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jueves, 7 de julio de 2016

El funcionario cercado por sus palabras… @dealgunamanera...

El funcionario cercado por sus palabras…


Desde su provocadora frase sobre los desaparecidos, el ahora ex ministro porteño se ganó el repudio generalizado del mundo de la cultura y los derechos humanos. Seguirá al frente del Teatro Colón.

© Escrito por Paula Sabatés el jueves 07/07/2016 y publicado por el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Y finalmente se fue. Darío Lopérfido presentó su renuncia al Ministerio de Cultura de la ciudad luego de seis meses de gestión cargados de polémica, y se convirtió así en el primer ministro del macrismo en abandonar el cargo y el primero en la historia de la cartera cultural en renunciar por un repudio similar. Su alejamiento era exigido por cientos de trabajadores de la cultura, organismos de derechos humanos y pensadores de distintos países desde que dijo, en enero pasado, que “en la Argentina no hubo 30 mil desaparecidos” y que ese fue un número que se discutió en una mesa chica “para cobrar subsidios”.

Tras una serie de acciones en su contra y con el temor a una movilización aun mayor durante los festejos del Bicentenario que se celebra mañana en la ciudad, el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, entendió que el rechazo al funcionario ya no era una cuestión cultural sino un problema político, y le pidió al ex integrante del Grupo Sushi y funcionario de la Alianza que diera un paso al costado. Sin embargo, Lopérfido seguirá como director artístico del Teatro Colón y presidente de Opera Latinoamericana (OLA), una organización que agrupa distintas instituciones de ópera en la región.

Si bien el ex ministro negó su renuncia hasta últimas horas del martes (dijo también que estaba siendo víctima de una “operación”), la noticia ya había empezado a circular fuerte desde el fin de semana. El martes pasado, el funcionario había denunciado el que consideró “el mayor fraude de la historia audiovisual argentina” objetando a su vez el rol de diversos actores “kirchneristas” en las ficciones financiadas por el Estado Nacional en los últimos años.

Dos días después, durante la presentación del programa El San Martín en los Barrios, un grupo de trabajadores de la cultura se volvió a manifestar en su contra, pero en esta oportunidad frente a los propios Larreta, su vice Diego Santilli y Lopérfido, quienes presenciaron una de estas acciones por primera vez. Lo ocurrido fue tan fuerte (un grupo de artistas irrumpió en el acto de presentación con máscaras con la cara del funcionario y carteles que pedían su renuncia), que el jefe de Gobierno tuvo que irse del evento antes de que terminara. Eso aceleró la decisión, que estaba en la agenda del gobierno porteño pero pensada para fin de año.

En el comunicado oficial que difundió el gobierno porteño, sin embargo, nada se dijo sobre aquellos episodios. En él se esgrime que Lopérfido le presentó su renuncia al jefe de Gabinete, Felipe Miguel, en pos de poder dedicarse en tiempo completo a su tarea al frente del Primer Coliseo nacional. “Coincidimos con Darío en que era mejor que se concentre en la dirección artística del Teatro Colón, trabajando con la directora general, María Victoria Alcaraz”, expresó allí Larreta, mientras que Lopérfido destacó que “fue agotador encarar simultáneamente tres tareas de semejante relevancia”.

Aunque ya circularon varios nombres, todavía no se sabe quién será su reemplazante en Cultura. El anuncio se hará “en los próximos días”, según el mismo comunicado, probablemente luego de los festejos del Bicentenario, que serán justamente en la plaza lindante al Colón. Según fuentes del Gobierno de la ciudad, el ex ministro no participaría de los festejos, pues aún se teme que pueda haber alguna acción de repudio por su permanencia como funcionario al frente de una de las instituciones de mayor peso simbólico de la ciudad.

Con la ida de Lopérfido se cierra el ciclo más corto de esta gestión macrista. Su alejamiento deja una gran presión al jefe de Gobierno, que deberá elegir a un sucesor que pueda calmar las agitadas aguas que el ex ministro causó en el ámbito cultural. También a uno que aporte novedades en materia de gestión ministerial, ya que de la gestión saliente sobresalieron más las sucesivas polémicas que las acciones concretas. Pero, por sobre todas las cosas, deja en claro la fuerza del reclamo y de la calle como impulsos clave de la voluntad popular: cuando Lopérfido caminaba por la calle, alguien siempre lo paraba y le decía “Darío, fueron 30 mil”.

