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domingo, 18 de abril de 2021

Largó la carrera para presidir el Partido Socialista de Argentina… @dealgunamaneraok...

 Largó la carrera para presidir el Partido Socialista de Argentina…

 


El Partido Socialista de Argentina irá a elecciones el 18 de abril de este año y ayer fueron tres los sectores internos que se postularon para pelear por la presidencia del histórico partido de izquierda. Entre ellos están el que lidera la ex intendenta de Rosario Mónica Fein, el ex diputado santafesino Eduardo Di Pollina y el legislador porteño Roy Cortina.





Cabe destacar que, desde el año pasado, el socialismo argentino viene atravesando una profunda crisis luego de haber perdido la gobernación de Santa Fe y la ciudad de Rosario, y luego de que el legislador Roy Cortina decidiera sumarse al frente encabezado por el jefe de gobierno Horacio Rodríguez Larreta en el año 2019 y que le permitiera reelegirse en el cargo.

 

Ambos acontecimientos desencadenaron fuertes peleas en el seno del partido por el rumbo que debía tomar. Por un lado, se encuentra el sector de Miguel Lifschitz y Mónica Fein, quienes buscan recuperar la gobernación de Santa Fe y el municipio de Rosario además de fortalecer el espacio de Consenso Federal que formaron con Roberto Lavagna y otros sectores del peronismo. Entre los dirigentes que forman parte de la lista están el dirigente marplatense Jorge Illia, la ex legisladora porteña María Elena Barabagelata, el legislador jujeño Ramiro Tizón y el dirigente mendocino Martin Appiolaza.

 

En segundo lugar, se encuentra el sector liderado por Eduardo Di Pollina, histórico ladero del ex senador socialista Rubén Giustiniani, quien busca un acercamiento al Frente de Todos, a quien llamó a votar en el 2019. Entre quienes están en la lista, se encuentran la dirigente porteña y referente feminista Julia Martino, el dirigente de Rio Negro Paolo Etchepareborda, el dirigente de Zárate Joel Rodríguez Mercuri.

 

En tercer lugar está el sector liderado por Roy Cortina, quien viene propugnando por un acuerdo parecido al que siguió su par socialdemócrata de Alemania, quienes llevaron adelante una alianza con los conservadores liderados por Angela Merkel con los que gobiernan en conjunto. Entre quienes forman parte de la lista, están el dirigente platense Emiliano Fernández, el dirigente de Entre Ríos Juan Carlos Meillard, el dirigente tucumano Facundo Toscano y la cordobesa María Maldonado Vélez.

 

Por otro lado, está el sector interno liderado por el ex gobernador de Santa Fe Antonio Bonfatti, quien llamó a la unidad en los últimos días aunque había dejado la puerta abierta para presentar su propia lista. Por el momento no ha realizado ninguna presentación.

 

Al respecto, la actual secretaria general del Partido Socialista, Mónica Fein, (Socialismo en Movimiento) señaló que «buscamos renovar el @ps_argentina para trabajar por un socialismo en movimiento, autónomo y federal, que convoque a las argentinas y argentinos a participar de una alternativa para resolver las inequidades que se vienen profundizando desde hace décadas en nuestro país».

 

«Queremos un socialismo en movimiento amplio y diverso, que rescate el legado de Juan B. Justo, Alicia Moreau, Alfredo Palacios, Guillermo Estévez Boero, Alfredo Bravo y Hermes Binner, para ofrecer un futuro mejor a la Argentina con participación, solidaridad y transparencia», señaló Fein.

 

Un quinto espacio

 

Además de los cuatro espacios mencionados con anterioridad, dentro del Partido Socialista hay una quinta fuerza de «Socialistas Autoconvocados», quienes vienen bregando hace más de un año por un partido más democrático y a la izquierda, que está en contra de cualquier acuerdo con Juntos por el Cambio o el Frente de Todos, e incluso también con Consenso Federal.


© Publicado el martes 09/02/2021 por el Portal Digital Red Baires, de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los Argentinos.




domingo, 10 de enero de 2021

Hermes Binner. Un socialista más, pero no uno cualquiera… @dealgunamanera...

 Un socialista más, pero no uno cualquiera…


En la historia más que centenaria del socialismo argentino, Hermes Binner ocupará algunas de sus páginas más importantes. Reflexionar sobre su impronta y su legado es, al mismo tiempo, una manera de pensar el futuro del socialismo. 

© Escrito por Mariano Schuster y Fernando Manuel Suárez el  domingo 28/06/2020 y publicado por el Periódico Digital La Vanguardia de la Ciudad Autónoma de los Buenos Aires, República de los Argentinos.




En aquellos viejos debates –esos que alumbraban al socialismo de principios del siglo XX– hubo unos que, hartos ya de todo, levantaron la mano, o el puño, según se quiera. Una mano que, desde el fondo, se alzaba como diciendo: “Muchachas, muchachos: ya tenemos el socialismo teórico, lo que falta es el socialismo práctico”. Ya habían escrito Lassalle y Marx, ya habían hablado Owen y Fourier, ya habían dicho lo suyo los socialistas cristianos, ya estaban blandiendo sus ideas las sufragistas de la izquierda. Había, como dijo una vez Karl Liebknecht, que “estudiar, que organizar y que difundir”. Pero también había que gobernar. La política se hace, sobre todo,  cuando se hace política. Con otros y, sobre todo, para otros.

 

Es cierto: se debatía más, se pensaba más, se militaba mejor. La bandera roja flameaba por igual en partidos que incorporaban todo: trabajadores y clases medias, socialistas liberales y socialistas marxistas, progresistas evolucionistas e imaginadores utópicos que creían que, por fin, un día, llegarían a esa tierra prometida. El socialismo plural no quería ser la expresión de la izquierda: el socialismo era la expresión de la izquierda. De esa izquierda que, como sabemos, iba a dividirse pero no para reproducirse: a veces, simplemente para dividirse. Como si su hora siempre fuera un “más tarde”, en unos cinco minutos que cada vez se alejaban un poco más. Hasta que, por fin, llegaban.

 

Había, como dijo una vez Karl Liebknecht, que “estudiar, que organizar y que difundir”. Pero también había que gobernar. La política se hace, sobre todo,  cuando se hace política. Con otros y, sobre todo, para otros.

 

Los nombres de Jaurés, Lassalle, Prampolini, Labriola y Keir Hardie, convivían mejor entonces. Quizás por eso hoy ya casi nadie sabe quiénes eran. Los socialistas argentinos los habían traído acá, de la mano de La Vanguardia, antes incluso que del Partido Socialista. Porque como todo socialismo, el argentino también fue primero teórico y después “práctico”. Primero el diario, las ideas, la difusión. Después la organización. De la mezcla entre los debates de los más celebérrimos dirigentes –el de Justo con Ferri sobre la posibilidad de un socialismo que fuera a la vez rojo y argentino– y las luchas del incipiente proletariado, con más necesidades que veleidades, nació un partido, que aspiraba a ser el de toda la clase obrera. Pero no mucho tiempo después: apenas un poco.


