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domingo, 6 de septiembre de 2015

“Carta abierta al villerito Tevez”... @dealgunamanera...

“Carta abierta al villerito Tevez”...


Esta es la carta a abierta a un ‘villerito’. Estimado Carlitos, tal vez tanto tiempo viviendo en el exterior te haya hecho olvidar que en la Argentina hay cosas que no se perdonan. Yo mismo no te perdono muchas cosas, quizá porque no tengo nada en común con vos. Sos un ‘villerito’ criado en Fuerte Apache, al menos así te tachó semanas atrás un funcionario. Y yo, un ‘concheto’ nacido en Barrio Norte, al menos así nos catalogó alguna vez una presidenta, como a los nativos de Puerto Madero.

Pasaste buena parte de tu vida en un lugar carente de todo lujo, yo en cambio tuve la suerte de nacer en una familia que me permitió darme el ‘lujo’ de comer todos los días. No tuviste la posibilidad de estudiar, mientras que yo pude terminar una carrera universitaria. Naciste con la destreza de correr con habilidad detrás de una pelota, mientras que el máximo halago que tuve fue que alguien me dijera que poseía todas las condiciones para triunfar en el fútbol de alta competencia, si no fuera por dos defectos: la pierna izquierda y la pierna derecha.

Y a pesar de estas diferencias no me siento capacitado para expresar tan claramente como vos lo que es la pobreza. Vos lo dijiste en pocas palabras. Simple, directo, contundente y sin agraviar a nadie. Yo, en cambio, lo pienso una y otra vez y no me sale. Trato de ponerle palabras a lo que pienso y no puedo expresarlo mejor de lo que vos lo hiciste y sin dejar escapar algún insulto.

No tenemos nada en común. Pero de todas las cosas que nos separan, se me ocurre que hay una que compartimos. Los dos nos criamos en una familia que hizo todo lo posible por convertirnos en buenas personas. No soy yo el indicado para decir si mi familia tuvo éxito en lograrlo, pero de lo que sí estoy seguro es que tu familia sí lo tuvo. Y a pesar de semejante cosa en común y de ser tan parecidos, tu viejo y el mío difícilmente podrían haber sido amigos. No porque el tuyo fuera también un ‘villerito’ y el mío otro ‘concheto’, sino porque mis ‘dos defectos’ para el fútbol ya estaban en los genes de mi viejo. Eso que me hace dudar que hubieran podido juntarse en un potrero.

Sólo esto quería decirte, Carlitos. Y además te disculpo por hacerme sentir envidia por esa capacidad que tenés de lograr que, vayas donde vayas, la gente te quiera. Te perdono todo. Bueno, casi todo. Como hincha de River que soy, todavía me acuerdo de la ‘gallinita’ que nos dedicaste después de tu gol de aquella noche de 2004 en el Monumental. No me olvido más. Es así, Carlitos, como ya te dije: hay cosas que no se perdonan. Eso sí, desde que te escuché el otro día, estoy tratando.

José Luis Segade
jolus@arnet.com.ar
Tigre. Provincia de Buenos Aires.

Golazo al ángulo, inatajable

“En Formosa se cagan de hambre, loco”. Días atrás, el certero diagnóstico de Carlos Tevez fue un remate inatajable, al ángulo del arco discursivo oficial. 

Como si aún los lectores gritaran ese metafórico gol, las cartas sobre el tema se atropellan en el correo del diario, un buen termómetro de la sensibilidad popular.

Es fácil ningunear las cifras de la pobreza en discursos farsescos, recurrir a la retórica hueca del ministro Kicillof (“Medir la pobreza es estigmatizar a los pobres”), descargar furias sobreactuadas contra los “medios concentrados” o polemizar con la Iglesia acerca de las reales dimensiones de la pobreza en la Argentina. Todo eso forma parte de la idiosincrasia falaz de un kirchnerismo en retirada, dispuesto a dejar sus desastres a la intemperie, sin hacerse cargo de nada.

Lo estúpido, es haber agraviado a un ídolo como Tevez por su pasado de pobreza: el “villerito europeizado” renunció a millones de euros para sentir en cuerpo y alma el placer barrial de los asados con amigos en su Fuerte Apache originario, bien lejos del nido gourmet de Puerto Madero.