Ola de repudios

Desde la primera negativa de Larreta, el 2 de marzo pasado, de revocar de todos sus cargos al ahora ex ministro de Cultura, luego de un pedido masivo que organismos de Derechos Humanos y artistas le hicieron llegar a la Jefatura de Gobierno, distintos grupos decidieron llevar a cabo acciones de repudio contra el funcionario. Una de las últimas tuvo lugar hace veinte días, cuando quedó formalmente presentada la Mesa de Acción Cultura y Derechos Humanos, una iniciativa que tuvo por objetivo impulsar actividades para lograr la renuncia.

El colectivo no llegó a accionar concretamente (por la actitud que Larreta sostuvo desde aquel primer “no”, se pensaba que la renuncia sucedería más lejos en el tiempo), pero su fundación tuvo un profundo peso político, porque significó que, por primera vez en más de quince años, los organismos de DD.HH. se unieran con un mismo objetivo común. La presentación fue en la ex ESMA y tuvo que ser postergada por una amenaza de bomba.

Además de esa acción, muchas otras se sucedieron durante estos meses, impulsadas fundamentalmente por artistas del circuito independiente y sobre todo del ámbito teatral, aunque también participaron cineastas, bailarines, circenses y músicos. Desde las provocadoras frases de Lopérfido, estos artistas se unieron y crearon un colectivo que se reunió una vez por semana durante cinco meses para planear acciones pensadas, financiadas y llevadas a cabo por los propios artistas. Entre todas ellas se destacaron, en orden cronológico:

- Un reparto de volantes con la cara de Lopérfido y la leyenda “Persona no grata para la cultura. Renuncia YA” en las escalinatas del Teatro Colón, el día de la apertura de la temporada lírica.

- Una masiva columna de repudio durante la marcha del 24 de marzo por la Memoria, Verdad y Justicia, en la que cientos de artistas marcharon con pancartas y canciones contra el funcionario.

- La lectura de un texto y la reproducción de un fragmento de audio con los dichos de Lopérfido luego de las funciones teatrales en la mayoría de las salas independientes de la ciudad.

- El pronunciamiento de algunos de los directores participantes del Bafici, que estaba bajo la órbita del Ministerio de cultura (la película ganadora del festival, La larga noche de Francisco Sanctis, fue dirigida por dos de cineastas que se sumaron al reclamo).

- Una acción sonora durante la feria arteBA, en la que se proyectó nuevamente el audio con los dichos y se repartieron volantes de doble cara –de un lado el logo de la muestra, del otro la cara de Lopérfido con su pedido de renuncia– simulando que se trataba de la folletería oficial del evento.

- El repudio, el último fin de semana, de las compañías a cargo de las obras del Complejo Teatral de Buenos Aires, que depende del Ministerio de Cultura porteño.

Las reacciones

Tras la confirmación de la noticia, el colectivo de artistas que llevó adelante su pedido de renuncia celebró a través de su página de Facebook oficial (Lopérfido Renuncia Ya), desde la cual durante estos meses se difundieron videos de todas las acciones realizadas. “Lopérfido renunció ya. Momento de festejar y también de pensar cómo llegamos a tener a semejante personaje de ministro y lo que hizo falta para que renuncie: el esfuerzo y la persistencia de organismos de DD.HH., trabajadores de la cultura del teatro independiente, artistas, sindicatos, compañías de teatro oficial, ciudadanía, ciudadanía, ciudadanía”, escribieron los artistas.

En comunicación con este diario, el director y dramaturgo Juan Pablo Gómez, uno de los impulsores de las distintas acciones y miembro del colectivo, expresó: “Tanto el nombramiento de Lopérfido como su breve gestión y su renuncia estuvieron envueltas en polémicas, porque no sólo es un negacionista y un macartista sino que además se fue como entró, en medio de operaciones y roscas y dejando de lado la verdadera gestión cultural. Es un licenciado en maniobras que utilizó su poco tiempo en el gobierno para perseguir artistas y trabajadores”, evaluó.


Varios artistas célebres también se manifestaron al respecto (ver aparte). En diálogo con el programa Detrás de los que vemos, por AM 750, Gerardo Romano ironizó sobre la renuncia y dijo “Primero Messi, después Martino y ahora Lopérfido. Tengo una sensación de abandono...”. El actor aseguró que “el negacionismo de Lopérfido fue espantoso” y se preguntó: “¿De política sí podía hablar Lopérfido, que integró un gobierno corrupto y asesino y que volvió gracias a Macri?”, haciendo alusión a una frase del ex ministro, que “aconsejó” a los artistas “hablar de arte y de teatro” y no de política, porque la política es “muy complicada”.



domingo, 27 de marzo de 2016

La fatal equivocación… @dealgunamanera...

La fatal equivocación…


La fatal equivocación. Dibujo: Pablo Temes.