 

Las modulaciones de la historia argentina, lo sabemos, fueron las que fueron. Las de un Partido Socialista potente y modernizador –no solo igualador social, sino progresista, en el sentido más lineal y evolucionista de la idea de progreso– que iba a perder su predominio obrero (hasta entonces compartido con comunistas y anarquistas) con esa fuerza poderosa que es el peronismo. Antes, sin embargo, hubo una historia. La cantaleta de siempre, la que nos sabemos todos: la organización obrera, las ocho horas, la lucha por la igualdad de género, el combate por el sufragio femenino. Pero también algo más. Algo que se diluyó en el discurso oficial –vaya a saber uno por qué–: una promoción incansable de la solidaridad comunitaria, desde la raíz y codo a codo, que se expresaba en las Casas del Pueblo, verdaderas usinas culturales en las que el ascenso social se fomentaba, también, a través de la movilidad cultural. 


El socialismo que era tanguero y arrabalero, a la vez que pretenciosamente operístico. Ateneos Obreros en los que los obreros aprendían a leer, pero también a divertirse. Lugares donde era tan importante desentrañar la propia opresión, que anidaba en la condición de clase, como liberarse de ella, a través de los derechos laborales, sí, pero también a través del ocio, la camaradería fraterna y el descanso lúdico.

 

Pero la historia nuestra es, lo sabemos, más dialéctica de lo que imaginaban los mismos socialistas –y de lo que proclaman hoy muchos de los que se hacen cargo de esa palabra–. La dialéctica –que en realidad se lleva mal con la idea lineal de progreso– también puede dejarte al costado del camino. Y algo así pasó: porque en la historia hay que saber ubicarse, saber pararse, saber dónde estar. Pero no: a veces no se sabe, no se puede, no se consigue.

 

Los argentinos tenemos una historia particular, pero no más particular que otras. Quizás sea ese, justamente, un rasgo de nuestra peculiaridad: creer que somos más peculiares de lo que realmente somos. El péndulo que nos lleva a creer, un día o por un lado, que somos el mejor país del mundo, y otro día o por otro lado, que somos un país de mierda. Y no: somos el país que somos. 1945 no fue el fin de la historia socialista, apenas un parteaguas. Un momento de división en mil pedazos, de una historia de errores y horrores, pero también de aciertos y pequeñas épicas. Los ignorantes por voluntad –que al final son los que mandan– cuentan una historia en la que no cabe ninguna otra cosa que un socialismo antiperonista, como antes, cuando el socialismo luchaba por los derechos sociales de los postergados, se le acusaba –lisa y llanamente– de antiradical. Y no: ni una ni la otra. O más bien: la una pero también la otra y la de más allá. 1945 fue, es cierto, el año en el que el socialismo quiso honrar su historia riñéndose con ella.  


Era un socialismo en plural, pero atravesado por la discordia y el resentimiento, y un reproche silente, y tal vez injusto, por no haber estado a la altura de la historia. La fractura se manifestaba en hitos y referentes, en valores y proyectos, el pasado común pesaba menos que las diferencias póstumas. 


Los socialistas más liberales se reconocían en Repetto y admiraban con culpa a Ghioldi, los más latinoamericanistas podían blandir a Palacios o a Ingenieros, las feministas encontraban en Alicia Moreau su referente, los más nacionalistas apelaban a Ugarte y miraban de reojo a Puiggrós y a Ramos. Hubo socialistas con Perón como luego los hubo con Alfonsín, los hubo revolucionarios y los hubo claudicantes, adentro y afuera de los partidos hubo socialistas, una gran familia dispersa que, incluso con rencores viejos y miradas esquivas, esperaba el día para volver a reunirse en torno a una mesa. 


No había, como dicen sus detractores, un Partido Socialista: había una miríada de nuevos partidos nacidos bajo las más diversas premisas que habitaban ya en el viejo. La historia mal juzgada refleja más al que hace el juicio que a aquel al que sienta en el banquillo de los acusados.


 

El desacuerdo, mutado en llana antipatía, había dejado ese rico legado mutilado en mil pedazos. Quizá, sin quererlo ni esperarlo, sin predicar ni adoctrinar, fue Binner quien vino a intentar suturar esos años de incomprensión y debates estériles. Un político que, a priori, no parecía tan interesado en esos debates como aquellos viejos compañeros, pero que, a diferencia de ellos, tenía los dos pies en la política. La política que reconcilia las ideas a través de la práctica concreta. 


La política que cambia las cosas. El socialismo se peleaba con su historia, al punto que parecía no querer hacer ninguna. A veces, se necesitan otros hombres para poder volver no a las fuentes teóricas, sino a las prácticas: hacer política y ya.

 

Por ello, la figura de Hermes Binner es difícil de ubicar en esa historia. Porque se reconocía en ella y en su linaje, pero, a la vez, la protagonizó con un sello muy propio. El antiguo PS –dividido entre antiperonistas, no-peronistas, filo-peronizados e izquierdizantes– que había dado cuadros a la derecha y a las organizaciones revolucionarias. El amor incondicional a Alfredo Palacios, ese personaje icónico por su bigote y su “atiende gratis a los pobres”, pero también por su socialismo irreductible y su criollismo, de poncho y pistola, que tanto incomodaba a propios y extraños. 


Binner también fue hijo dilecto de ese nuevo socialismo popular que, de la mano de Estévez Boero, llamaba a votar Perón-Perón mientras reivindicaba a Mao. Que en el 83 coqueteaba con Lúder desde un enfoque “argentino y socialista” para finalmente presentarse en solitario y terminar, en los albores del tiempo alfonsinista, reivindicando la democracia ya no como “vía al socialismo”, sino como la única forma deseable de éste. Y, finalmente, el reencuentro difícil con esos otros compañeros socialistas que en alguna bifurcación de la historia habían optado por un camino diferente. 


La unidad se volvió condición y objetivo de ese socialismo en clave democrática, que volvía a reconocerse en el legado de Justo, pero que también estaba obligado a hacer un ajuste de cuentas con su historia, sin flagelarse pero sin hacerse concesiones a sí mismo. Una evolución teórica que era, también, una evolución práctica. El socialismo había sido confinado a pocos distritos metropolitanos, en los que representaba a clases medias urbanas con ideas de izquierda progresista. Debía asumir, sin olvidarse de los más humildes, que ese nuevo socialismo iba a ser de ciudadanos y ciudadanas, con la democracia como condición y la participación como imperativo.

