exigiendo cosas que uno, aunque no quiera, tiene que meterse en ellas. Todos estamos metidos —estamos obligados a estar metidos— en este baile. Un baile que se baila no solamente en la Argentina sino en todo el mundo. Más allá del deporte, preocupan muchas cosas.

—Yo quisiera meterme en su caso. Nació en un hogar pobre, se crió casi solo, y sin embargo tiene hoy una fama que pocos con —llamémosle así, aunque no guste— buena cuna, no tuvieron. ¿Cómo lo explica?
—Nací en un hogar humilde, pero nací sano, fuerte, con una mente —creo yo— clara, con una inteligencia normal. Eso me permitió equilibrar las cosas y ver un poquito cuál era el futuro que podía lograr. Mi físico me permitió explotar todo eso, y nada más. No son muchos los que tuvieron mi suerte.

—¿Suerte y esfuerzo?
—La mente tiene mucho que ver. Si insisto en algo, es más posible que logre el objetivo que aquel que intenta pero no lo persigue con tanta intensidad. Yo aparentemente soy frío y negativo —siempre navego con bandera blanca—, pero mi interior es muy distinto a eso. Yo lucho por conseguir lo que quiero, y casi siempre lo logro. Pero hay veces que no…

—¿Qué no logró, por ejemplo?
—No sé, ahora no sé.

—Se me ocurre que en el balance de los 60 años de un hombre exitoso debe haber alguna frustración mayor no confesada…
—Insisto: no sé bien cuál es la mayor. Tal vez me hubiera gustado nacer de una familia más pudiente y haber tenido una educación mejor. Yo fui al colegio hasta sexto grado, y eso me molesta internamente cuando tengo que estar con gente culta. Siento que no estoy a la altura de ellos, que no puedo responder en consecuencia, y debo quedarme muchas veces en el silencio que me hace sentir mal.

—Un filósofo también suele callar…
—Bueno, pero un filósofo se queda callado porque su conveniencia le indica que debe hacerlo. Pero un filósofo no se queda callado como yo, por falta de palabras, cuando lo que dice el que está enfrente no lo convence.

—¿Usted reemplaza el silencio con la humorada, algunas veces?
—Sí, eso es fácil hacerlo. Pero la humorada no decide la cuestión en disputa.

Roberto De Vicenzo nació en Villa Ballester el 15 de abril de 1923. A los 17 años se instaló en Ranelagh, por entonces un caserío con calles de tierra, un modesto club de golf, la estación ferroviaria, el almacén de don Pedro, que ya no está, y una señorita Ramada Delia Esther Castex, que lo hizo su marido. Dos hijos, hoy comerciantes; dos nietos, hoy revoltosos; más de 250 grandes torneos ganados y una apreciable fortuna son la resultante de una vida casi entera. En la que la palabra éxito tiene mucho peso.)

—Cuando uno logra un éxito como el que logré yo, se envuelve en un manto momentáneo. Pero llega el tiempo de volver a la realidad. Y mi realidad no es esa del oropel, sino esta otra: la de mi mujer, la de los hijos, la de la casa, la de los amigos. Mi realidad es la que vive la gente con la que comparto la verdad. El resto es momentáneo, algo que sucede y desaparece. Por ejemplo: acabo de volver de una gira indudablemente exitosa. Eso es lo que tiene que ver con la fama. Pero ayer me fui a jugar golf con mis amigos sólo para divertirnos, y lo gocé de verdad. Esto es la realidad: la amistad, el compañerismo, los momentos que uno verdaderamente siente.

—¿Sus amigos son de los viejos tiempos?
—Algunos sí, otros de momento. Pero con todos comparto lo mejor de mi vida, trato de estar con ellos, saber de ellos, preocuparme por sus cosas y por su salud. Todo muy simple.

—A los 60 años los amigos empiezan a irse, ¿no?
—Algunos se van, sí. Después de los 50 empiezan los problemas, y por ellos los amigos tratan de apartarse un poco para no contagiarlos. En realidad, los amigos no se pierden.

—Hay desprendimientos dolorosos…
—Siempre es doloroso, claro.

—Más aún cuando los amigos no se van porque quieren sino porque se mueren…
—A los 50, y de ahí para adelante, uno empieza a mirar los avisos fúnebres. ¿Qué muchacho joven los mira? Nada más que nosotros, los que vamos entrando en la vejez y buscamos allí para saber quién ya no está. Es triste…

—El concepto de la muerte, ¿entra en su esquema cotidiano de vida?
—Si, pienso a menudo en la muerte. Pero con la conciencia de que a todos nos va a tocar, nada más. Me gustaría morirme en un viaje o en una cancha de golf, en un lugar donde no estén esperan­do que me muera. Que digan: “¡Qué lástima! ¡Qué buen tipo era ése, y se fue así, de golpe!”.