La incapacidad para pensar los errores parecía prolongar, en la débil transición democrática de los 80, los silencios de los años anteriores.

Han pasado cuarenta años del golpe de Estado; en junio habrá pasado medio siglo del que derrocó a Arturo Illia. En esa década que va entre 1966 y 1976 se preparó la tormenta que cerró el horizonte a partir del siniestro 24 de marzo. En ambas fechas, un periodismo mal informado, confundido o cooptado proporcionó a sus lectores un cuadro de marasmo político (en 1966) o de inconmensurable desorden interno (en 1976), que no tenía otra solución que la que se preparaba en los cuarteles.

Frente a un gobierno que no actuaba (el de Arturo Illia) o frente a un gobierno peronista en disolución que no estaba en condiciones de enfrentar los hechos de violencia, en parte generados desde su mismo corazón por la Triple A; entre un presidente blando y lerdo, como se dijo de Illia en las poderosas revistas semanales que lo caricaturizaban como una tortuga; y una presidenta como Isabel Perón que se refugiaba en Ascochinga, muchos argentinos, apoyados por tesis que difundían los grandes diarios, y el menos leído, pero muy infuyente La Opinión de Jacobo Timerman, creyeron que el golpe llegaba para restaurar el orden.

La fatal equivocación explica el apoyo o la indiferencia civil que acompañó a los tanques.

La sociedad (nunca más justo ese término que tenía pocas excepciones) terminó eligiendo entre “orden” o “anarquía” sin querer enterarse del precio que pagaba. No necesitó otros motivos que el caos de los últimos meses de Isabel Perón y la violencia entre bandos armados. Se creyó que el golpe traía una promesa que llevaba como inmerecido nombre “Proceso de Reorganización Nacional”.

Los partidos aceptaron convencerse de que esos militares eran caballeros que llegaban a restaurar un sistema político que ya no servía por defección e incapacidad de sus mismos dirigentes. Le proporcionaron a la dictadura funcionarios, intendentes, diplomáticos. Fueron colaboracionistas incapaces y cómplices. Ellos también habían dejado de entender.

Se creyó que el golpe traía una promesa que llevaba como inmerecido nombre “Proceso de Reorganización Nacional”

Si se me permite un recuerdo: en aquel entonces, yo era parte del activismo pequeño burgués de un partido marxista y conocía el clima de las entradas y las salidas de fábrica. Mis compañeros obreros, salvo los muy enceguecidos por una línea partidaria, no podían organizar su experiencia de violencia cotidiana, la portación de armas por gente hasta entonces pacífica, los rumores de muertes, la militarización de quienes en muchos casos habían sido camaradas y amigos.

Nada podía interpretarse con las claves que hasta entonces se usaron; la realidad se disgregaba como si fuera una construcción arenosa, donde todo paso abría un agujero en la superficie que, antes conocida, ahora se volvía un pantano lleno de trampas. Aunque tuviéramos “línea política” no estábamos en condiciones de contestar las preguntas más elementales ni respuestas capaces de orientar actos cotidianos: ¿tenía sentido dejar un paquete de volantes en casa de esa obrera, aunque si eran encontrados a ella seguramente le costaría su libertad o su vida?, ¿podía pedirse a ese compañero de Ford que hablara en la asamblea, aunque lo mataran al día siguiente?

Es increíble el modo en que la convicción ideológica vuelve despreciables los propios riesgos, pero también aquellos que tomamos sin avisar a quienes ponemos en peligro en nombre de la revolución o la liberación o el pueblo. Nos habíamos vuelto implacables creyendo que éramos generosos y valientes. Atribuíamos a todos nuestra propensión intelectual al sacrificio.

Pensar los errores.

En estos cuarenta años hemos maldecido a la dictadura y está bien. Pero en 1985 comencé a preguntar si, ya en condiciones de democracia, no era momento de que nos  examináramos nosotros. No sólo los que fueron guerrilleros sino también quienes pensábamos que la guerra vendría después, cuando “estuvieran dadas las condiciones”. El repudio que recibió mi pregunta de 1985 fue casi unánime. Y eso que no había Twitter.

Como sea, la cuestión sigue intrigándome. La incapacidad para pensar los errores parecía prolongar, en la débil transición democrática de los 80, los silencios de los años anteriores. El golpe no sólo mató, torturó e hizo desaparecer a miles. Logró, por el terror, interrumpir la vida política, incluso en sus formas más elementales. Para algunos de nosotros, sin embargo, la discusión sobre el peronismo y la izquierda revolucionaria debía comenzar ya, incluso en las peores condiciones.