 

La unidad se volvió condición y objetivo de ese socialismo en clave democrática, que volvía a reconocerse en el legado de Justo, pero que también estaba obligado a hacer un ajuste de cuentas con su historia, sin flagelarse pero sin hacerse concesiones a sí mismo. Una evolución teórica que era, también, una evolución práctica.

 

Binner siempre pareció cabalgar sobre la idea del “socialismo unido” que tanto desvelaba a su mentor, el del retrato que lo acompañó a la Casa Gris: Guillermo Estévez Boero. Una idea que, en el propio PS, se tradujo en el concepto de síntesis, una síntesis difícil, sembrada sobre desconfianzas pretéritas y la creencia genuina en el diálogo fraterno. El debate no era, sin embargo, meramente ideológico. 


El socialismo tenía que volver a reconstruirse desde el territorio, con su gente y de sol a sol. Además de algunas otras ciudades, donde el viejo prestigio batallaba por no ser ya un mero recuerdo o una antigualla del pasado, Rosario fue “la tierra elegida”. El territorio donde el Movimiento Nacional Reformista había dado sus primeros pasos y donde el PSP había construido su casa. Tierra donde Estévez Boero había sembrado su semilla junto a Ernesto Jaimovich, Héctor Cavallero y Juan Carlos Zabalza. Donde Binner hizo sus primeras armas y, junto a él, otros cientos de compañeras y compañeros.


 

El declive del alfonsinismo y un peronismo escorado hacia la derecha con Menem (que se llevó con sus cantos de sirena a Héctor Cavallero, uno de los mejores de ese PSP en vías de madurez), encontró a Binner en el centro de la escena. Quizá sin esperarlo, pero con el deber de asumir la responsabilidad. Fue allí donde Binner se recibió como dirigente, con otra visibilidad y otros compromisos. Fue ideólogo y mentor de un nuevo armado progresista, con viejos aliados y nuevos compañeros de ruta, con el desafío de ampliar sin perder en el camino la esencia del proyecto de transformación. A la democracia y la igualdad se sumaba otro santo y seña del socialismo a la Binner (y a la Estévez Boero, por qué no): el pluralismo. La de construir con muchos, con los que tenemos montones de acuerdos y con los que tenemos unos pocos. 


Dialogar con los que piensan como nosotros pero, sobre todo, con los que piensan distinto. Porque la democracia es de todos y con todos. Esos procesos trajeron tensiones, alianzas incómodas y decisiones difíciles. Porque las convicciones y las responsabilidades no siempre se llevan bien, porque hay que elegir, y las elecciones llevan costos.

 

La gestión binnerista trazaba la reconstrucción del espacio socialista desde el territorio de lo local: primero Rosario, después Santa Fe. Las críticas por izquierda y por derecha arreciaban, pero había un diferencial: Binner le había aportado al socialismo algo de lo que había carecido en esas esferas y en esos años. Su socialismo era uno que no pretendía mostrar que era “racional” o “centrado” ni tampoco “más de izquierda”, era lo que era, en los hechos concretos. 


Un socialismo –y esto podría traer problemas luego, pero era correcto en tiempo y espacio– que solo tenía que mostrar algo: su capacidad de gobernar la cosa pública. Un socialismo capaz de armar presupuestos, un socialismo capaz de pensar con un esquema democrático de lo público, pero también de ponerlo en marcha. La obra en salud fue parte de ese plan: de la puesta en valor de un sistema integral, concebido desde una perspectiva ideológica y, al mismo tiempo, con una irreprochable solvencia técnica. 


La reconciliación entre la ideología y la técnica en un marco de la democracia, con acuerdos y desacuerdos, es eso que se llama política. Los que pensaban, y reprochaban, al socialismo que debía ser “más de izquierda” y los que pensaban que tenía que ser “más técnico” o centrista caían siempre ahí: en Binner. Un gestor de la síntesis, de los equilibrios que parecían imposibles. El mismo que recibía institucionalmente a las Madres y a las Abuelas –cuando buena parte de la política institucional les daba la espalda– o que iba a debatir a las asambleas barriales de 2001 siendo Intendente de Rosario –y habiendo roto, consecuentemente, mucho más temprano de lo que se dice, con la ALIANZA– era el que trazaba los planos, junto a un equipo formado, de una salud, una cultura y una educación que ponían lo público en el centro, pero sin perder de vista las exigencias de la calidad y la eficiencia. Porque la derecha siempre encuentra ese flanco: el de los fríos números. La ideología socialista es abierta, pero los números son cerrados. O cierran o no cierran.

 

Es así que el nombre de Binner es indisociable del de la gestión, contraviniendo ese mantra que, contra los Bronzini y los Arrighi, repetía que los socialistas no sabían, no podían o no querían gobernar. El socialismo entonces se propuso construir organización para transformar la realidad. En ese camino, tuvo que aprender a competir y ganar elecciones, a lidiar con la complejidad de lo público, a poner al Estado al lado del ciudadano. Binner supo ser todo eso. El candidato que atraía las simpatías del electorado, el gestor eficiente e innovador, el gobernante que podía caminar junto al vecino y, más aún, mirarlo de frente.


 

Lo nacional, claro, fue otro terreno. La gestión local no es similar a la nacional y el socialismo intentó esta última con las herramientas aprendidas en el terruño: pero eran diferentes. Debió terciar en una grieta que le costaba y le resultaba absurda: el socialismo apoyaba las principales políticas sociales del kirchnerismo, pero los sectores “más radicalizados” de éste le daban la espalda (cuando no lo atacaban de manera flagrante). Defendía, a la vez, la democracia pluralista y el republicanismo, a veces coqueteando con sectores de nuestra curiosa derecha vernácula, y su límite fue Macri, al que nunca aceptó como representante del liberalismo argentino ni quiso abrazar como la única alternativa posible. Porque incluso el más pluralista tiene sus límites, modulados por convicciones ideológicas que nunca son vencidas del todo por el pragmatismo necesario para sobrevivir en política.

 

Binner supo ser todo eso. El candidato que atraía las simpatías del electorado, el gestor eficiente e innovador, el gobernante que podía caminar junto al vecino y, más aún, mirarlo de frente.

 

Los socialistas soñaron con un Estado Social, con poder conciliar libertad e igualdad, que muchas veces se piensa como una suma, otras como un oxímoron y la mayoría de las veces como una tensión que hay que atravesar mediante el arte de la política. Esa pretensión, loable sin dudas, entró en colisión con la dinámica política argentina, de identidades fuertes y lealtades fluidas. La solución santafesina, que tantos réditos dio, era difícil de ser replicada a nivel nacional e incluso, en ocasiones, se volvió un lastre. 


No era un problema de Binner: era un problema de lógica pura. De una posición que, para crecer, precisaba alianzas, pero que, para sostener su identidad, no podía ser subsumida por ninguna de ellas. Muchas veces se ha escuchado: “el socialismo debe estar con nosotros, somos los verdaderos progresistas”, o “el socialismo debe apostar a los sectores antipopulistas”. 