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© Escrito por Osvaldo Pepe el domingo 06/09/2015 y publicado por el Diario Clarín de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

sábado, 22 de febrero de 2014

Villa Argentina... De Alguna Manera...


Villa Argentina…

Villa 21-24, La Zavaleta, Barrio de Baracas, Septiembre 09/2013

“Hoy están acá junto a Dios, porque esto es un milagro, un milagro que hemos hecho nosotros.”
Hermana Cristina, Iglesia del Néstor de los Últimos Días. Barracas, 9/9/2013.


“Hay otro país, hay otro relato diferente del que nos quieren convencer"
Cristina Fernández de Kirchner.
Tu Presidenta.

Las palabras sonaron un tanto exageradas para la inauguración de una obra pública en la Villa 21 del barrio de Barracas. Más si tenemos en cuenta que Cristina también es la realizadora del milagro de ser multimillonaria viviendo del Estado. Sin embargo, la Presi le metió garra y se puso a trabajar para mejorar las perspectivas a futuro de quienes más lo necesitan: sus candidatos.

Muchos se emocionaron con la presencia de la Presi. Es lo más cercano que puede estar una persona de conocer a Dios, ese que te cuentan que cuida por vos, que se preocupa por vos, del que no se sabe bien si es o no el creador de tu mundo de mierda, pero a quien no podés cuestionar, dado que obra de formas misteriosas. Sin embargo, te obligan a adorarlo para obtener la salvación, si pinta, porque te ama. Y en este caso te ama tanto, pero tanto, que te mantiene así, totalmente pobre.

Aún no sabés cuál es tu culpa, si solo tuviste la suerte de nacer acá, pero los miembros de la Iglesia del Néstor de los Últimos Días te convencieron de que sos portador del pecado original, algo así como que todo lo malo que te pasa no es tu culpa, pero es como si lo fuera, dado que cargás sobre tus espaldas los errores de personas que ya no están.

El gobierno dijo que probablemente existieran algunas pequeñas deudas pendientes, y por algún lado había que arrancar. Ahora que ya terminaron con lo vital y esencial en la villa 21, quizás en un futuro puedan abordar los detalles superfluos, esos lujos que nunca están de más, como lograr que la parada de bondi más cercana no quede a veinte cuadras, o que los colectiveros puedan circular por adentro sin perder un dedo en cada viaje.

Hoy es la Secretaría de Cultura la que se instala en la Villa 21, y esperemos que no sea el único caso. Si las instituciones que supuestamente están para modificar las realidades, serán trasladadas a los lugares insignias de las realidades no modificadas por dichas instituciones, para ser coherentes, se debería mudar el ministerio de Economía a alguna cueva de la calle Libertad. Otra buena idea que debería considerarse es la de convertir al ministerio de Floppy Randazzo en una cartera itinerante, a bordo de una formación del ferrocarril Sarmiento. Ya que estamos, al ministerio de Seguridad se lo podría mudar a cualquier aguantadero y colocar oficinas de atención al público en cada puterío. Por último, el ministerio de Defensa se podría instalar en el museo de ciencias naturales, donde las Fuerzas Armadas convivirían con el resto de las especies extintas.

Hablar de los asentamientos precarios es un tema un tanto complejo y peligroso de abordar sin herir susceptibilidades. De todos modos, si empezamos por reconocer que ya no añadimos el término “de emergencia” a la villa, tenemos más de la mitad del camino resuelto.

La existencia de las villas es un buen negocio para el Estado, por eso nadie se calienta en abordarlo. Si las villas resultaran un problema real para la subsistencia de un gobierno, ya habrían sido reguladas. Por el lugar que ocupan, la inmensa mayoría de los asentamientos son inofensivos para los funcionarios, que por lo general viven en barrios más cómodos. Los que se trasladan en helicóptero para ir de Olivos a la Rosada, ni sienten la intranquilidad moral de ver las construcciones -que ningún arquitecto se atrevería a denominar edificio- que asoman entre los barandales de la avenida Lugones cuando empalma con la 9 de Julio.