—No le gusta tener la necrológica preparada, ¿no?
—¡No, claro! Me da miedo morir en manos de alguien. Prefiero que sea algo inesperado.


domingo, 4 de diciembre de 2016

Los bolsillos de Fidel… @dealgunamanera...

Los bolsillos de Fidel…

Datos. No basta con una fuente para dar algo por cierto. Foto: Cedoc Perfil

Buena parte de los medios argentinos, en línea con sus similares de otros puntos del mundo, replicó casi como en calcos una información de hace al menos diez años como si hubiese sido generada en estos días, tras la muerte de Fidel Castro. Casi todos los diarios y portales de este país dieron por cierto que el fallecido jefe de la Revolución cubana tenía una fortuna de 900 millones de dólares, con posesiones tan extravagantes como una fábrica de quesos y una isla, por mencionar sólo dos. La fuente, en todos los casos, es una sola: la revista norteamericana especializada en economía Forbes, reforzada sin precisiones con un libro publicado por el cubano Juan Reinaldo Sánchez, quien fuera custodio de Castro y se exiliara años atrás (falleció en 2015).

© Escrito por Julio Petrarca el domingo 04/11/2016 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Una de las patas sobre las que se asienta el buen periodismo exige de quienes lo ejercen un rigor que debe acercarse a la perfección. No basta con dar por cierto algo que publicó otro medio –o muchos– para legitimar un artículo propio: es obligación de quienes ejercemos este oficio avanzar con otros datos, cotejar y comparar los ya publicados y confirmar la veracidad de la información. Forbes debió reconocer, mediante uno de sus voceros, que lo publicado en varias oportunidades sobre la supuesta fortuna de Fidel no respondió al cumplimiento de mínimos protocolos de investigación sino a estimaciones propias, interpretativas.

Evan Hessel, periodista de la revista norteamericana que participó en el artículo, aceptó en una entrevista de Radio Martí, medio de cubanos exiliados en Miami: “Tratar de determinar o estimar el valor de lo que tuvo Fidel Castro es difícil. Lo que intentamos hacer es utilizar un cuerpo de investigación académica describiendo las diversas empresas estatales de Cuba y tratamos de saber qué tipo de efectivo, qué tipo de ganancias pudo extraer de estos negocios”. Es decir: no hay datos concretos pero sí la suposición de que ellos son ciertos. El vocero de Forbes fue más concreto: confesó que su cálculo es “más arte que ciencia”. Es interesante observar cómo la revista norteamericana (cuyas estimaciones fueron cuestionadas no pocas veces, en algunos casos con juicios de por medio) abordó el tema de la supuesta fortuna de Castro a lo largo de los últimos años. En 2003 afirmaba que era de 110 millones, cifra que trepó dos años más tarde a 550 millones para desembocar, con su informe de mayo de 2006, en los 900 millones de los que hablan los medios en estos días. ¿Cómo llegó Forbes a estas cifras? Pues estimando –sin aportar dato alguno que lo corroborara– que un porcentaje del valor de empresas cubanas estatales iba a parar a ignotas cuentas de Fidel, sin precisiones sobre su ubicación. Como es sabido, las grandes compañías cubanas son de gestión estatal, como las citadas en el artículo (Palacio de las Convenciones, el conglomerado de negocios al por menor llamado Cimex y las ventas de vacunas y productos farmacéuticos de Medicuba, por ejemplo), por lo que no distribuyen dividendos sino que aportan todas sus ganancias a las arcas del Estado. Hace algunos años, también Forbes informó que Castro había vendido la mayor productora de ron en la isla, Havana Club, a la firma francesa Pernod Ricard. En verdad, se trató de una asociación al 50% entre la compañía gala y la destiladora isleña: ésta se encarga de la producción, y aquélla, de la distribución mundial. La revista norteamericana nunca desmintió lo publicado.

Muchas veces desde este espacio he señalado que resulta seductor para muchos editores el poder contar con títulos que atrapen, aun a sabiendas de que pueden resultar engañosos o errados. Perfil publicó ayer lo que otros medios argentinos ya habían difundido. Lamentablemente, el lector no avisado pudo interpretar que la información era nueva y confiable, en particular por un párrafo de la nota publicada en la página 60 bajo el título “Estiman en US$ 900 millones la fortuna de Fidel Castro”. Dice allí que luego de la muerte del líder cubano “comenzó a hablarse” de ello. En verdad, como se señala más arriba, desde hace ya 13 años la revista se está ocupando periódicamente del tema, al incluir a Castro en un ranking de los jefes de Estado más ricos del mundo (figuran en él reinas, reyes, dictadores, políticos, presidentes, primeros ministros).


¿Debió Perfil ignorar, no publicar lo que otros medios ya habían informado? De ninguna manera: es misión de este diario el dar a sus lectores toda la información disponible sobre cualquier tema de interés público, como lo hace habitualmente. Sin embargo, existen límites vinculados con el grado de confiabilidad que tienen las fuentes.

Ahí está el quid de la cuestión.