Lo cierto es que el socialismo, para sostener su organización en un país que no se maneja según sus criterios, tuvo que improvisar en un escenario cada vez más estrecho para las innovaciones y las alternativas heterodoxas. Lo intentó, nadie puede decir que no. Logró la respetabilidad local y no ser subsumido en ninguno de los sectores mayoritarios. 


La supervivencia puede llegar a ser un valor, que quizá parezca módico, pero lo es menos cuando vemos el tendal de fuerzas políticas que han quedado en el camino y de las que ya apenas guardamos un recuerdo. Pero cuidado: también eso hizo al socialismo más vulnerable. La vulnerabilidad, huelga decirlo, solo se supera creciendo. Binner lo hizo crecer, seguramente más que ningún otro.

 

Binner fue un dirigente mayor de la gestión local y provincial, pero cuya incursión en la política nacional quedó como una promesa trunca, que despertó esperanzas pero tuvo sus límites. No es que la política nacional le quedara grande –no hay que olvidar que ningún socialista obtuvo jamás más votos en una elección nacional–, sino que representó un desafío que quizá le llegó demasiado tarde y con demasiados obstáculos. 


Binner prefirió evitar los atajos, ni las ofertas circunstanciales, prefirió el camino largo y la construcción parsimoniosa. Pero, lamentablemente, a veces los tiempos de la política, las organizaciones y los dirigentes no coinciden. Lo que había resultado una fórmula exitosa en Santa Fe no pudo replicarse a nivel nacional, las frustraciones fueron equivalentes a las expectativas, y el desgaste enorme. 


La política nacional manejaba con criterios distintos a los que se verifican en los territorios a los que el socialismo se había acostumbrado, el salto no solo debía ser cuantitativo sino también cualitativo. Quizá el crecimiento y la caída en el espacio nacional fue más un efecto, y un defecto, del propio crecimiento que una muestra de la “imposibilidad” que algunos sectores pretenden achacarle al socialismo. Quizá sea demasiado pronto para balances justos, pero lo logrado no debe ser desdeñado ni despreciado. Pero no como una medalla para colgarse, sino como una experiencia de la que aprender, con sus méritos y sus límites.


 

A partir de esa idea se montó esa casa común que fue el progresismo, que tuvo residentes permanentes, visitantes ilustres y vecinos incómodos. De las promesas incumplidas del FREPASO hasta la fallida transversalidad (que dejó a otros socialistas en el camino), pasando por ese FAP que tantas alegrías dio y tan efímero resultó. Pero ese progresismo, a pesar de los vaivenes, estableció cimientos para una posición que lo excede y que es, aunque minoritaria, fuertemente representativa: la de un acuerdo sobre la igualdad, la participación y la transparencia que resulta irrenunciable. Que quizá no supo lidiar con las urgencias de los tiempos que corren, entre un populismo que despierta pasiones (también dentro del propio socialismo) y una grieta que sembró discordias (otra vez, también dentro del propio socialismo).  


Quizás esa “síntesis” porosa era también un logro: la demostración de que hablar con todos no era signo de debilidad o de claudicación. La “avenida del medio” –presentada por sus detractores “de izquierda” como centrismo y por sus adversarios de derecha como una claudicación ante los “otros progresismos”– era, en realidad, una vía propia. La vía que cree que es más útil levantar puentes que tirarlos. Porque lo construido deja una huella indeleble. Los escombros, en cambio, no dejan nada.

 

La presencia de Binner fue, para muchos, algo más que esto. Fue también la de un hombre honrado, que vivía como pregonaba, y que no dejaba de decirle a sus compañeros que, en el camino, muchos pueden confundirse y torcerse por dinero o por poder. Un discurso que los cínicos de escritorio siempre ridiculizaron, porque los cínicos de escritorio tienen poco que ver con esa vieja cultura de izquierda. La austeridad –una vieja palabra que la derecha pretende ahora disputar– no era lo contrario del goce. 


Tampoco de un socialismo que pensara en el disfrute: era la condición necesaria para saber que es preciso pararse en el “lugar de los comunes”.


Quizá Binner no fue el intendente que Rosario soñó, pero fue el intendente que la animó a soñar. Quizá Binner no fue el gobernador que Santa Fe imaginaba, pero fue el que quiso imaginar una provincia distinta. Quizá Binner no fue el líder que los socialistas buscaban, pero fue, por sobre todo las cosas, el líder que necesitaban.

 



Binner fue un líder atípico, peculiar, sin grandilocuencia ni ampulosidades. Más de los hechos que de las palabras, un legado de grandes obras y pequeños gestos más que de discursos para los anaqueles. Es quizá paradójico que un liderazgo tan idiosincrático y, a su modo, personal anidara en un hombre que solo era capaz de pensar en plural.

 

Binner fue un líder atípico, peculiar, sin grandilocuencia ni ampulosidades. Más de los hechos que de las palabras, un legado de grandes obras y pequeños gestos más que de discursos para los anaqueles.

 

Sus atributos personales y sus logros de gestión serán recordados por sus compañeros, amigos y, por qué no, ciudadanos que alguna vez confiaron en él. También sus detractores aprovecharán la hora para señalar sus debilidades o claroscuros. Pero nada de eso importa mucho ahora, solo refleja una cosa: su legado más valioso será la huella indeleble que dejó en cada uno que lo conocimos, de cerca o de lejos. Su austeridad y sencillez, esa simpatía sin grandes ademanes, esa cortesía tan ajena a la impostura. 


Más afecto a la escucha que al soliloquio, la imagen tantas veces vista de Binner sentado en el fondo del salón en alguna actividad de su querido partido muestra tanto su respeto al prójimo como su desprecio por los privilegios.

 

Ese Binner sentado al fondo del salón, escuchando más que pontificando –y, sin embargo, dirigiendo– es una buena imagen para recordarlo. La de una forma de dirigir  que era, a la vez, una forma de escuchar. Como un socialista más, pero no uno cualquiera.






domingo, 20 de octubre de 2019

Declaración del Partido Socialista... Febrero 22 de 1987, volver a las fuentes... @dealgunamanera...


DECLARACIÓN DEL COMITÉ NACIONAL 22 DE FEBRERO DE 1987, PARTIDO SOCIALISTA POPULAR

I- Situación Nacional

Nuestro país sufre una profunda crisis como resultado del agotamiento del modelo económico dependiente puesto en marcha a fines del siglo pasado.

El agotamiento se ve y se sufre en la situación económica y social que vivimos. No hay trabajo para quien no lo tiene, no hay estabilidad para quien trabaja; tampoco hay salario y jubilaciones dignas. La degradación de la economía impide el cumplimiento de las leyes. Así pasa con las paritarias y con las jubilaciones.