Una de las grandes paradojas del sistema de recaudación impositiva deriva en que a nadie con poder de decisión real le importe la existencia de una villa, ni siquiera para el cobro de impuestos. Las provincias no recaudan los impuestos municipales, y lo que correspondería al impuesto a la propiedad inmueble, no merece el esfuerzo de convertir el asentamiento en una zona residencial como la gente. Asfaltar calles, construir escuelas en proporción a la cantidad de alumnos, pagar a los ingratos de los docentes, establecer una comisaría y su dotación, no son costos que puedan recuperarse con recaudación de impuestos en lo que dura una gestión. Por su parte, al Estado Nacional le da exactamente igual: los habitantes de las villas pagan el mismo impuesto al consumo que los vecinos de Puerto Madero, cada vez que dejan el 21% de IVA en la compra de un jabón de tocador.

Los asentamientos precarios no siempre tuvieron inicios de ocupación ilegal. El primero que se recuerde, existió en la década del ´30 y fue creado por el mismísimo gobierno nacional, quien no sólo permitió la permanencia de inmigrantes que huían del hambre de Polonia, si no que cedió treinta vagones de tren para que vivieran como pudieran. Para darle un tinte menos trágico, el asentamiento se llamó “Villa Esperanza”. Si bien fue demolida unos años después, el terreno ya era tentador. Hoy es la villa 31.

La denominación Villa Miseria se la debemos al escritor Bernardo Verbitsky -padre de Horacio- que a principios de los años cincuentas escribió unos textos sobre los asentamientos en el desaparecido diario Noticias Gráficas. Tiempo más tarde, quedaría inmortalizado en su libro “Villa Miseria también es América”. Algunos intentaron poner un dejo de esperanza al denominarlas villas de emergencia, con lo que intentaban no cerrar la ventana a una chance de mejora social: era una situación de emergencia, se estaba de paso. Durante años funcionó así, en muchos casos. En las últimas décadas, los únicos que logran movilidad social ascendente habiendo nacido en una villa, son los futbolistas que llegaron a jugar en primera, los punteros y los narcos.

Bernardo Verbitsky.

Históricamente, el villero siempre buscó zafar. La marginalidad como norma general dentro de las villas, es más bien moderna: creció con la hiperinflación, se perfeccionó durante los noventa, se convirtió en heróica en la crisis del 2001, y pasó a ser parte de la cultura popular en la década ganada, llevando más de veinte años de éxito ininterrumpido en la creación de generaciones que ya no recuerdan cuáles de sus ancestros fueron los últimos en tener un empleo digno y estable. El término villero dejó de ser despectivo y se convirtió en orgullo gracias al cambio de siglo. Las tribus urbanas de clases bajas, por años se identificaron con la cultura rolinga y consumían rock de la banda británica o el producido por sus tristes clones locales. Sin embargo, a fines de los noventa y con la cumbia animando las fiestas de la high society en plena Quinta de Olivos, la villa empezó a cobrar protagonismo más allá del paisaje urbano. La llegada de la cumbia villera hizo el resto. De pronto, fue normal cruzarse por la calle con un adolescente con uniforme de colegio privado tarareando “Colate un dedo” de Pibes Chorros.

A mi humilde entender, el surgimiento de la cultura villera fue de las peores cosas que le pudo pasar a los habitantes de las grandes urbes argentinas -y esto incluye a los propios villeros- en cuanto a consciencia social refiere. La aceptación de la existencia de un otro radicalmente distinto al que se teme y desprecia, pero del que se consume su cultura por moda; un extraterrestre que habita en el Área 51 que se encuentra tras la terminal de micros en Retiro, o en Villa La Antena de La Matanza. El sentimiento de temor y desprecio es recíproco: así como muchos piensan que el villero no es un tipo que nació y creció en una realidad de mierda, sino que es un humanoide prescindible, muchos de ellos no pueden comprender de manera lógica la relación herencia-trabajo-poder adquisitivo de los demás estratos sociales.

La aceptación de la cultura villera como un elemento colorido del gen argentino, también acarrea políticas pedorras y deshumanizantes, curiosamente propulsadas y defendidas por gente que se define progresista y que a la villa va para sentirse mejor persona. La mayoría de las medidas aplicadas son para mantener a los villeros bien dentro de sus barrios. Suponer que armar un ciclo de películas de la villa coloca a la misma en plano de igualdad con los demás barrios residenciales, es prácticamente insultante. Si nos sacan la posibilidad del afuera, todos creeremos que nuestra realidad es inmodificable.