Pero eso tenía mucho de abstracto y era discutido con  argumentos morales: no hablar de las víctimas mientras gobiernen los verdugos; no hablar de nosotros mismos cuando podíamos ser las próximas víctimas; no llamar guerrilleros a los militantes muertos o desaparecidos; no denunciar el aventurerismo de las organizaciones revolucionarias que habían sacrificado a sus integrantes.

El golpe no sólo mató, torturó e hizo desaparecer a miles. Logró, por el terror, interrumpir la vida política, aun la más elemental

Tuvieron que pasar muchos años para abrir ese debate. Oscar del Barco tiene el mérito y la coherencia de haber reflexionando sobre el caso de un militante asesinado por su propia organización. Mucho antes, todavía en el exilio de México, Héctor Schmucler escribió una frase decisiva que nadie había escrito: “¿Acaso Rucci no tenía derechos humanos?”.

Esas palabras abrieron una nueva etapa. La primera, sin duda, fue la resistencia heroica de los organismos de derechos humanos, impulsada por el desesperado coraje. Esa lucha abrió una perspectiva sin obtener el derecho de trazar un límite.

Nota al pie.

¿Cuántos desaparecidos? Cualquier cifra nos convence de que fue un infierno. Eso no pudo entenderlo un funcionario (ministro de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires que hace doblete como director artístico del Teatro Colón). Sacó la calculadora y sirvió una mescolanza de datos históricos, comparaciones poco esclarecidas y, sobre todo, manifiesta impunidad para ser al mismo tiempo pedante y escasamente conocedor de un tema al que ofendía con su intervención desorganizada por la precipitación y el nerviosismo.


  

sábado, 26 de marzo de 2016

En nombre de los 30 mil… @dealgunamanera...

En nombre de los 30 mil…


Una cosa es saber que alguien fue y otra cosa es el veredicto indeterminado.

© Escrito por Daniel Link el sábado 26/03/2016 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Cada 24 de marzo pienso en mi primo Fernando y su voz (la que recuerdo o la que imagino, porque a esta altura del partido esos registros son indiscernibles) me dice que habla en nombre de 30 mil y yo trato de que me conteste qué pasó, porque una cosa es saber que alguien fue condenado por haber hecho tal o cual cosa (y evaluar la pertinencia o no de esa pena) y otra cosa es el veredicto indeterminado, un veredicto al ser, a una forma de pensar o a una afiliación. Esa herida es incurable.

Como tantos otros, me di cuenta tarde del golpe. En marzo de 1976 yo tenía 16 años, empezaba quinto año de la escuela secundaria, era secretario general del Centro de Estudiantes y creía que el golpe de Estado era uno más de la larga lista de sublevaciones militares que habían acompañado mi infancia (“Me acuesto con Illía –así acentuado–, me levanto con Onganía”, era un versito que había aprendido de mi abuela materna).

Ese año nos tocó organizar el acto del Día de la Raza. Apenas cumplidos mis 17 años, yo fui designado para hacer el guión de esa pieza con la cual nos despediríamos del colegio. Entre los textos que se leyeron había fragmentos del Canto general y de Confieso que he vivido de Pablo Neruda. Entre las canciones que tocaron y cantaron mis amigos músicos de entonces, incluimos ese hermoso fragmento de la Cantata Sudamericana que dice:

“Otra emancipación, otra emancipación / les digo yo / les digo que hay que conquistar / y entonces sí / y entonces sí mi continente acunará / una felicidad, una felicidad / con esta gente chica como usted y como yo”.



La profesora de Historia, la Sra. Silveyra, y otras esposas de coroneles y capitanes responsables de nuestra educación abandonaron el salón de actos de inmediato (lo que, a nuestro juicio, fue un insulto a la bandera de ceremonias). La profesora de Literatura, a quien secretamente yo le dedicaba mis estúpidos poemas de entonces, me convocó para decirme que todos los que habíamos participado de esa conmemoración corríamos, entre otros riesgos, el de ser expulsados del colegio. Nos habíamos transformado en “rojos” que hacían “propaganda subversiva”, no ya por los textos y canciones que elegimos, sino también por el uso del color del telón del teatro de mi colegio (que era, desde siempre, de terciopelo rojo).

Entonces me di cuenta de que algo más grave que Lanusse estaba sucediendo. Yo era buen alumno y mi beligerancia política se había canalizado hasta entonces en el reclamo de más papel higiénico en los baños y cosas por el estilo. No entendía lo que pasaba.


Tampoco entendía lo que pasaba en mi familia, angustiada y dividida por la desaparición de mi primo Fernando Rizzo, con cuyos libros, que le compré años antes a precio de saldo, había armado mi primera biblioteca. Ese 12 de octubre, mis amigos y yo empezamos a comprender el valor de una ausencia, de dos, de tres, de treinta mil.