En realidad no sólo castiga a trabajadores y jubilados, sino que también golpea con crudeza a los pequeños y medianos productores de nuestro agro y a la pequeña y mediana industria nacional, privando al pueblo argentino de un futuro cierto.

Asfixiado por la dependencia y por la usura que esta genera nuestro país ha visto cerrar sus fábricas y reducir sus fuentes de trabajo, a la par que se acelera el despoblamiento del interior y de nuestras fronteras por el quebranto de las economías regionales.

En realidad tampoco da respuesta a las apremiantes necesidades de las provincias que, saltando el cerco de la organización nacional, tratan de resolver sus problemas en un “sálvese quien pueda” que se exterioriza desde la emisión sustitutiva del papel moneda hasta el apoderamiento de obras hidroeléctricas y el manejo del comercio exterior.

A este cuadro se suma la existencia de la deuda externa -absolutamente impagable¬ que-, generada por el equipo encabezado por Martínez de Hoz, hipoteca y compromete nuestro futuro y la existencia independiente de nuestra nación. A través de las negociaciones de la deuda externa el imperialismo condiciona nuestra economía.

En el país, las únicas actividades lucrativas son las realizadas por empresas de capital extranjero y las que están basadas en la especulación y la usura. El trabajo y la producción de los argentinos, cada vez vale menos; lo producido por ellos, cada vez vale más.

La inmensa mayoría de los argentinos vive sacrificándose para dar respuesta a las exigencias de FMI y de la Banca Mundial que nos lleva año tras año, al saldo cada vez menor de nuestra balanza comercial.

En 1983 los argentinos recuperamos para nuestro país la democracia, luego de haber sufrido ocho largos años de negación de todo derecho. Factores internos y externos -la resistencia de los trabajadores y de la inmensa mayoría del pueblo, la solidaridad internacional y el resultado de la guerra de Malvinas- determinaron el retorno del país a la vida institucional.

En 1983, la realidad caótica del país ya existía y la realidad de hoy era absolutamente previsible.

II- Promover la Coincidencia Nacional y la participación

Consciente de la profundidad de nuestra crisis el Socialismo Popular reitera hoy la necesidad de conformar una coincidencia nacional que supere los simples acuerdos partidarios y que esté más allá de un acuerdo electoral.

La crisis Argentina no puede ser superada por un solo partido, es imprescindible estructurar una amplia mayoría que permita la reconstrucción de la Nación. La coincidencia es necesaria para otorgar viabilidad y estabilidad a un proyecto político, condición indispensable para lograr la credibilidad en el mismo por parte del pueblo.

Esta interpretación de la realidad nacional no es compartida por la conducción de los grandes partidos políticos, que en consecuencia, tampoco comparten nuestra propuesta para superarla. Sus convocatorias a la unidad nacional no trascienden de meras estrategias electorales partidarias, como resultado de ello, el país vive una confrontación ínterpartidaria estéril que se prolonga hasta nuestros días.

Los resultados electorales de 1983 hubieran posibilitado convocar a una coincidencia nacional encabezada por el partido triunfante. No se interpretó que en un país en crisis, el mero triunfo electoral no es suficiente para gobernar. En la crisis, para gobernar, es necesario contar con el consenso social de los que trabajan y producen. Se pueden ganar elecciones sin sus votos, pero no se puede gobernar sin su consenso.

Basado en el principio mayoritario, un gobierno democrático, puede contar con el consenso político que se expresa cada cuatro o seis años en las urnas, pero funcionará tanto mejor cuanto más amplia y unida sea la mayoría que acepta su política de distribución de oportunidad–y sacrificios. Cuando el consenso social se reduce y no coincide con el consenso político, se genera un obstáculo para el afianzamiento y la estabilidad de la democracia.

El Socialismo Popular ha planteado la necesidad de arribar a un acuerdo entre los diversos sectores políticos y sociales de la realidad nacional para garantizar una estrategia y un programa que nos permita salir de la crisis generando confianza y certeza para cada uno de los sectores.

Se trata de acordar las bases de la reformulación nacional, los comicios determinarán las responsabilidades en su concreción. La transparencia del proyecto y la concreción de nueva formas participativas fortalecerá y desarrollará la confianza en las instituciones de la democracia.

Nadie puede pensar que quienes en el extranjero y en el país se benefician con la actual situación asistan como simples observadores de la transformación que proponemos. El camino para superar esta resistencia es el de construir una estrategia histórica adecuada a las grandes tradiciones de la Nación, porque una estrategia así arraigada será capaz de coordinar las fuerzas y de crear las tácticas necesarias a fin de derribar los obstáculos que existen para la reformulación de Argentina.

La crisis económica, social y moral debilita la confianza de los argentinos en la capacidad y en la fuerza de la Nación Argentina. Es necesario revertir este proceso. La identidad nacional es una exigencia prioritaria, pues es ella misma la que anima y sostiene la voluntad colectiva. La defensa de su especificidad representa el primer paso hacia la plena recuperación de las facultades creadoras y realizadoras de un pueblo y de su decisión de participar en un mundo que tiende a suprimirlas. No puede interpretarse esto como una simple reactivación de valores antiguos, sino como la construcción de un futuro sólidamente arraigado en nuestra tradición nacional.

La conciencia colectiva solo existe dentro del marco nacional, dislocar esa conciencia nacional es destruir la propia sustancia de la Nación y su única fuente de resistencia a la colonización de las superpotencias y a la presión de sus compañías multinacionales. Aquí y ahora la causa nacional y la del socialismo son solidarias en América Latina.

La coincidencia nacional resulta necesaria no solo para superar la crisis del país, sino para posibilitar su propio funcionamiento hoy trabado por confrontaciones intrascendentes, marginada de los intereses de los trabajadores, de los jubilados, de la juventud, de los pequeños y medianos empresarios, de la ciudad y del campo, y de los altos objetivos de la nación.

Alfredo Palacio dijo: “Mantener o fomentar los antagonismos internos desconociendo los derechos fundamentales de la nacionalidad y particularmente de los trabajadores, en lugar de promover la unión de los argentinos, sin mezquinos propósitos de ventajas personales, es traicionar los destinos de la Patria, y secundar los planes siniestros del extranjero sin escrúpulos, que aspira a someternos”.

En el seno de la coincidencia nacional, crecerá quien realmente trabaje para el afianciamento del sistema democrático y por los cambios sociales en nuestro país.

El Socialismo Popular reitera que la palanca del cambio es la participación que refuerza el sistema representativo, mejora a quienes participan y al posibilitar la participación de los organismos intermedios, coordina y organiza toda acción social tras los objetivos comunes de la Nación.

Es necesario otorgar a las expresiones populares, sociales y regionales una participación en la gestión y contralor del Estado. La participación democrática es la forma de garantizar el correcto funcionamiento de una maquina estatal cada vez más voluminosa y burocrática.