Tanto que se habla de la movilidad social ascendente, nadie tiene en cuenta el deseo de querer otra realidad para nosotros y nuestros hijos. Nadie cambiaría su realidad si no deseara otra. Obviamente, para desearla primero hay que conocerla. Y para no mandarnos cagadas, hay que saber cómo alcanzar esa realidad deseada. ¿O acaso todavía debemos creer que nuestros abuelos vinieron a la Argentina sólo porque huían del hambre? Si no hubieran sabido que acá podían estar mejor, ni se habrían acercado al puerto.

Ya que hablamos de la Villa 21-24 -La Zavaleta, para los íntimos- alguien debería considerar que muchos padres buscan colocar a sus hijos en escuelas que se encuentren fuera de la villa, a pesar de existir varios establecimientos de educación inicial, primaria, media, y hasta una escuela de formación laboral que subsiste en parte por los aportes del gobierno de la Ciudad, y otro tanto por donaciones privadas.

Son las ganas del afuera, el deseo de que los hijos tengan una vida mejor que aquella que les toco a sus padres. Para ello, tienen que saber que existe una vida mejor, para que el deseo los movilice. En sus televisores ven los mismos comerciales que cualquiera de nosotros, y al no ser marcianos, quieren comprar las mismas cosas que nosotros. Sin embargo, al igual que nosotros, el deseo del consumo no es igual al del progreso. Nosotros podemos llegar a hipotecar la casa y el futuro de nuestros hijos sólo porque se nos antojó algo que no podemos pagar. El que no tiene qué hipotecar, igualmente buscará la forma de satisfacer su deseo consumista. Nosotros podríamos tener una vida mejor, sólo que no la podemos pagar. Los más humildes podrían tener una vida mejor, pero no saben que pueden conseguirlo. Esto es algo que horroriza a cualquier progre que se precie de tal, dado que si el más humilde pretende dejar de serlo, ya no tendrían sentido las políticas limosneras y deberían buscar la forma de emparejar hacia la cultura productiva. Y hacer cosas productivas es algo que escapa de la cosmovisión de la cofradía de los ensayistas.

Parece mentira que a la misma clase dirigente que viaja para ver cómo funcionan las experiencias ajenas, no se les haya ocurrido aplicar lo mismo puertas para dentro. No es lo mismo montar un teatro itinerante por las villas que facilitar entradas para el teatro al que concurren el resto de los mortales. Este es el país en el que por ley se reserva un cupo femenino en cada lista legislativa, pero a nadie le pareció buena idea que en cada sala de cine se habilite un cupo de entradas gratuitas para los que no tienen con qué pagarlas.

Una villa se puede urbanizar. Pero si se mantiene el culto a la marginalidad misógina y delincuente, en la que el cuánto valés se mide con la escala Motomel, y donde ser madre a los 14 y abuela a los 28 es la única contribución a la sociedad que se tiene al alcance de la mano, será en vano. El problema no es sólo la villa, si no la marginalidad. Y si esto no fuera así, el complejo habitacional Ejército de los Andes no sería conocido como Fuerte Apache.

La historia reciente demuestra que todas aquellas políticas que se venden como inclusivas, en su mayoría son discriminatorias, y para muchos está bien que sea de ese modo, en una actitud ligada a un trauma emocional que genera la necesidad de sobreproteger al otro sin enseñarle a protegerse solo. No vaya a ser cosa que la movilidad social ascendente derive en que los necesitados dejen de necesitarlos y terminen compitiendo por sus puestos de trabajo.

“Este es apenas uno de los misterios de la economía marginal en las ciudades latinoamericanas, un misterio que los planificadores, ya sean desarrollistas, keynesianos, friedmanianos o marxistas, prefieren no enfrentar. La marginalidad es el moderno e implacable Waterloo de capitalistas, tecnócratas, dictadores y hasta revolucionarios”.

La Calcutización de las ciudades latinoamericanas. Ted Córdova Claure. 1984


Martes. Sin cambio de paradigmas culturales, la realidad social será idéntica, sólo que tendrá paredes con revoque y techo con cielorraso.