Yo empecé a entender lo que significaban los enloquecidos viajes de mi tía a los cuarteles y las cárceles de todo el país tratando de encontrar sin suerte a su hijo, y lentamente nos fue dominando la tristeza de una pseudo-existencia vivida a escondidas y el horror de la realidad, que empezaba a atravesarnos. O mejor dicho: nosotros, que abandonábamos el colegio, empezábamos a circular a través de una realidad horrible con la tristeza del testigo de algo de lo que nunca podrá hablar con dignidad.


Cuarenta años después, todo sigue más o menos igual, en lo que respecta a mi propia capacidad para sostener un discurso, y por eso, en su momento, evité referirme a las tristes, desencaminadas y mezquinas declaraciones del Sr. Darío Lopérfido.

Por fortuna, la sociedad civil tiene mejores recursos que yo para el asunto, lo que quedó demostrado no sólo en el unánime repudio del que fueron objeto los dichos del Sr. Lopérfido sino, antes, en la conducta ejemplar de las organizaciones de defensa de los derechos humanos, que no cejaron un instante en sostener un deseo de verdad y de justicia que no ha cesado y que no debe cesar. Provocaciones como las de Darío nos hunden en la pena porque sólo redoblan el veredicto indeterminado.


  

martes, 9 de febrero de 2016

Hablando mal y pronto… @dealgunamanera...

Hablando mal y pronto…

Darío Lopérfido. Foto: Cedoc

La reacción de la comunidad literaria y artística no se hizo esperar. Las declaraciones de Darío Lopérfido no dejan opción. Cualquiera que se sienta con algo de sensibilidad está más o menos compelido a pedir la renuncia de Lopérfido, quien acusa a los firmantes de la solicitada de ser “comisarios políticos del kirchnerismo”.

© Escrito por Rafael Spregelburd el sábado 06/02/2016 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Los firmantes son, digamos, casi todos. Casi todos los que se dedican al pensamiento o a la cultura. Es difícil sostener lo que él pretende. Además, es claro que si se intentara juntar firmas a favor dentro del medio que Lopérfido pretende administrar, el resultado sería flaco y vergonzoso. No recuerdo ningún acuerdo tan masivo de artistas e intelectuales contra un ministro que debería representarnos aquí y hacia afuera.

La acumulación de cargos incompatibles hace pensar en alguien con una sed de algo sin nombre: no dejó el Festival de Teatro cuando agarró el Colón, ni ninguna de estas dos cosas cuando se lo nombró ministro de Cultura. No es lo que Cambiemos vendía como pluralidad en su campaña. Pero no es fácil encontrar en sus filas gente idónea para la cultura. O la sensibilidad. ¿Por qué nadie de ellos milita en Cambiemos?

El debate que Lopérfido impulsa diciendo que no hubo 30 mil desaparecidos es una cortina de humo. Bien sabe que la cifra es ardua cuando son los genocidas los que la ocultan. El diálogo oral es tramposo y Lopérfido se expresa mal: “Si algún error cometió la dictadura militar, enorme, fue no hacer un proceso legal y hacerlos desaparecer”. Son meros deslices de sus ganas de hacer lío y de su antiperonismo confeso, pero obnubilante.

Una frase que empieza con “si algún error cometió” revela una tácita defensa de los genocidas y se usa cuando se piensa en realidad: “Los militares fueron muy prolijos, pero si algún error cometieron fue éste”.

Yo no tengo ganas de pensar que Lopérfido pueda pensar eso. Pero caramba, pertenece a un gobierno de derecha que demuestra con actos contundentes lo que él apenas manifiesta con torpes lapsus.

Funcionó. La desviación del tema de fondo sirvió para tapar la brutal represión “por error” en la murga del Bajo Flores. Las grabaciones con celulares son contundentes, pero Bullrich elige fotografiarse con los gendarmes “atacados” y los medios esconden las fotos de niños heridos que hemos visto todos en Facebook. Ellos toman partido por el represor.

Como Vidal, que canceló la Dirección Provincial de Políticas Reparatorias, la que relevó 53 cementerios buscando información de entierros clandestinos, obtuvo 2.066 muestras de sangre de familiares de desaparecidos, querelló en más de 18 juicios de lesa humanidad, etc. Ya no se hará más este trabajo. Esto es gravísimo. Lopérfido lo sabe. Y un ministro de Cultura, que debería estar de este lado y denunciar este vacío, insulta nuestra inteligencia con un debate lo suficientemente escandaloso como para llenar de humo el ambiente.