El socialismo ha propuesto como forma institucional de la coincidencia nacional y de la participación la concreción de concejos económicos y sociales, multipartidarios y multisectoriales, a nivel nacional y provincial.

III- Defender la convivencia democrática

La persistencia de la crisis económica a través de largos años ha llevado al pueblo a vivir en una gran inseguridad, generadora de la crisis moral que padece el país.

El advenimiento de la democracia hizo nacer la expectativa generalizada de que se resolverían rápidamente, además de los problemas políticos, y económicos-sociales, las diversas situaciones críticas que vive el país en lo externo y en lo interno.

Pasados tres años sin respuestas relevantes en lo económico y social, la frustración se incrementó y se han creado las condiciones propicias para el resurgimiento de voces desvalorizadoras de la democracia por parte de quienes nunca han creído en ella. Entre ellos están quienes correctamente piensan que sus privilegios peligran con la vigencia de la democracia y quienes incorrectamente piensan que en democracia, no pueden mejorarse las condiciones de vida de los trabajadores y de los sectores más postergados.

Constituye un dato de nuestra realidad que el debate entre las interpretaciones subjetivas y las objetivas con respecto a los cambios posibles y a sus formas, se desarrolla hoy nuevamente en nuestro país. Ya lo vivimos en 1966 cuando, frente a la dictadura de Onganía y los socialistas planteábamos “elecciones libres sin proscripciones y exiliados” frente a quienes gritaban “ni golpe ni elección, revolución”. El tiempo nos dio la razón en 1973 cuando el pueblo se volcó masivamente a las urnas. Así también fue cuando encabezamos la defensa del gobierno popular, pese a sus desaciertos y su desorden, diciendo en 1974 que “nadie especule con la derrota de este gobierno, porque si ello ocurriera solo existirá futuro para el dolor de los argentinos y la apetencia de los mercenarios”.

Muchas veces se toman equivocadamente respuestas de otras tierras, de otros tiempos y se construyen frases y respuestas que nada tienen que ver con la realidad; sus análisis ideales de la realidad claman por soluciones coherentemente imaginarias.

Estas concepciones subjetivas desarraigadas de la realidad, que menosprecian la capacidad del pueblo, le hicieron el “juego” a quienes derrocaron al último gobierno popular, abriendo la dolorosa experiencia de 1976. Hay que tener memoria. Porque hoy nadie pide rendición de cuentas a los responsables de aquel debate ideológico que precipitó a la juventud a una estrategia nihilista reñida con nuestra realidad y con su vida.

Ante este debate el Socialismo Popular reitera su definición por la defensa y la consolidación de la democracia que vivimos. Algunos se avergüenzan y retacean decir que estamos en la defensa de la democracia frente a quienes sostiene que la nuestra es una democracia dependiente, formal y no real, política y no social.

Nosotros sostenemos que nuestra democracia es la democracia que existe, aquí y ahora, y que luchamos para que esta democracia tenga cada vez más un contenido social, pero partiendo de lo que tenemos, no negándola. Esta democracia es el comienzo de la otra; es un paso ineludible para su construcción y por ella han luchado los trabajadores, la juventud, y el pueblo todo. Porque la democracia que tenemos es una conquista nuestra, no es un regalo del imperialismo. Quienes así no piensan, sostiene que la posibilidad de resquebrajamiento institucional no nos debe preocupar porque esta democracia es la forma electa por el imperialismo.

Sostener que esta democracia es formal y que, por ser tal, no tiene valor o significado, resulta una posición indefendible a esta altura de la experiencia histórica argentina. Porque cuando la democracia formal deja de existir, la dependencia no es solo denominación económica y sujeción social de la mayoría, sino que a ello se agrega el autoritarismo y la dictadura con el consiguiente sello de violación de los derechos más elementales del hombre. Entonces, puede apreciarse que las reglas del juego democrático, la llamada democracia formal, constituye una conquista, que no es una concesión del imperialismo, sino una conquista de los trabajadores, de la juventud y demás sectores de las mayorías nacionales.

Dejemos que otros discutan en las piezas y gabinetes la diferencia entre democracia formal y real y salgamos a trabajar en las organizaciones populares, en los clubes, en las vecinales, en los centros estudiantiles, en los sindicatos, en las asociaciones de profesionales, en las cooperadoras, en las cooperativas para la defensa de los intereses de los argentinos, fomentando la participación popular. Así estaremos transformando la democracia política en social.

La experiencia dictatorial de América Latina, nos demuestra que aspectos denominados “formales” como el habeas corpus, la división de poderes, las garantías de la libertad individual y el pleno respeto de los derechos humanos, son muy “reales” y tienen vital importancia para la construcción de una democracia más profunda.

La compleja y difícil realidad que estamos viviendo que se expresa a través de la agudización de los problemas económicos y sociales: el rebrote inflacionario, desfasaje de los salarios y jubilaciones, la crisis de las pequeñas y medianas empresas, del campo y de la ciudad, así como la situación de las fuerzas armadas y la cuestión Malvinas, determina una situación de alta complejidad y de gran fragilidad para el afianzamiento de la convivencia democrática entre los argentinos.

Frente a ello, existen dos grandes líneas a seguir, por parte de quienes propiciamos el cambio: nos marginamos de la realidad, nos enajenamos del hoy, y la cuestionamos en su conjunto o asumimos la realidad, nos insertamos en ella trabajamos aquí para modificarla y partimos del hoy para construir el futuro.
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Para quienes plantean el cuestionamiento de la globalidad este es un país entregado en bloque y, hay que crear un polo contrario que plantee su liberación. Blanco o negro: se pretende que el país sea blanco o negro porque se piensa esquemáticamente -al margen de la realidad- en blanco y negro. Pero la realidad no es así; la realidad es toda una gama de grises.

El Socialismo Popular ratifica el compromiso asumido en nuestro Comité Nacional de fines de 1985, de asumir dos cuestiones que, muchas veces en nuestro país fueron presentadas como contradictoria: el afianzamiento de la convivencia democrática y, al mismo tiempo, el desarrollo de una alternativa socialista.

Este compromiso se amplía en el marco de la Unidad Socialista, concretada a fines del año pasado y que ha de formalizar en breve tiempo.

El socialismo ha tomado la responsabilidad de una difícil práctica política: integrar un concejo para la consolidación de la Democracia y al mismo tiempo pedir el cambio de la política económica y del equipo que la ha implementado, y ser plenamente solidario con los reclamos de los trabajadores.

No hay un camino simple porque la realidad no lo es. Este es un quehacer complejo, ya que al tiempo que peleamos por la convivencia democrática, luchamos por las reivindicaciones de los trabajadores, por el afianzamiento de la independencia nacional y por el desarrollo de una alternativa socialista.