© Publicado el Martes 10/02/2013 por relatodelpresente en el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

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domingo, 16 de noviembre de 2008

¿Marketing de mierda?... No, profesionales de mierda...

¿Marketing de mierda?... No, profesionales de mierda...

Veamos... Los que tenemos la oportunidad de trabajar en áreas comerciales de empresas, muchas veces nos hemos visto involucrados, tanto en forma directa como indirecta en "comunicar" sobre un producto o servicio. Para este caso me surgió una pregunta sobre la ética de la comunicación y concluí que como única respuesta, este comercial es una mierda.

El Marketing, en este caso utilizando su variable -Publicidad-, a través de algún responsable de producto (Propietario de la empresa Pentágono, Gerente de Marketing, Agencia de Publicidad, etc.) a cometido un delito, que es el de discriminación.

Esto confirma lo siguiente a mi modo de ver:
El Marketing no es una mierda... Mierda son aquellos que lo aplican en forma incorrecta.

Para quienes lean este mensaje y en el futuro ejerzan la profesión comercial, no caigan en este tipo de estereotipos discriminatorios, hablará mal de ustedes como profesionales, convirtiéndose instantámente en profesionales de mierda.
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Puertas Pentágono...

La publicidad de una puerta blindada que divide a víctimas y victimarios según sus rasgos.

Así se llaman unas puertas blindadas cuya publicidad me perturba cada vez que la pasan. Muestra a un negro corriendo. No es una persona corriendo ni un hombre corriendo. Es un negro corriendo. Tampoco es un negro como Barack Obama o como Pelé o como Rubén Rada. Específicamente, es un negro de mierda. El personaje que corre moviendo con él la panza inequívocamente hinchada de cerveza es un hombre quizás argentino, quizá paraguayo o peruano, sin rasgos europeos. Su fisonomía es la de cualquier hombre común y corriente que toma el tren a las seis de la mañana en Moreno para ir a trabajar a la obra en Capital. O la de un colectivero, o un taxista. O la de un kiosquero, o un mecánico. Pero tiene la barba crecida y la cara sudada mientras corre. Corre hacia lo que en una segunda instancia se ve que es una puerta. Choca con toda la fuerza de su cuerpo grueso contra la puerta. Rebota contra Lo Blindado y cae.

Del otro lado de la puerta, sin siquiera escuchar el ruido que provoca un cuerpo grueso cuando rebota contra una puerta, está la familia que debe ser protegida de los negros de mierda. Es una familia que no necesita descripción. Es una familia. Las familias en la publicidad televisiva nunca son familias de negros de mierda. La idea de familia catódica vira al castaño claro por lo menos. Y decididamente, incluye rasgos europeos.

Yo creo que se trata de un caso de lisa y llana discriminación. Es la puesta en escena de un intento de robo en el que se reparten según los roles los orígenes étnicos. Esa publicidad, vista desde los millones de hogares en los que los espectadores tienen los rasgos del ladrón, es un insulto. Lleva el cliché y el prejuicio inscripto en el casting.

Esa publicidad refleja y retroalimenta la lectura que hacen de la inseguridad algunos de los sectores que hoy piden seguridad. La explicación del malestar siempre vive en la villa de al lado. O en Fuerte Apache. El testimonio a TN de Edgar, el chico que dijo sobre el asesinato de esta semana “no sé si estaban drogados, a mí careta también me da para cargarme a un gendarme por las veces que me cagaron a palos”, fue coronado con su propia detención. En el video que secuestraron y que él estaba mostrando a la prensa, se veía a un grupito de púberes jugar con armas.

Sí, hay armas en Fuerte Apache y en las villas. Pero no hay solamente armas. Todo aquel que vive allí y saca la cabeza y vive con terror pero no puede vivir en otro lado, no es premiado sino estigmatizado. ¿Cuántos de nosotros persistiríamos en la dirección correcta invirtiendo todo nuestro esfuerzo, si en lugar de ser aceptados socialmente fuéramos diariamente estigmatizados no por lo que hacemos sino por nuestros rasgos y nuestros domicilios? Sigo preguntándomelo. ¿Cuántos?

© Escrito por Sandra Ruso en el diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el día lunes 3 de noviembre de 2008.