Somos conscientes de que la crítica sin alternativa concreta frente al problema concreto es una crítica que, por salirse de la realidad, plantea la ruptura y, por consiguiente, no crea posibilidades futuras de cambio. Por el contrario la crítica con alternativa concreta, frente al problema concreto, nos lleva a una inserción cada vez mayor en la realidad y genera posibilidades ciertas de cambio.

IV- Desarrollar la alternativa socialista

En 1983, el Partido Socialista Popular, que había logrado desarrollar el socialismo en el campo nacional, participa del proceso electoral. Después de décadas el socialismo concreta una realidad a la que miles de argentinos ven como alternativa argentina de cambio.

Pero los socialistas populares sabemos que el advenimiento del socialismo en argentina, no es un fatalismo o un determinismo histórico. No es un hecho inevitable, sino el fruto de una acción política colectiva, permanente, persistente, militante y coherente, basada en la interpretación socialista de la realidad que desarrollamos diariamente en nuestra patria, ‘Parte integrante de nuestra querida América Latina y en la mayoría de la humanidad: el Tercer Mundo.

La alternativa que luchamos por crear todos los días no es la alternativa del gobierno socialista ideal, sino que es la alternativa del socialismo posible, esto es, del mejor cambio posible, acorde con la realidad argentina de 1987.

Porque, para nosotros, el socialismo no es un “estado” que deba implantarse, un esquema “ideal” preexistente al que ha de sujetarse la realidad sino un movimiento real que supera el estado actual de cosas. Todo proceso social hacia adelante no consiste en la realización de ningún esquema, porque el socialismo, como el mundo, no podrá ser creado en un solo día; su construcción no es como la de una casa. Ella consiste en liberar, no en crear, las energías sociales ya existentes, los elementos de la nueva sociedad contenidos en la vieja sociedad y en coordinar/os hacia adelante.

Nuestro socialismo no llega como producto de un accidente histórico-geográfico, sino que se abre paso en la conciencia de los trabajadores y de la juventud, poco a poco; con mucho esfuerzo militante, con mucha fe, con mucho amor y disposición de servicio.

El socialismo es una resolución práctica y diaria de servir al pueblo. No a un pueblo abstracto e ideal, sino al que existe en la realidad, producto de tantos años de dependencia, explotación y marginación.

El crecimiento del socialismo obedece a la concreción de un proyecto político de cambio inserto en nuestra realidad y arraigado en nuestra tradición histórica.

Frente al crecimiento del socialismo, surge la pregunta acerca de qué es el socialismo: nuestro socialismo es el análisis objetivo de la sociedad capitalista dependiente.

¿Qué socialismo se plantea?

No existe dogmáticamente un proyecto socialista, y nadie más que los trabajadores y la juventud definirán cuál es el socialismo necesario y posible. El programa socialista para Argentina 1987 es el que determinan y elaboran los socialistas argentinos insertos en la realidad actual acorde a las necesidades de nuestro pueblo y de nuestra Nación. Este es un socialismo objetivo, que difiere del socialismo esquemático, subjetivo, de utopías.

Nuestra propuesta socialista, que nace de la realidad, es impulsada fundamentalmente por quienes más padecen esta realidad: los trabajadores y la juventud. Los trabajadores que constituyen la base fundamental e irremplazable de la producción económica son quienes sufren sobre sus espaldas y las de sus familias el mayor peso de las arbitrariedades de la realidad, son quienes están menos comprometidos con su injusticia y quienes pueden y quieren cambiar/as.

Tampoco se debe olvidar que la referencia última de los trabajadores está en sus familias, está en su tierra, está dentro de la Nación. Por todo ello, los trabajadores son los encargados históricamente de conducir a las mayorías nacionales a una nueva etapa de vida y a una nueva forma de organización social.

La juventud que es fisiológicamente futuro, se ve privada de su condición de tal, porque el agotamiento de/ modelo económico imperante en el país priva de futuro cierto a todos los integrantes de la Nación.

Nuestra propuesta frente a la crisis que afecta a la inmensa mayoría de los integrantes del pueblo, debe ser una propuesta cultural amplia, debe ganar cultura/mente a la inmensa mayoría del país, obtener su consenso para nuestra interpretación histórica. Plantear intereses sociales más amplios y más altos ideales solidarios, adquiriendo así la capacidad de orientar el proceso histórico futuro.

No se trata de negar en bloque la realidad cultural, de nuestro tiempo, sino de analizarla, eliminando las deformaciones producidas por la dependencia para poner la cultura contemporánea al servicio de /a emancipación y la realización del hombre.

La inmensa mayoría de la población, exige conocer las propuestas del socialismo frente al problema de la organización de la salud, de la educación, de los contenidos y formas de enseñanza, de la vivienda, de la economía, de/ arte y el deporte para aceptarlo como alternativa de cambio. Esta exigencia no se encuadra ni se agota en el rechazo de hoy, sino que se satisface en la propuesta de hoy para mañana.
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Los socialistas tenemos que asumir hoy nuestra realidad y comenzar a construir en ese compromiso, el cambio que queremos. Comenzar a construirlo hoy haciéndolo con solidaridad, con servicio, con el estudio de una nueva economía, con /a proyección de una nueva alternativa. Pero hoy estamos existiendo, hoy la gente está sufriendo y hoy tenemos que empezar a construir el futuro.

A quienes van perdiendo su fuerza, a quienes van bajando sus brazos, debemos llevarles un mensaje de fe, que es el mensaje de que el cambio es posible en la República Argentina a través de la alternativa socialista, donde toda argentina y argentino que vive de su trabajo y se siente lesionado por la dependencia y esta corrupta sociedad de consumo, tiene un lugar para ser protagonista de este cambio.

V – Democracia y socialismo

La problemática de la democracia involucra dos cuestiones que es necesario definir: el de las formas o modos de la transición, esto es el de la vía democrática al socialismo y el del ineludible contenido democrático de la sociedad socialista.

El Partido Socialista Popular como ya lo planteara y lo practicara con toda responsabilidad en los difíciles años de 1974/75, repudia la violencia considerándola una forma absolutamente negativa e ineficaz para superar la crisis y avanzar hacia adelante, reiterando hoy su profunda-convicción de que en la sociedad argentina el cambio solo puede operarse a través del consenso. Pensar en otra vía para realizar el cambio es avanzar hacia la concreción de otra dictadura que superará en vejación, depravación y entrega a todo lo conocido en nuestro país.

Resulta irreal en Argentina 1987 pensar en algún cambio positivo que no cuente con la adhesión y el consenso democráticamente expresado de las mayorías nacionales. La idea de una sociedad nueva y profundamente distinta ha de poder conquistar el consenso de las grandes mayorías. Lo importante para los que queremos el cambio es que los cambios perduren y perdurarán si están apoyados por el consenso.

Los socialistas luchamos por crear una alternativa argentina, por estructurar una nueva mayoría nacional independiente de los intereses de la dependencia y del privilegio interno.

Ratificamos la corrección de nuestra propuesta de Frente del Pueblo formulada en 1967 y ratificada en el Congreso Nacional partidario de 1975.

Coherentemente el socialismo, para lograr este objetivo, ha de debatir con los demás sectores integrantes de las mayorías nacionales, en forma democrática y consensual, la elaboración del programa de la nueva mayoría. A esa mesa, el socialismo concurrirá con su programa, pero con el espíritu y la decisión política de acordar con el resto de los participantes.

Es por ello que debemos profundizar el dialogo con las expresiones políticas y sectoriales de las mayorías nacionales para fortalecer la unidad nacional, única estrategia valida contra la dependencia extranjera.

Los partidos políticos mayoritarios del país aún cuentan con la adhesión política necesaria para triunfar en los comicios pero exhiben un agotamiento programático. Durante estos últimos tres años han expresado la voluntad de recomponer con diversos matices el pasado, sin asumir su irreversible agotamiento y la necesidad de reformular el país.

El socialismo como proyecto de independencia nacional, de liberación de todos los oprimidos y de quienes aspiran a una sociedad mejor, no tiene un modelo político único y excluyente, pero reconoce que la democracia es un valor y principio histórico irrenunciable. El socialismo representa la profundización del concepto de democracia, pues lo concebimos como una forma de organización social que eleva a su más alto nivel la democratización de la sociedad, a través de la participación popular institucionalizada en la gestión del Estado a todo nivel.

El socialismo es democracia social en cuanto impulsa, en el plano de las relaciones sociales, la instancia igualitaria, pero también es la democracia política más desarrollada y más directa en cuanto estimula la progresiva autodirección organizada y social. El socialismo continúa, desarrolla, profundiza y hace evolucionar la democracia más allá de sus límites jurídico-formales. La clave para avanzar es no considerar la democracia política como un estorbo para el eficiente funcionamiento del Estado y para la progresión de las transformaciones sociales.

El socialismo ha de ser el perfeccionamiento de la democracia y, para ello, demostrará que es un proyecto positivo de integración, refuerzo y expansión de la realización de cada persona. Porque un socialismo basado en el consenso y en el pluralismo político no será nunca un socialismo impuesto, que se tambaleará sobre sus cimientos, sino que será un socialismo construido por la voluntad de las mayorías que articularán la austeridad con la solidaridad.

El socialismo sólo podrá afirmarse si demuestra que es capaz de obtener el consenso de los trabajadores, de la juventud y demás sectores de las mayorías nacionales, y no de una parte restringida de la sociedad, constituida, como se afirmaba, por la “vanguardia consiente y organizada” que, por el interés del pueblo reemplaza al pueblo.

La realización política del socialismo surge así como potenciación de la soberanía popular y se vincula a la batalla democrática actual. Si todos los hombres participan realmente en la gestión del Estado la dependencia y la explotación ya no podrán existir. La clave que asegura esta perspectiva de realización pacifica de la revolución socialista es, evidentemente, la conquista del consenso respecto de la necesidad y la viabilidad de construcción de una nación independiente y solidaria.

No sólo debemos librar una batalla en defensa de las instituciones democráticas sino que conjuntamente debemos dar una batalla ofensiva que, ampliando la democracia representativa con formas participativas y proyectando reformas sociales, inicien un proceso general de transformación de la sociedad y del Estado.

El sistema de libertades formales ha de ser desarrollado por el socialismo, posibilitando la creciente participación que no excluye el ejercicio del poder por vía representativa. El desarrollo de esta fórmula es una tendencia en todos los trabajadores del mundo, porque constituye una necesidad histórica contemporánea. Con el advenimiento del socialismo, la libertad formal no será sustituida por la libertad real sino que será reforzada, y el sistema representativo no será sustituido por un sistema participativo sino reforzado.

En definitiva, en Argentina 1987, es posible fundir la lucha democrática que se abre hacia el socialismo y la lucha socialista que afianza a la democracia. Este accionar asegurará la independencia nacional.

VI- Nuestra propuesta

El socialista popular ratifica sus propuestas para la coyuntura económica en la argentinización de las finanzas y en la moratoria de la deuda externa para poner fin a la hemorragia de nuestra economía. Para ello proponemos:

1. La argentinización de la banca, del comercio exterior, del mercado de cambio y de las operaciones de seguro y reaseguro. Argentinización que no significa el manejo burocrático de éstas áreas, sino su contralor a través de organismos democráticos y democratizantes, que han de integrarse con representantes de los trabajadores, de las empresas nacionales, de los productores del agro, de las cooperativas, y del estado nacional o provincial según corresponda, a los efectos de garantizar que estas funciones se realicen en beneficio de la comunidad y no en su desmedro. Los gastos de estos representantes estarán a cargo de sus organizaciones, quienes los elegirán democráticamente, y asimismo tendrán derecho a revocar su mandato a los efectos de garantizar en forma constante su representatividad.

2. La concreción de una moratoria por doce meses de toda obligación emergente de la deuda externa.

3. Una recomposición salarial y de las jubilaciones de monto fijo.

4. Una política de control de precios basada en la participación democrática.

5. La participación de los trabajadores, de los usuarios y del Estado (Nacional, Provincial o Municipal) en la administración de las empresas públicas.

6. La participación de los trabajadores de las empresas líderes.

7. Concesión de créditos para los pequeños y medianos productores agropecuarios y a los pequeños y medianos industriales, con disminución progresiva de las tasas de interés.

8. Verificación de los costos de los insumos esenciales de la explotación agropecuaria.

9. Revisión del sistema impositivo a través de sucesivas reformas que tengan en cuenta la capacidad contributiva, el incremento de la esfera de los impuestos directos y la reducción de los indirectos.

La moratoria en materia de deuda externa decretada hace pocas horas por el gobierno de Brasil demuestra la factibilidad y la responsabilidad de la propuesta moratoria hecha por el socialismo.

La moratoria brasileña pone al gobierno argentino frente a dos alternativas: sumarse a través de la moratoria al liderazgo de la defensa de los intereses de los pueblos de América Latina o aprovechar la moratoria brasileña para obtener mejores condiciones en la dependencia. Esta última alternativa nos alejará de la causa latinoamericana y no conseguirá beneficio trascendente alguno para nuestro país.

El socialismo convoca a creer en la capacidad creadora y realizadora de cada integrante del pueblo. Esto es creer en la esencia de la democracia y en las posibilidades de la Nación.

El socialismo convoca a los trabajadores y a la juventud a encabezar la defensa de la convivencia democrática y la necesaria reformulación del país, para concretar una Nación independiente y solidaria.

Comité Nacional del Partido Socialista Popular
Buenos Aires, 21 – 22 de febrero de 1987